Entre los politólogos y profesionales de la demoscopia hay pocos fenómenos tan documentados como que las mujeres, al menos en Occidente, llevan décadas moviendo su voto hacia la izquierda, lo que –en conjunción con una cierta derechización política entre los hombres– ha provocado que se forme una brecha de sexos en el comportamiento electoral, especialmente entre los jóvenes.
Como ocurre con cualquier fenómeno sociológico, la tendencia no se puede representar como una línea perfectamente recta, sin “baches”, ni se ha verificado al mismo ritmo ni por las mismas razones en cada país. Sin embargo, su consistencia y relevancia la hacen merecedora de análisis, especialmente en una etapa de convulsiones políticas como la actual, y en la que el feminismo se ha ganado un rol muy importante en la discusión pública.
Una diferente “vivencia” de la política
Cuando se indaga en las causas de esta brecha de sexos electoral, la primera idea que naturalmente viene a la mente es que hombres y mujeres votan diferente porque tienen ideas o prioridades políticas diferentes. Sin embargo, algunos analistas consideran que esta explicación –que podríamos llamar “ideológica”– no tiene en cuenta otros factores relacionados, más que con el qué se piensa, con el cómo se vive: la política y la vida en general.
Por ejemplo, encuestas y estudios de distintos países coinciden en señalar que, de media, las mujeres siguen menos la actualidad política, tardan más en decidir su voto y tienden a identificarse menos con un partido concreto que los hombres. Esta diferencia suele ser especialmente grande entre los jóvenes. Además, el nivel de estudios alcanzados tiene más impacto en el comportamiento electoral de las mujeres que en el de los hombres.
Las mujeres suelen preferir partidos establecidos y con imagen de centristas, y rechazan los extremos y el estilo político bronco
Por otro lado, también existe acuerdo en que, por lo general, las mujeres tienden a preferir los partidos consolidados y con imagen centrista a las formaciones más recientes, especialmente si estas se presentan con discursos rupturistas. Aunque lógicamente las propuestas importan, parece que el tono combativo, en sí mismo, les provoca más rechazo a ellas que a ellos.
El declive del matrimonio, una posible causa
También hay quien se fija, al analizar la brecha de sexo electoral, en factores no relacionados, en principio, con la orientación política. Una tesis conocida en el ámbito de la sociología apunta al matrimonio; en concreto, a su declive en las sociedades occidentales como causa de una deriva hacia la izquierda del voto femenino.
En un estudio publicado por dos investigadoras de la Universidad de Columbia en 2001, los autores muestran que, entre mujeres de clase media estadounidenses, estar casada aumenta la posibilidad de votar al partido Republicano, y divorciarse, al Demócrata. Su hipótesis es que la redistribución de la riqueza que produce el matrimonio (más habitualmente de los hombres hacia las mujeres que al contrario) mejora la situación de las casadas en general, pero en las de clase media –y solo en ellas– provoca un cambio de estatus económico que modifica sus preferencias políticas: de favorecer las medidas de redistribución de la riqueza, más propias de la izquierda, a oponerse a ellas.
Ideología, pero con estilo
Más allá de los factores sociológicos, la evolución ideológica también ha incrementado la brecha electoral por sexo. Según estudios de distintos países, tradicionalmente las mujeres han favorecido las políticas de bienestar (conciliación, mejoras en la sanidad y la educación), ya que asumían en mayor medida esta carga, y por tanto eran las principales beneficiarias de estas medidas.
No obstante, hasta la década de los 70 el factor religioso –ellas eran notablemente más creyentes y practicantes– eclipsaba la mayor simpatía femenina por las medidas “asistenciales” de la izquierda, e inclinaba su voto hacia el lado conservador. Sin embargo, la secularización posterior ha provocado la inversión de la tendencia: ahora hay más mujeres “liberales” (en el sentido social, no de liberalismo económico), y más hombres conservadores.
