«El obispo tiene que salir a buscar a los que están lejos de la fe en su misma diócesis»

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El Prof. Philip Goyret traza un balance del Sínodo de los obispos
Roma. Durante casi un mes, del 29 de septiembre al 27 de octubre, los participantes en la X Asamblea ordinaria del Sínodo de los obispos han tratado, en presencia de Juan Pablo II, de la figura y el ministerio del obispo en las circunstancias actuales (ver servicio 136/01). Philip Goyret, profesor de Eclesiología en la Pontificia Universidad de la Santa Cruz, de Roma, sintetiza en esta entrevista algunos de los temas centrales del Sínodo, en el que ha intervenido como experto.

— ¿Se podría señalar algún hilo conductor de todo el Sínodo?

— Un aspecto de fondo es que se ha dado al episcopado un sentido marcadamente misionero, muy en sintonía con la carta apostólica Novo millennio ineunte con la que Juan Pablo II concluyó el Jubileo del año 2000. La figura del obispo entendida como administrador encargado de que la maquinaria eclesiástica diocesana funcione, es hoy anticuada, si es que estuvo vigente alguna vez. El Sínodo ha dicho que el obispo tiene que salir a buscar a los que están lejos de la fe en su misma diócesis, a la vez que se debe ocupar de modo particular de los que ya están dentro, empezando por sus sacerdotes.

— Se esperaba una discusión más encendida sobre las relaciones entre la Curia Romana y los obispos, sobre las competencias de las conferencias episcopales o sobre los poderes del mismo Sínodo. ¿Qué ha habido de todo esto?

— Se ha hablado de las relaciones entre Curia Romana y diócesis a propósito de la necesidad de planificar mejor las visitas ad limina que los obispos hacen a Roma cada cinco años, o de mejorar la consulta a los obispos locales en la elaboración de documentos. Sobre la estructura del Sínodo, en efecto, ha habido unanimidad en que hay que modificar la metodología; pero no es un problema fácil de resolver, y de hecho no ha habido ninguna propuesta de solución concreta. Pero en ningún momento se han planteado estas cuestiones en términos de «poderes», ni se ha pedido, por ejemplo, que el Sínodo cambie su carácter consultivo.

— ¿Y sobre las conferencias episcopales?

— La reflexión no se ha centrado tanto en las competencias como en la necesidad de que dentro de la conferencia episcopal tiene que regir el principio de la comunión. Se ha subrayado además que es en el ámbito de la conferencia episcopal donde hay que encauzar todo lo relacionado con la formación permanente de los obispos, tanto en lo que se refiere a su vida espiritual como a la actualización filosófica, teológica, canónica y en temas culturales y sociales.

Los temas más debatidos

— ¿Qué asuntos han provocado mayor disparidad de opiniones?

— Uno ha sido la edad de retiro de los obispos, fijada actualmente en los 75 años: ha habido voces a favor de atrasar el retiro y otras partidarias de adelantarlo. El punto de convergencia es sugerir que sea algo flexible, y que se aplique según los casos. Otro tema ha sido la discusión sobre qué estructura pastoral es más adecuada para atender las llamadas megalópolis: hay quienes piensan que es mejor que ese gran núcleo urbano se lo repartan entre varias diócesis. Estas constituirían una provincia eclesiástica, con una de ellas como archidiócesis y cuyo arzobispo sería el interlocutor con las demás autoridades de la ciudad. Otros, en cambio, piensan que no conviene dividir sino mantener una diócesis grande, que cuente, eso sí, con varios obispos auxiliares por zonas o por áreas. Cada una de las propuestas tiene ventajas e inconvenientes.

— Algunas informaciones se han referido también al debate sobre la subsidiariedad dentro de la Iglesia.

— La subsidiariedad es una categoría sociológica que se aplica a las relaciones entre instancias superiores e instancias inferiores de la sociedad civil, y que la Iglesia ha asumido en su doctrina social. Ese principio, en cierto sentido, ha inspirado la regulación de competencias en la elaboración del Código de Derecho Canónico, pero nunca ha sido asumido teológicamente, y es difícil que lo sea por su ambigüedad. Frente a la demanda, presente en algunos sectores, de aplicar el principio de subsidiariedad para el ejercicio del episcopado, el Sínodo ha subrayado que el principio que regula el ministerio episcopal es el principio de la comunión.

— ¿En qué otros aspectos teológicos se ha hecho más hincapié?

— Ya hemos mencionado el principio de la comunión entre los obispos. Precisamente sobre ese punto se ha insistido en que el obispo, por el mismo hecho de la ordenación episcopal, es ante todo, primariamente, miembro del colegio episcopal; después, según la misión canónica que reciba, puede estar a la cabeza de una Iglesia particular o desempeñar otros oficios de naturaleza episcopal.

En ese sentido, el Sínodo ha pedido que se estudie más detenidamente el estatuto eclesiológico, teológico y pastoral del obispo titular, es decir de aquel que no está al frente de una Iglesia particular: por ejemplo, los obispos auxiliares, los obispos que colaboran con el Papa en el gobierno de la Iglesia universal, y otros que ocupan en la Iglesia cargos que son episcopales por su naturaleza. También se ha apuntado la posibilidad de que los títulos episcopales de los obispos titulares correspondan con la real función pastoral que ejerzan, en vez de referirse a diócesis hoy inexistentes. En conexión con esto, se ha solicitado también que se vea el modo de que los obispos eméritos tengan una función de mayor contenido en la Iglesia. Hay que tener en cuenta que el conjunto de los obispos titulares, incluidos los eméritos, supera el 40% del total de obispos.

El Sínodo ha acentuado asimismo la figura del obispo como maestro de fe, no solo en la predicación sino también a la hora de velar por la pureza doctrinal y de hacer frente con fortaleza a posibles abusos.

Diego Contreras

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