Por qué los comunistas retoman el poder en las urnas

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Hace unas semanas, Polonia; luego, Rusia. Hélène Carrère d’Encausse, académica francesa, explicaba en Le Figaro (30-XI-95) las victorias electorales de comunistas en países ex soviéticos.

La «transición» a la economía de mercado es más dura para los débiles, y en toda sociedad hay más débiles que fuertes. Se comprende que la utopía reencuentre de repente sus derechos una vez que parece haber perdido sus corolarios amenazadores: la represión y la dominación soviética.

(…) Hay que añadir dos aspectos que dominan la vida política de las sociedades postcomunistas. En primer lugar, la duración de la historia comunista: cerca de medio siglo en los Estados dominados por la URSS, tres cuartos de siglo en la URSS. (…)

El sistema político específico del comunismo ha tenido consecuencias políticas muy particulares. Los partidos comunistas, al monopolizar no sólo el poder, sino también la educación, la promoción social, la información, han ocupado todo el espacio en que se forman las élites. (…) Eso explica que unos espíritus libres, de extraordinario coraje, hayan podido encabezar movimientos que han echado abajo el sistema comunista y, sin embargo, no estuviesen preparados para ejercer el poder político y económico. Y no han podido formar en pocos años las élites necesarias para una alternativa duradera. (…)

Los partidos comunistas tienen una larga tradición de lucha política -en el gobierno y en la oposición- y de ejercicio de poder. Los otros partidos han estado durante medio siglo sin raíces y prohibidos. (…) Crear nuevos partidos viables, capaces de atraer simpatizantes, requiere tiempo y experiencia. Los partidos comunistas tienen, en toda la Europa que fue sovietizada, el gran privilegio de no tener competidores serios. Tienen además militantes, electores habituados a reconocerse en ellos, organizaciones dispuestas a rehacerse. El éxito comunista en un país sugiere, de entrada, que podría repetirse en otros lugares.

Fuertes por su situación privilegiada, los partidos comunistas han tenido, además, la sensatez de adaptarse al periodo postcomunista, no sólo mediante el cambio de nombre, sino defendiendo, en general, la necesidad de reformas y la apertura a Europa. (…)

A esto se suma otro elemento de peso. La ruptura de 1989 no ha sido una verdadera revolución en la medida en que ha faltado lo que culmina las revoluciones: la eliminación de los que ejercían el poder y las responsabilidades, en beneficio de las nuevas élites. (…)

Esta estabilidad del personal político y económico -salvo en la cúspide- ha contribuido enormemente a desarrollar la idea de que la democracia, que nada ha de temer de los ex comunistas, puede reconducirles también a la cabeza del Estado. Para los electores que han votado a favor de comunistas o socialdemócratas, se trata de una elección de personas y no una elección de sistema. Están, en conjunto, convencidos de que el comunismo está muerto, aunque gobiernen los comunistas. El futuro mostrará si su juicio fue sabio o un error de apreciación.

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