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La difícil construcción del espacio mediterráneo

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El pasado 23 de febrero, el Papa Francisco se reunió en Bari con obispos de los países mediterráneos, en el marco del encuentro de reflexión y espiritualidad “Mediterráneo, frontera de paz”, una continuación del encuentro en el mismo lugar con obispos católicos y ortodoxos de la región en julio de 2018. Dichas reuniones muestran el interés del pontífice por esta zona geográfica, y de hecho ahí están sus continuas exhortaciones para la acogida de inmigrantes en Europa, que huyen de zonas de conflicto o simplemente de adversas condiciones políticas, económicas y sociales.

Pero el Mediterráneo es mucho más que un lugar de paso para la inmigración, convertido a menudo en un cementerio. La paz y la estabilidad no reinan en muchos países de sus orillas del sur y del este, y esto tiene consecuencias en la orilla norte. El Mediterráneo, como encrucijada de civilizaciones, se reduce a un lejano eco histórico ante la gravedad de los hechos que suceden en algunos de sus territorios.

Pese a todo, las palabras de Francisco son una invitación a no resignarse ante situaciones que se prolongan desde hace tiempo. Si nos atenemos a la historia, se podría decir que el único tiempo en que hubo paz y seguridad en las orillas mediterráneas fue el del Imperio romano. Sin embargo, el Papa hace un llamamiento a la construcción de la mediterraneidad al señalar que “el Mare Nostrum es el lugar físico y espiritual en el que se formó nuestra civilización, como resultado del encuentro de diferentes pueblos. Precisamente en virtud de su conformación, este mar obliga a las culturas y a los pueblos costeros a una proximidad constante, invitándolos a hacer memoria de lo que tienen en común y a recordar que solo viviendo en armonía pueden disfrutar de las oportunidades que ofrece esta región desde el punto de vista de los recursos, de la belleza del territorio y de las diversas tradiciones humanas”.

Una idea antigua

Esta idea de construcción de un espacio mediterráneo no es novedosa. Allá por la década de 1950, el alcalde de Florencia, Giorgio La Pira (1904-1977), organizó en la capital toscana congresos por la paz a los que acudieron personalidades de las dos orillas mediterráneas, tanto musulmanes como cristianos, e incluso del bloque comunista. La Pira fue un adelantado a su tiempo, un visionario que consideraba al Mediterráneo como “un gran lago de Tiberíades”, una encrucijada de culturas, del mismo modo en que lo era el lago de Palestina, en la “Galilea de los gentiles”, en tiempos de Jesús. El propósito de este político democristiano, hoy cerca de los altares, era construir puentes entre culturas y sistemas políticos diferentes, aunque su labor era vista con escepticismo por quienes contemplaban el panorama desde la simple óptica de la guerra fría.

Por otra parte, hace un cuarto de siglo, la Unión Europea puso en marcha el proceso de Barcelona, que se concretó en la Asociación Euromediterránea, intento de cooperación entre las orillas de tres continentes en la línea de lo que había sido el proceso de Helsinki entre el este y el oeste, con programas de cooperación en asuntos políticos y de seguridad, económicos y humanitarios. El proceso evolucionó en 2008, por iniciativa de la Francia de Nicolas Sarkozy, en la Unión por el Mediterráneo, concretada en unas mínimas estructuras burocráticas y en unos programas que no han tenido demasiada visibilidad. Sin embargo, la labor de Europa fue muy criticada al considerar que estas iniciativas no contribuyeron a modificar las situaciones existentes en los países del sur y solo beneficiaron a regímenes tiránicos en nombre de la estabilidad en la región.

“El Mare Nostrum es el lugar físico y espiritual en el que se formó nuestra civilización, como resultado del encuentro de diferentes pueblos” (Francisco)

A partir de 2011 las revueltas de la Primavera Árabe alimentaron un espejismo, que tampoco llevó a la transformación del espacio mediterráneo en el lado musulmán. Por el contrario, trajeron el ascenso del islamismo político, el estallido de guerras civiles o la implantación de regímenes autoritarios como alternativa al caos resultante, sin olvidar que en algunos países las revueltas contribuyeron a la perpetuación del inmovilismo, pues los gobernantes asustaban a sus súbditos con el temor a un vacío de poder.

Ser mediterráneos

Uno de los países europeos que más interés tiene por el Mediterráneo es Italia, pues se encuentra en su centro geográfico, y allí son frecuentes las iniciativas públicas y privadas sobre el tema. En abril de 2019 se celebró un seminario de estudios organizado por La Civiltà Cattolica, la veterana revista de los jesuitas, y que contó con la participación de expertos de la gran mayoría de países ribereños, particularmente periodistas y profesores universitarios. Sus trabajos han sido publicados en el libro Essere mediterranei, fratelli e cittadini del “Mare Nostro” (La Civiltà Cattolica, Ancora, 2020), coordinado por Antonio Spadaro.

La obra considera que el “Documento sobre la fraternidad humana, por la paz mundial y la convivencia común”, suscrito en Abu Dabi el 4 de febrero de 2019 por el Papa Francisco y el imán de la universidad de Al Azhar (ver Aceprensa, 6-02-2019), puede ser una destacada contribución para construir un espacio mediterráneo. Pero, además, el libro reflexiona sobre las fuerzas y las problemáticas que se oponen a la construcción de dicho espacio, sin dejar de subrayar que el Mediterráneo es el lugar de las tres religiones monoteístas, las del Dios de Abrahán.