Por otro lado, las luchas asociadas al feminismo, al ecologismo y al colectivo LGTB han contribuido en la última década a aumentar la brecha electoral por sexos. Esta tendencia liberal entre las mujeres se ha sentido especialmente entre las que han alcanzado niveles educativos más altos. Un ejemplo de Estados Unidos: a comienzos de siglo las graduadas universitarias solo suponían el 12% del voto al partido Demócrata; ahora aportan casi el 30%.
No obstante, ocurre que, en países con mayor diversidad de partidos a derecha e izquierda, los que supuestamente proponen políticas más avanzadas en temas considerados imanes para el voto de la mujer (feminismo, redistribución de la riqueza) no son los que, de hecho, terminan atrayéndolo en mayor medida. El motivo es que estas formaciones suelen adoptar un estilo rupturista, incluso bronco, algo que disuade el sufragio femenino. En España, esto ha provocado lo que algunos medios llaman la “paradoja de Podemos”: los votos que debería ganar por el qué (sus propuestas), los pierde, de hecho, por el cómo. El resultado es que, desde su fundación, este partido ha tenido un electorado mayoritariamente masculino, aunque el desequilibrio se ha ido reduciendo con el tiempo.
En cambio, y quizás como consecuencia de lo anterior, el voto al PSOE se ha ido feminizando. Un análisis de Infolibre, con datos de las encuestas de intención de voto previas a las últimas elecciones generales, señalaba que este partido sería el que más mejoraría sus resultados si solo se contaran los sufragios de mujeres. En la derecha, el PP habría perdido el empujón que años antes le daba el voto femenino, y ahora lo elegiría un número similar de hombres y mujeres. Vox, por su parte, obtendría un 30% menos de apoyos si solo ellas participaran en las elecciones.
La brecha más grande, entre los jóvenes
La edad también es un factor importante para explicar la brecha electoral o ideológica entre sexos. En distintos países, esta es claramente superior entre la población más joven. Es cierto que en esta franja, y especialmente por debajo de los 25 años, la opción política más frecuente en las encuestas es la indecisión o la falta de interés. No obstante, contando solo a los que sí votan, la diferencia entre las preferencias de hombres y mujeres es muy notable, y parece bastante ligada al movimiento feminista.
En la generación Z, la “izquierdización” del voto femenino coincide con la “derechización” de un voto masculino “anti-establishment”
En algunos países, la «derechización» del voto joven masculino es un fenómeno paralelo a la izquierdización del femenino. Refiriéndose a España, un artículo de El Confidencial lo atribuía a una reacción contra el discurso feminista y ecologista de la izquierda, que los hombres de entre 18 y 35 años estarían percibiendo como una “catequesis” en los dogmas de lo políticamente correcto. No obstante, hay diferencias dentro de este grupo. Mientras que por debajo de los 25 años el PP sería el partido que estaría capitalizando este voto “anti-establishment”, entre los 25 y los 35 el principal beneficiado es Vox.
En Estados Unidos, la brecha por sexos también ha aumentado entre los jóvenes más que en ninguna otra franja de edad. Como cuenta The Hill, varias encuestas señalan que entre los varones de la generación Z que están en su último año de instituto (18 años, aproximadamente) ha crecido el porcentaje de los que se definen como “conservadores” respecto a generaciones anteriores, mientras que entre sus compañeras se ha incrementado el número de las que se declaran liberales. La brecha ideológica, en consecuencia, es mayor que en las cohortes previas.
Una vez más, el debate sobre el feminismo parece estar en el centro del agrandamiento de la brecha ideológica: no llega al 50% el porcentaje de “chicos Z” que consideran que esta corriente ha mejorado la sociedad, mientras que sí lo cree más del 70% de las chicas.
