Tensa espera en el Líbano

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Tensa espera en el Líbano

Beirut.— Desde el ataque lanzado por Hamás el 7 de octubre contra Israel y la consiguiente declaración de guerra por parte de este país al día siguiente, la población del Líbano se ha sumido en una tensa espera. Está esencialmente pendiente de la decisión de Hezbolá de sumarse al conflicto, decisión que está más en las manos del gobierno iraní, que sostiene y financia al grupo chiita.

En el Líbano, el gobierno en funciones del primer ministro Najib Mikati ha insistido repetidas veces en una llamada a no escalar el conflicto. El país se encuentra desde 2019 en lo que el Banco Mundial ha definido como una de las crisis económicas más profundas de la historia, ahondada por la trágica explosión de agosto de 2020 en el puerto de Beirut, cuyas huellas son aún visibles en buena parte de la capital. Pero el gobierno no tiene la capacidad de declarar o parar la guerra: esta decisión está en manos de Hezbolá y de su patrón iraní.

Irán vincula el grado de implicación de Hezbolá en un conflicto con Israel al inicio de la ofensiva terrestre en Gaza

Sobre el terreno, los pueblos del sur del Líbano más próximos a la frontera con Israel están siendo evacuados, y la población de la zona –mayoritariamente chiita– que puede irse, se está trasladando a áreas más al norte del país, fundamentalmente cristianas, pero con presencia de chiitas, como es el caso de Jbeil (Byblos); o a zonas con asentamientos chiitas, percibidas como más seguras para ellos.

En el sur ha habido un intercambio de fuego entre, de un lado, Hezbolá y milicias de Hamás presentes en el Líbano, e Israel, acciones que han ocasionado ya un número de bajas considerables, esencialmente entre soldados israelíes y miembros de los grupos antes mencionados, así como dos periodistas y varios civiles. La situación va en un tenso crescendo, y en circunstancias normales hubiera ya conducido a una guerra, pero esta ha sido contenida de momento gracias a los esfuerzos de la comunidad internacional, y a la mediación norteamericana y alemana. Los ministros germanos de Defensa y de Asuntos Exteriores han visitado recientemente el país. Como se ha indicado previamente, el gobierno libanés no quiere entrar en el conflicto, pero su ejército, debilitado por la crisis económica, no tiene la capacidad de detener a Hezbolá.

Por su parte, el ministro iraní de Asuntos Exteriores, Hossein Amirabdollahian, ha visitado al inicio del conflicto la capital libanesa y se ha reunido con el gobierno y con dirigentes de Hezbolá. El canciller ha vinculado el grado de implicación de Hezbolá a la evolución del conflicto entre Hamás e Israel, más concretamente, al comienzo de la ofensiva terrestre en Gaza.

Desde que estalló el conflicto, en el Líbano hay manifestaciones de apoyo a Palestina los viernes, después de la oración musulmana, sobre todo en áreas chiitas; protestas que organiza fundamentalmente Hezbolá y su aliado libanés Amal, también en las proximidades de los campos de refugiados palestinos, presentes a lo largo de todo el territorio libanés. Estas manifestaciones han sido sorprendentemente moderadas hasta ahora, y se han convertido en una rutina que paraliza relativamente la actividad los viernes.

En el resto del país la situación es tranquila, aunque la gente se prepara de cara a un conflicto a mayor escala. Los que pueden, preparan las casas familiares de la montaña, consideradas más seguras en caso de guerra.

El tema de conversación diario en los lugares de trabajo son las indicaciones de las embajadas, sobre todo la norteamericana, la canadiense y las de países europeos, que en muchos casos han aconsejado que sus ciudadanos dejen el país si les es posible, y que informan constantemente de planes de emergencia en caso de agravamiento del conflicto. Hay que tener en cuenta que gran parte de la población libanesa tiene pasaportes extranjeros. El recuerdo de la guerra de 2006 entre Israel y Hezbolá está muy vivo; en ese entonces, además de los fuertes bombardeos en el sur y en la periferia chiita de Beirut, hubo un desplazamiento interno y evacuaciones masivas, sobre todo en barco, desde el cierre por bombardeo del aeropuerto de la capital.

“Otra guerra no, por favor”

Desde el punto de vista político, los libaneses de todas las confesiones se inclinan por una salida pacífica a la crisis actual, una salida que ven ligada a que se dispense un tratamiento justo a los palestinos y a la solución de los dos estados, con el restablecimiento de un proceso de negociación rápido y con objetivos claros y alcanzables a corto plazo.

En general, también la gente manifiesta sorpresa por la debilidad de Israel ante el ataque de Hamás, lo que vinculan a la crisis política y social en el país vecino. La población se da cuenta de las graves consecuencias que entrar en guerra podría tener en un país que ya atraviesa una muy mala situación, social y económica.

Otro punto de atención y seguimiento diario es el aeropuerto de Beirut. En 2006 el bombardeo de la terminal aérea marcó el agravamiento de las actividades bélicas de Israel en el Líbano, y la población teme una situación parecida. Por ello se siguen con atención los comunicados de las líneas aéreas que anuncian la cancelación de vuelos o la retirada de los aviones de Beirut y la evolución de las salidas del personal no esencial de las embajadas.

La crisis económica ha hecho que resulte más barato estudiar en Europa que en las prestigiosas universidades privadas libanesas

Para tensar más la situación, se ha reducido la duración de los visados turísticos de tres meses a uno –se hace pagar una penalización de 55 dólares a los que sobrepasen este periodo–, lo que contribuye a dificultar la ya no muy buena fluidez del aeropuerto. Se especula que esas multas deben servir para pagar al personal de la Seguridad General, que hace los trámites administrativos, ante la falta de recursos del Estado. De hecho, los funcionarios solo trabajan dos días por semana y reciben un salario de 200 dólares al mes desde el comienzo de la crisis económica en 2019.

Otra incertidumbre, comentada por la población, es qué va a pasar con la Fuerza de Interposición de Naciones Unidas (UNIFIL). De momento, se ha visto atrapada en el fuego entre Israel y Hezbolá, y su mandato no le permite intervenir para parar a los contendientes. El contingente, que tiene una nutrida presencia española, puede desempeñar un rol en una eventual solución.

Mientras tanto, la agravación del conflicto entre Hamás e Israel no contribuye a desbloquear la situación política interna en el país, y el Líbano sigue sin presidente e incapaz de un acuerdo interno para nombrarlo.

Para muchos, la solución es marcharse. El número de libaneses de todas las confesiones religiosas –y fundamentalmente jóvenes– que se van al exterior sigue en aumento. La crisis económica ha hecho que resulte más barato estudiar en Europa que en las prestigiosas universidades privadas libanesas, y los padres prefieren que sus hijos comiencen una carrera fuera de un país que se ha instalado en la crisis sociopolítica y que no ofrece un porvenir claro a largo plazo.

Tampoco se ha resuelto el problema de los refugiados sirios, cuyo número sigue aumentando (son alrededor de dos millones, según cálculos efectuados por los medios de comunicación), y cuya situación evidentemente empeorará si estalla un conflicto bélico a gran escala en el país.

Como se ve, el Líbano sigue siendo el resumen de todas las crisis de Oriente Medio, aunque, a pesar de todo, la vida sigue, en una región en la que se acumulan los conflictos no resueltos y en la que la comunidad internacional interviene cada vez de una forma menos resuelta, en gran medida, por lo complejo de la situación, y también por la falta de comprensión del problema.

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