Sin embargo, no se trata, afirma Spadaro, de que las religiones sustituyan a la política. Recordemos que el citado documento sobre la fraternidad humana subraya el significado espiritual de las religiones y sale al paso de su manipulación por esas religiones civiles que dan lugar a los fundamentalismos. La auténtica política es la que convierte a la gente en ciudadanos, con igualdad de derechos y deberes. El concepto de ciudadanía está relacionado con el respeto de las libertades públicas, que comprende también la libertad religiosa. El espacio mediterráneo es, por lo demás, una cuestión de construir la confianza entre los vecinos, una tarea que ha sido, y sigue siendo, ardua a lo largo del tiempo.

En el libro se destaca que uno de los mayores obstáculos para el surgimiento de la mediterraneidad es el auge de la singularidad y las identidades nacionales, una actitud instintiva de defensa ante el proceso de globalización. Hubo una época, la primera mitad del siglo XX, en que existió un Mediterráneo cosmopolita en ciudades de Egipto, Turquía, Túnez o Argelia, pero los nacionalismos barrieron esos ambientes y obligaron a las minorías extranjeras a trasladarse a Europa. Pero esta afirmación no encierra una nostalgia por el pasado colonial, que fomentó esas situaciones, sino que sirve para confirmar que toda situación de aislamiento siempre será aprovechada por los soberanismos para llenar vacíos y soledades.

Al desencuentro entre las dos orillas también ha podido contribuir lo que el historiador Andrea Riccardi ha llamado la desculturalización de las religiones. La única memoria histórica ha sido la de los conflictos seculares, aunque se hayan revestido de enfrentamientos religiosos. Los aspectos auténticamente religiosos han sido marginados por las políticas identitarias.

Déficit de fraternidad

Otra interesante reflexión de este libro se refiere a las ideas de la Revolución francesa, en particular la de la fraternidad. Lo cierto es que el liberalismo y el nacionalismo, hijos de esa Revolución, no cultivaron demasiado el eslogan de la fraternidad. En realidad, la Francia del siglo XIX, heredera del espíritu revolucionario, pretendió transportar al Mediterráneo las teorías de Saint-Simon y del positivismo, y esto se materializó en la construcción del canal de Suez por el ingeniero Ferdinand de Lesseps. Esta mentalidad hizo hincapié en los aspectos políticos y económicos para orientar el futuro de los pueblos del sur del Mediterráneo, pero en su concepción positivista del progreso, descuidó los aspectos religiosos y culturales, que son un distintivo permanente de la región. Quizás no haya sido muy diferente el enfoque de la UE en su política mediterránea, con los resultados ya conocidos.

Pese a todo, el panorama mediterráneo no es completamente negativo, aunque existan conflictos enquistados en algunos países ribereños. En cambio, en otros se ha tratado de construir un concepto de ciudadanía que desvincula la religión de la identidad nacional. Una religión puede ser mayoritaria entre una población, pero eso no tiene que significar la reducción de los ciudadanos de otras religiones a individuos de segunda categoría. En el libro se estudian los ejemplos de Albania, Líbano, Marruecos o el Túnez posterior a la Primavera Árabe, si bien esto no ha sido secundado en otros países, e incluso podría afirmarse que el pluralismo político y religioso ha retrocedido en la región.

El conflicto de Siria, que dura casi una década, ha sido también nocivo para la construcción de un espacio mediterráneo. Es una guerra atroz, de venganzas y exterminios, en la que se han visto implicadas potencias extranjeras como Rusia, Turquía, Irán o unos EE.UU. en franca retirada de Oriente Medio. La geopolítica resultante, con su secuela de intereses particulares, no favorece la paz y la estabilidad, como tampoco lo hace la ola de refugiados que ha ocasionado.

La inmigración marcará la historia de la región mediterránea

Los autores del libro recuerdan que el espacio mediterráneo nunca se construirá mirando al pasado. El Mediterráneo es una víctima del historicismo. Tal y como decía Predrag Matvejevic (1932-2017), un escritor ruso-croata que se consideraba el último yugoslavo, importa más la retrospectiva que la perspectiva. Con todo, la construcción mediterránea no guarda relación con la europea, pues no es una civilización única sino un eje de civilizaciones. El Mediterráneo está fragmentado en historias diversas, que se entrelazan unas con otras. Lo que da lugar a una unidad profunda, en opinión del historiador Marco Impagliazzo. Las conclusiones de este autor, que cierran el libro, insisten en la valiosa aportación del documento sobre la fraternidad humana, lo que supone, desde mi punto de vista, un mayor protagonismo para las sociedades civiles.

Por lo demás, el discurso del Papa Francisco en Bari subraya la importancia de un hecho que marcará la historia de la región mediterránea: la inmigración. Sus repercusiones son y serán evidentes en los países de origen, los países de tránsito y los países de destino. En consecuencia, como subraya el pontífice, la consabida retórica del choque de civilizaciones es inútil porque solo sirve para justificar la violencia y alimentar el odio.

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