El Papa diseña con los cardenales las prioridades de la Iglesia

publicado
DURACIÓN LECTURA: 13min.

Se celebra en Roma el mayor consistorio de la historia
Roma. La situación de la Iglesia en el mundo y las perspectivas para el futuro estuvieron en el centro del sexto consistorio extraordinario de cardenales convocado por Juan Pablo II. La mayor reunión de cardenales de la historia, celebrada en Roma del 21 al 24 de mayo, fue interpretada por buena parte de la prensa internacional como una especie de pre-cónclave. Pero sobre todo los cardenales ofrecieron al Papa sugerencias para llevar a la práctica las directrices sobre la evangelización al comienzo del tercer milenio, expuestas en la carta apostólica Novo millennio ineunte.

Después de la hornada de 44 nuevos cardenales del mes de febrero, con la que el colegio cardenalicio alcanzó su máximo histórico, esta reunión de trabajo se presentaba, para algunos purpurados, como la primera ocasión de mostrarse en sociedad, y para otros, como un mirador desde el que ojear a los posibles candidatos al papado.

Ese ambiente discretamente «preelectoral» fue alimentado por las crónicas periodísticas, más habituadas al clima que caracteriza las reuniones de políticos que a las de eclesiásticos. En honor a la verdad, no se han manifestado ni las anunciadas «maniobras electorales» ni la proverbial división entre «conservadores» y «progresistas». En todo caso, hemos asistido a veces al intercambio de papeles, con el «conservador» Bernard Law (Boston) diciendo cosas «progresistas», y con el «progresista» Carlo Maria Martini (Milán) diciendo cosas «conservadoras». Tal vez una pequeña muestra de que es preciso ajustar algunas categorías.

La herencia del Jubileo

Con el consistorio extraordinario, que es una invención suya, Juan Pablo II pretende recabar el consejo de los miembros del colegio cardenalicio sobre cuestiones concretas. El Papa había reunido a los cardenales por última vez en junio de 1994 para preparar el Jubileo, en un momento en el que el año 2000 parecía una fecha todavía lejana. Meses después de aquella reunión escribió la carta apostólica Tertio millennio adveniente, que ha sido como la «carta magna» del Gran Jubileo.

Ahora ha querido volver a consultar al senado de la Iglesia sobre qué hacer con la «herencia del Jubileo». Concretamente, sobre cómo aplicar los temas planteados por él mismo en la carta apostólica Novo millennio ineunte («Al inicio del tercer milenio»), firmada el pasado 6 de enero, en la que traza unas directrices para el futuro próximo de la Iglesia (ver servicio 2/01). Leyendo ese documento se descubre que estamos bien lejos de la inmovilidad que, según muestra la historia, caracteriza con frecuencia los fines del pontificado. Se diría que el Papa mira hacia el futuro sin importarle si será él u otro quien llevará a cabo la tarea.

Como los precedentes cinco consistorios extraordinarios, la reunión tuvo un mínimo de reglas (ideadas para la ocasión), se celebró a puerta cerrada y estuvo abierta a todos los cardenales, incluidos los mayores de 80 años (quienes no pueden participar en el cónclave para la elección de un nuevo Papa). Del total de 183 purpurados asistieron 155: las ausencias se debieron a enfermedad o ancianidad. En las ocasiones anteriores, los temas de los consistorios fueron: la aplicación del Concilio Vaticano II (1979), las finanzas vaticanas (1982), la reforma de la Curia y el nuevo Código de Derecho Canónico (1985), la defensa de la vida y las amenazas de las sectas (1991) y la preparación del Gran Jubileo (1994).

Fervor misionero

Los siete grandes temas sobre los que se articuló la discusión fueron los siguientes: 1) anuncio de Cristo y diálogo con las religiones; 2) vocación a la santidad y pastoral de la santidad; 3) desafío de la religión natural: New Age, ecologismo; 4) colegialidad y ecumenismo; 5) globalización económica y escándalo de la pobreza; 6) la contestación al magisterio de la Iglesia en materia de sexualidad y biotecnología; 7) presencia de la Iglesia en los medios de comunicación.

Varias semanas antes del comienzo del consistorio, los cardenales habían recibido doce páginas de documentación, desglosadas en veintiuna cuestiones. Desde luego, era una mole inmensa de faena para tratar en las poco más de veinte horas de trabajo efectivo. Al hilo de esa guía, los purpurados fueron haciendo sugerencias en las intervenciones individuales (tomaron la palabra unos ochenta y otros cuarenta presentaron un texto escrito) y en los nueve grupos de trabajo (por idiomas). Se llegó así a una relación final de catorce páginas, escrita por el cardenal mexicano Juan Sandoval, de Guadalajara, que se ofreció al Papa y no se hizo pública.

