Líbano, en medio de una guerra indeseada

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Entre la tenaza de Hezbolá, Siria e Israel
Las consecuencias del ataque israelí sobre Líbano son todavía tan imprevisibles en el conjunto del conflicto del Oriente Medio, que nadie se plantea, de momento, qué va a pasar en el propio país que empezaba a levantar la cabeza con gran esfuerzo. Tras la famosa «revolución del cedro» que forzó la evacuación de las tropas sirias, hace poco más de un año, el gobierno y los diferentes partidos estaban embarcados en un «diálogo nacional», que ha quedado en el aire.

En este tiempo, Líbano ha tenido que vérselas con una Siria cada día más hostil, que ha tratado, por todos los medios, de ocultar sus responsabilidades en el asesinato del ex primer ministro Rafic Hariri; ha afrontado múltiples complots y atentados y, sobre todo, ha tenido que habituarse a convivir con Hezbolá, un movimiento armado islamista, de confesión chiíta, subvencionado por Irán y de obediencia siria, convertido en una especie de Estado dentro del Estado.

Pese a todo y como fruto de esa impagable experiencia histórica de convivencia confesional y étnica (1), tan puramente libanesa, que le ha permitido sobrevivir a una cruel guerra civil, el Gobierno de Fuad Siniora y los dirigentes de los distintos partidos que lo apoyan así como de la oposición, emprendieron el pasado mes de marzo un «diálogo nacional» que, justo estos días, tenía prevista su reanudación después de ocho sesiones de tensos trabajos. Uno de los objetivos de ese foro era la aplicación de la resolución 1559 del Consejo de Seguridad de la ONU, que se remonta a octubre de 2004, por la cual se exigía -además de la retirada de las fuerzas sirias- el desarme y la disolución de la milicia chiíta, algo a lo que se ha opuesto con toda su energía, desde primer momento, el jeque Hasán Nasaral-lah, líder de Hezbolá.

Precisamente en pleno «diálogo nacional», el Consejo de Seguridad de la ONU volvía a reunirse el pasado 17 de mayo, para aprobar otra resolución, la 1680, en la que se lamentaba del escaso progreso observado en la aplicación de su anterior disposición, cuya base no era otra que el estricto respeto de la soberanía, unidad e independencia política del Líbano. En otras palabras: con un fondo de atentados permanentes y de hostilidad manifiesta de Siria, que tampoco ha querido impedir los flujos de armas hacia territorio libanés a través de unas fronteras imprecisas, Líbano se había hecho la ilusión de recuperar poco a poco su soberanía y de llegar a un arreglo con sus enemigos interiores, con una condición asumida: no entrar en confrontación con Israel.

Por qué ahora

Este ejercicio de equilibrio político, apoyado no sólo por Estados Unidos y Francia, sino también por Arabia Saudita y Egipto, se ha roto en mil pedazos con la decisión unilateral de Hezbolá de secuestrar a dos soldados israelíes días después de otra acción similar llevada a cabo por las milicias palestinas de Hamás, desde Gaza. Todas las preguntas que se hacen ahora van en una misma dirección: por qué Hezbolá, que cuenta con dos ministros en el Gobierno libanés y que había abandonado su juego favorito de hostigar a Israel, ha decidido, repentinamente, no sólo hacer causa común con el Hamás palestino, sino colocar a su propio Gobierno a los pies de los caballos de una guerra que nadie parecía querer en su país.

Aquí entramos en un terreno minado. Por un lado, Israel, que se escuda en su derecho a defenderse, alega con evidente cinismo que su acción desproporcionada contra Líbano tiene por objeto hacer cumplir la resolución 1559, esa especie de collar que nadie se atrevía a colocar en el cuello del gato chiíta libanés. Por otro, tenemos a un dictador, el presidente de Siria, el inexperto Bachar El Assad, que, según se ha contado en la prensa de Beirut, había jurado personalmente al propio Rafic Hariri, meses antes de que los servicios secretos sirios organizaran su asesinato, que destruiría el Líbano si un día se veía obligado a evacuar el país.

En tercer lugar, nos encontramos con la hostilidad manifiesta a Israel del régimen de los ayatolás iraníes, unida a la crisis internacional suscitada por su programa de enriquecimiento de uranio, cuyo desenlace -previsiblemente negativo- se esperaba para las próximas semanas. En realidad, todos los elementos han coincidido para desencadenar una especie de tormenta perfecta, en la cual ha cedido ya el punto más débil, Líbano, sin que su Gobierno ni sus habitantes tuviesen la más mínima preparación para resistir siquiera el primer embate de la oleada de fuego.

Pagar por las guerras ajenas

Puede que Israel se haya confundido al hacer pagar a todos los libaneses -que empezaban a habituarse a vivir sin la tutela siria- la factura de la debilidad de su Gobierno al no haber podido desarmar a Hezbolá. Pero es de tal envergadura la desproporción de los medios bélicos empleados frente a un Ejército débil, dividido y apenas armado y unos terroristas que saben muy bien cómo ocultarse, que sin duda está en juego una estrategia de mayor alcance. Lo que pretenda Israel en un futuro más o menos cercano, en connivencia con Estados Unidos, todavía parece demasiado sutil para verlo con claridad, sobre todo por la oscuridad del horizonte iraní, la permanente ofensiva terrorista en Irak, la inestabilidad creciente en Afganistán y la ausencia de perspectivas de empleo para la juventud palestina.

Pero dos cosas parecen bastante claras: la primera, que una vez más es Líbano el que sufre las consecuencias de las guerras de sus vecinos -la anterior fue la de Israel contra los «fedayines» de Arafat, que le costó el añadido de la ocupación durante veintidós años, de una parte de su territorio-; y la segunda es que ya no podrá hablarse en bastante tiempo de ninguna negociación israelí-palestina para poner en marcha la ingenua «Hoja de Ruta».

Lo peor es que la tormenta está arrastrando a los dirigentes moderados palestinos que soñaban con obligar a Hamás a reconocer la existencia de Israel como Estado libre y soberano… en una tierra que nunca será palestina. A partir de ahora ¿quién hablará de paz y con qué autoridad? Y, en relación con Líbano, ¿podrá recuperar la serenidad para intentar de nuevo la reconciliación nacional y quedar al margen del torbellino desencadenado por los odios de los islamistas a Israel? Todo vuelve a empezar en Oriente Medio, con un mismo escenario al fondo: Beirut en llamas y el éxodo de cientos de miles de libaneses que escapan de la muerte…

Manuel Cruz__________________(1) Ver segunda parte: «El Líbano, mosaico de comunidades y religiones».

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