El «caso Milingo», visto desde África

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«Enfrentamiento de Milingo con el Vaticano»: así encabezaba, a toda plana, un importante periódico keniano un artículo firmado por un periodista del país. El titular dice todo. A la prensa no le preocupan mucho los detalles técnicos de la excomunión, que tal vez no entienda muy bien; le interesa el enfrentamiento. Un renegado, un rebelde desafía al Vaticano, consigue poner en aprietos a esa monolítica estructura.
El «mundo» es incapaz de entender que un hombre -o una mujer- no se case. Más aún en África, dice la prensa de aquí. Pero en las zonas del continente donde ha arraigado la fe, las Iglesias locales están casi al ciento por ciento en manos de gente del lugar. Ha habido una maravillosa floración de vocaciones sacerdotales, y un número aún mayor de vocaciones religiosas femeninas… y últimamente también masculinas. Todos ellos saben bien que se comprometen al celibato para toda la vida. Que algunos no son fieles a su vocación no debería ser noticia: debería serlo que la mayoría permanecen fieles, si es verdad que todos los africanos han de casarse, por tradición o por alguna necesidad física; sin embargo, esto no se considera digno de aparecer en grandes titulares.Decepción de los seguidores

El africano común, aparte de que tiene muchas otras cosas en que pensar, distintas de los problemas de Milingo, no quiere andar jugando con lo sagrado. Él, como sus padres y quizá sus abuelos, ha podido ver las ventajas de tener un sacerdote célibe, ya fuera un misionero irlandés, holandés o italiano, o un hombre del país que respondió generosamente a la llamada de Dios: la administración de la unción de enfermos, la carrera para celebrar la misa dominical en cinco aldeas dispersas, las horas empleadas en oír confesiones antes de una gran fiesta…

Antes de unirse a Maria Sung, el ex arzobispo de Lusaka (Zambia) Emmanuel Milingo tenía un buen número -aunque no muy grande- de seguidores, sobre todo en Kenia, país que visitaba con frecuencia. Entre la gente había división de opiniones sobre el don de curaciones y los poderes de exorcista que él se atribuía. Muchos estaban confundidos: si la Iglesia no ha aprobado esos carismas, se preguntaban, ¿qué pasa con nosotros? Pero cuando Milingo «se casó» (ver Aceprensa 82/01), la gran mayoría de sus seguidores de aquí se escandalizaron. No solo por quien era -un hombre al que conocían y respetaban-, sino por lo que era: un arzobispo en comunión con el Papa y el episcopado mundial.

Hubo como un suspiro de alivio cuando se reconcilió con la Iglesia (ver Aceprensa 118/01); se esperaba que con su retiro penitencial recobraría la sensatez y todo volvería a estar bien. En cuanto llegó la noticia de su último acto de rebeldía, así como de la enteramente correcta y justificada respuesta de la Iglesia, perdió prácticamente toda la credibilidad y la simpatía que le quedaba entre los católicos de aquí.

Otro caso célebre mediático ha sido Geoffrey Shiundu, ex sacerdote de la diócesis de Kitale, en el noroeste de Kenia, que «se casó» diciendo que no tenía el don del celibato sacerdotal y se unió a una secta llamada Iglesia Católica Romana Apostólica Reformada, que en realidad no es nada de eso. ¿Han seguido a Shiundu gran número de sacerdotes, como él predijo? No. ¿Es previsible que muchos de los seguidores de Milingo en África se sumen a Sacerdotes Casados Ya (la nueva secta del ex arzobispo) y a la Federación de las Familias del reverendo Moon? Tampoco.

Es verdad que Milingo impresionó a muchos, en África y en otras partes, con sus supuestos dones sobrenaturales; sin embargo, para la gente de aquí la religión y lo sagrado es mucho más que eso: si no, sería poco más que los servicios del médico brujo y del curandero, a los que hoy solo las personas sin instrucción y las muy pobres toman en serio. En materia religiosa, la gente quiere confianza: una Iglesia en la que pueda confiar, con unos ministros en los que pueda confiar.

La experiencia muestra que la gente no sigue a los falsos profetas, al menos no por mucho tiempo. Además, los sacerdotes son como los ancianos del pueblo, y los ancianos son hombres escogidos por su conducta íntegra y mente clara, y de ellos se espera que den ejemplo de una y otra.

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