Si hubiera que sintetizar una idea clave de esta magna reunión, tal vez se podría decir que lejos de presentar a la Iglesia como una especie de agencia mundial de servicios sociales, los cardenales han subrayado que lo urgente y decisivo es que los cristianos redescubran el primado del encuentro personal con Cristo, por medio de la oración y de los sacramentos. Es una conclusión tal vez un poco descontada viniendo de un grupo de pastores de almas, pero ha llamado la atención el fervor misionero de muchas de las intervenciones que se han oído en el Aula del Sínodo (y de las que refería a la prensa el portavoz Joaquín Navarro-Valls).

Para impulsar la colegialidad

Pero el abanico de temas era ciertamente muy amplio. El que atrajo más la atención fue el capítulo de las reformas dentro de la Iglesia. Varios cardenales hicieron referencia a la necesidad de modificar las reglas del sínodo de los obispos, la reunión consultiva que una representación de obispos de todo el mundo celebra con el Papa periódicamente para tratar de temas monográficos. Se sugirió que se estudien modos para conseguir que haya auténticos debates y no simples intervenciones más o menos desconectadas. No recibió ningún apoyo, por el contrario, la hipótesis de un nuevo concilio, el Vaticano III, aireada en los días anteriores a la reunión. Más bien al contrario: algunos purpurados expresaron su convicción de que todavía queda mucho por asimilar del Vaticano II.

Por el tono de las intervenciones quedó claro que el ejercicio práctico de la colegialidad episcopal es algo más que la banal petición de «más poder» por parte de los cardenales y obispos, o que someter al voto cuestiones doctrinales esenciales (como han pedido algunos grupos de presión, en referencia a temas como el celibato, la contracepción, etc.). Uno de los puntos donde a veces surgen fricciones es en las relaciones entre la Curia Romana y las diócesis. Algunos consideran excesiva la intervención de Roma; en otros casos, esa presencia es reclamada ante la pasividad local. También se ha hablado de los procedimientos para elegir obispos y el peso que hay que dar a la voz local en ese proceso.

El diagnóstico del Papa

El Papa, que siguió todas las sesiones, tomó la palabra en dos ocasiones: durante el saludo de bienvenida, en el que dijo que esperaba propuestas operativas, y en la homilía de clausura. En esta última el Papa dejó entrever alguna reflexión sobre lo que habían sido los temas centrales del consistorio y sobre los retos actuales.

El Santo Padre dijo que el compromiso misionero de la Iglesia debe estar precedido por otro compromiso: un empeño contemplativo más intenso. Pero advirtió que «contemplar el cielo no significa olvidar la tierra». La contemplación cristiana, insistió, no nos exime del empeño en las cosas de la tierra y de nuestro tiempo, pero para que Cristo «abra brecha» en el mundo es preciso vivir radicalmente el Evangelio.

«La Iglesia debe hacer frente hoy a grandes desafíos, que ponen a prueba la confianza y el entusiasmo de los anunciadores. No se trata sólo de problemas ‘cuantitativos’, debidos al hecho de que los cristianos representan una minoría, al tiempo que la secularización sigue erosionando la tradición cristiana también en los países de antigua evangelización».

El Papa añadió que «problemas más graves todavía se derivan de un cambio general del horizonte cultural, dominado por el primado de las ciencias experimentales inspiradas en los criterios de la epistemología científica. Aun cuando se muestra sensible a la dimensión religiosa e incluso parece redescubrirla, el mundo moderno acepta al máximo la imagen de un Dios creador, pero encuentra difícil acoger el ‘escándalo’ de un Dios que por amor entra en la historia y se hace hombre, muriendo y resucitando por nosotros. Es fácil intuir el desafío que esto comporta para las escuelas y las universidades católicas y para los centros de formación filosófica y teológica de los candidatos al sacerdocio, lugares en los que es preciso ofrecer una preparación cultural que esté a la altura del presente momento cultural».

Primado del Papa

Otros problemas surgen de la globalización, que mientras ofrece la ventaja de acercar entre sí a los pueblos, también favorece un cierto relativismo, en cuanto que hace más difícil aceptar a Cristo como salvador de todos los hombres. «¿Y qué decir de cuanto va surgiendo en el ámbito de los interrogante morales? Nunca como hoy la humanidad es interpelada por problemas formidables, que ponen en cuestión su mismo destino, sobre todo por lo que se refiere a los grandes temas de la bioética, de la justicia social, de la institución familiar, de la vida conyugal».

El Papa dijo que de estos temas se habían discutido en el consistorio y que de algunos de ellos se volverá a hablar en el próximo sínodo de los obispos, que se celebrará en octubre y tratará de la figura del obispo. «El sínodo -afirmó Juan Pablo II- ha demostrado ser un válido y eficaz instrumento de la colegialidad episcopal, al servicio de las Iglesias locales». De las conclusiones de los cardenales, dijo, «pretendo sacar las oportunas indicaciones operativas para que la acción pastoral y evangelizadora de toda la Iglesia crezca en la tensión misionera, con conciencia plena de los desafíos actuales».