En Alemania, la brecha por sexos en el voto joven también se ha ensanchado significativamente en la última década. Entre los 18 y 24 años, ellas han virado, sobre todo, hacia los Verdes (Die Grünen), aunque también ha crecido el sufragio femenino hacia Die Linke (izquierda radical) y el PSD (socialismo tradicional). En el otro lado del espectro político, AfD (extrema derecha) tiene un electorado masculinizado, pero los chicos más jóvenes se decantan sobre todo por el FDP, una derecha más alineada con el liberalismo económico que con el conservadurismo social. Así pues, ni la extrema derecha ni la extrema izquierda parecen ser los principales ganadores en la pelea por el voto más joven, al igual que en España.
Las mujeres no votan solo como mujeres
El caso de Hungría y Polonia es especialmente interesante. Desde Europa Occidental con frecuencia se describe a estas sociedades como campos de batalla entre, de un lado, una clase política y cultural tradicionalista –y machista–, y, de otro, la juventud y las mujeres que demandan modernización. Y algo de cierto hay en ello. Por ejemplo, una encuesta internacional reciente sobre el apoyo al matrimonio homosexual señalaba que Polonia es uno de los países donde mayor brecha generacional y por sexo existe en las respuestas: jóvenes y mujeres más a favor; adultos y hombres en contra.
Sin embargo, lo cierto es que los partidos en el gobierno que supuestamente encarnan la corriente reaccionaria en estos países (El PiS en Polonia y el Fidesz de Orbán en Hungría) fueron aupados al poder por un electorado más femenino que masculino, y todavía mantienen un gran apoyo entre las mujeres.
El programa del PiS y de Fidesz incluye, junto a elementos tradicionalistas, medidas para solucionar problemas que afectan especialmente a las mujeres
En un artículo publicado en Le Courrier d’Europe Centrale, dos investigadoras explican que con frecuencia desde Europa occidental se hace un análisis simplista de esta aparente paradoja, a veces acudiendo a categorías marxistas como la “falsa conciencia” (negación de la opresión sufrida) o el “ejercicio de privilegios” (estas mujeres traicionarían sus propios intereses de género o los de otros grupos minoritarios en el altar de sus conquistas individuales).
No es que las autoras se muestren partidarias del PiS o del Fidesz; más bien al contrario. Sin embargo, explican que sus proyectos políticos “no deben reducirse a la hostilidad hacia las mujeres, porque allí conviven a menudo elementos reaccionarios con la defensa de algunos de sus intereses [de las mujeres]”. Es decir, que ni el PiS es solo antiaborto, ni las mujeres solo definen su voto por cuestiones “feministas”.
En concreto, las “políticas de bienestar” pueden haber sido clave. Como señalan las autoras, en estos países la adopción del paradigma neoliberal tras la caída del muro hizo que surgieran problemas que, a día de hoy, están entre las principales preocupaciones de la ciudadanía (la explotación laboral, la desprotección de la sanidad y la educación), y que afectan especialmente a las mujeres. “El PiS y el Fidesz-KNDP amortiguaron algunas consecuencias socioeconómicas de las transformaciones posteriores a 1989 que habían afectado especialmente a las mujeres, que estaban en primera línea en la gestión del presupuesto familiar, la educación de los hijos y en otras actividades asistenciales”.
Por otro lado, ambos gobiernos se han caracterizado por sus generosas políticas pro-familia. El ejemplo más paradigmático es el programa polaco Familia 500+. Según las autoras, “esta política de redistribución –la más importante desde 1989– ha reducido considerablemente la pobreza entre las familias con hijos y ha gozado de un apoyo muy fuerte entre la población”.
Los casos de Polonia y de Hungría sirven para ilustrar que la brecha ideológica o electoral entre sexos es un fenómeno complejo, como compleja es la experiencia social y política de mujeres y hombres. Los relatos simplificadores y, con frecuencia, maniqueos no hacen justicia a la verdad: ni a la de ellas ni a la de ellos.
2 Comentarios
Muy interesante e ilustrativo
Muchas gracias, Ricardo. Me alegro de que le haya gustado.