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El amén de Costa-Gavras a la leyenda negra sobre Pío XII

publicado
DURACIÓN LECTURA: 3min.

Juan Orellana es el director de la delegación en España de la Organización Católica Mundial de la Comunicación (SIGNIS) y dirige también Pantalla, la revista de crítica cinematográfica que edita la Comisión de Medios de Comunicación de la Conferencia Episcopal española. Ofrecemos una parte de su análisis de la película Amén., del director franco-griego Constantin Costa-Gavras (Alfa y Omega, Madrid, 2 enero 2003).

Amén está basada en la obra de teatro titulada El Vicario, escrita en los años 60 por Rolf Hochhuth, y que, aunque desestimada por los historiadores y desmentida por los hechos, supuso el origen de una leyenda negra sobre Pío XII y su relación con el nazismo.

El argumento cuenta la historia del químico Kurtz Gerstein, oficial alemán de las SS encargado de fabricar el gas Ziklon B para los campos de concentración. En un principio Kurtz piensa que el gas se utiliza para desinfectar barracones, hasta que un día ve con sus propios ojos el uso que se le da. Horrorizado, y animado por su honda conciencia cristiana, comunica su descubrimiento a sus más íntimos amigos de su comunidad religiosa protestante. (…) Cuando fracasa en su intento de que los dirigentes protestantes denuncien públicamente la situación, lo intenta con la Iglesia católica a través del padre Fontana, un joven sacerdote diplomático de la nunciatura de Berlín. Pero sólo recibirá negativas, cuando no burlas, del nuncio, del Secretario de Estado vaticano, y del propio Pío XII; tampoco sus conversaciones con miembros de las cancillerías aliadas dan ningún resultado. (…)

La película contiene dentro de sí tres columnas vertebrales o categorías tan diversas, e incluso contradictorias, que son la causa de su radical desequilibrio: una categoría que podríamos denominar verídica o auténtica, y que encarna a la perfección el personaje de Gerstein, interpretado impecablemente por Ulrich Tukur. Es un personaje consistente, de carne y hueso, rico en matices, conmovedor, y cuyo proceso interno sobrecoge al espectador de cabo a rabo. Un hombre cristiano cuya vida se resquebraja cuando entra en su alma la imagen de las cámaras de gas en funcionamiento. Sufrirá un daño moral irreparable. Nunca saldrá de él odio o rencor a la Iglesia. Gerstein es el centro y grandiosa aportación del film. (…)

Una segunda veta es la ideológica, que ya no parte de personajes creíbles, sino que los convierte en esquemas puramente ideológicos (…). En esa categoría Gavras sitúa al nuncio en Berlín, al cardenal Secretario de Estado y a Pío XII. Patético el primero, histérico e intolerante el segundo, y angélicamente bobalicón el tercero. No hay en ellos asomo de matices, ni de verosimilitud, y sobre todo, se pone de manifiesto un grave desconocimiento de cómo son y cómo actúan los altos representantes de la Iglesia. Ya el arranque de la película, en el que vemos a unas monjas colaborando en el envío de deficientes a cremaciones masivas para depurar la raza, se deja clara cuál va a ser la intención ideológica de Amén. La razón de esta ridícula simplificación está en el rechazo por parte del cineasta de la figura de Pío XII (…).

Por último, existe una tercera línea demagógica, que toma vida en el personaje del padre Fontana, interpretado por Mathieu Kassovitz. Este sacerdote encarnaría la propuesta demagógica del propio Gavras y que, a su juicio, representa lo que la Iglesia católica y el Papa deberían haber hecho: ofrecerse a sí mismos como víctimas voluntarias del holocausto nazi. (…)

De una forma muy fugaz, aparecen en la película franciscanos dando refugio a judíos, (…) pero en el contexto del film parece plantearse en términos de una Iglesia de base solidaria, frente a la Iglesia de los poderosos, preocupada de no poner en peligro sus propios privilegios.

(…) ¿Cómo se concilian esas acusaciones con el hecho de que el Congreso Mundial Judío donase a Pío XII unos 40 millones de dólares al cambio actual «para demostrar la gratitud del pueblo judío por todo lo que había hecho en su favor»? ¿Cómo se explica que el rabino de Nueva York, David Dalin, declare que «durante el siglo XX, el pueblo judío no tuvo un amigo más grande que Pío XII»?

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