El Papa se refirió también al «ministerio petrino», la función del Papa en la Iglesia, un tema que abordó en la encíclica Ut unum sint, proponiendo una revisión de su ejercicio para favorecer la reunificación de todos los cristianos. Ha sido un tema apenas tocado en el consistorio, pero el Papa aprovechó para poner de relieve que se trata de un servicio y no de una «monarquía»: «La naturaleza misionera de la Iglesia, que parte de Cristo, encuentra su apoyo en la colegialidad episcopal y es estimulada por el sucesor de Pedro, cuyo ministerio está destinado a promover la comunión en la Iglesia, garantizando la unidad en Cristo de todos los fieles».

Unidad y debate

El consistorio concluyó con la concelebración en la Basílica de San Pedro y un almuerzo ofrecido por el Papa a todos los cardenales. Antes de marcharse de Roma, los purpurados hicieron público un mensaje, que contiene entre otras cosas un llamamiento por la paz en Tierra Santa. Como manifestación concreta de otro de los temas que dominaron las sesiones, el ecumenismo, los cardenales dirigen también su pensamiento en ese mensaje hacia las Iglesias ortodoxas, especialmente con motivo del viaje que el Papa realizará a Ucrania del 23 al 27 de junio. Del consistorio emana la esperanza de que se repita también allí lo que ocurrió durante el reciente viaje a Grecia: que la humildad del Papa disuelva los prejuicios de siglos.

Si el consistorio empezó para muchos observadores externos con la idea de que se trataba de un pre-cónclave, al final de los trabajos ya nadie se acordaba de esa comparación. Reflejaba mejor la realidad la conclusión de un periodista italiano: el Papa ha hecho «como ese anciano padre que reúne a los hijos esperando dejar la familia (cuando llegue el momento) lo más unida posible». Pero no ha sido una cosa dulzona, sino compatible con el debate.

Cristianos en minoría

La idea de Juan Pablo II sobre las perspectivas de la «nueva evangelización» en un mundo donde los católicos son minoría, puede verse en la respuesta que daba a esta cuestión en el libro-entrevista Cruzando el umbral de la esperanza (1994). El entrevistador, Vittorio Messori, le planteaba que, después de veinte siglos y ante la inminencia del tercer milenio, las cifras no reflejan un avance del cristianismo.

Juan Pablo II respondía que las meras estadísticas no sirven para decir qué religión «tiene futuro por delante y cuál, en cambio, parece pertenecer ya sólo al pasado».

«En realidad, desde el punto de vista del Evangelio la cuestión es completamente distinta. Cristo dice: ‘No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre se ha complacido en daros su reino’ (Lucas 12,32) (…) Pero Jesús va incluso más lejos: ‘El Hijo del hombre, cuando venga en la Parusía, ¿encontrará fe sobre la tierra?’ (cfr. Lucas 18,18).

«Tanto esta pregunta como la expresión precedente sobre el pequeño rebaño indican el profundo realismo por el que se guiaba Jesús en lo referente a sus apóstoles. No los preparaba para éxitos fáciles. Hablaba claramente, hablaba de las persecuciones que les esperaban a sus confesores. Al mismo tiempo iba construyendo la certeza de la fe.

«Al Padre le complació dar el Reino a aquellos doce hombres de Galilea, y por medio de ellos a toda la humanidad. Les amonestaba diciendo que en el camino de su misión, hacia la que los dirigía, les esperaban contrariedades y persecuciones, porque Él mismo había sido perseguido: ‘Si me han perseguido a mí, os perseguirán también a vosotros’; pero inmediatamente añadía: ‘Si han observado mi palabra, observarán también la vuestra’ (Juan 15,20).

«Desde joven yo advertía que estas palabras contienen la esencia del Evangelio. El Evangelio no es la promesa de éxitos fáciles. No promete a nadie una vida cómoda. Es exigente. Y al mismo tiempo es una Gran Promesa: la promesa de la vida eterna para el hombre, sometido a la ley de la muerte; la promesa de la victoria, por medio de la fe, a ese hombre atemorizado por tantas derrotas.

«En el Evangelio está contenida una fundamental paradoja: para encontrar la vida, hay que perder la vida; para nacer, hay que morir; para salvarse, hay que cargar con la Cruz. Esta es la verdad esencial del Evangelio, que siempre y en todas partes chocará contra la protesta del hombre.

«Siempre y en todas partes el Evangelio será un desafío para la debilidad humana. En ese desafío está toda su fuerza. Y el hombre, quizá, espera en su subconsciente un desafío semejante; hay en él la necesidad de superarse a sí mismo. Sólo superándose a sí mismo el hombre es plenamente hombre (Blaise Pascal, Pensamientos, n. 454: ‘Sabed que el hombre supera infinitamente al hombre’).

«Esta es la verdad más profunda sobre el hombre. El primero que la conoce es Cristo. El sabe verdaderamente ‘lo que hay en cada hombre’ (Juan 2,25). Con su Evangelio ha indicado cuál es la íntima verdad del hombre».

Diego Contreras

Contenido exclusivo para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.

Funcionalidad exclusiva para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta para poder comentar. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.