Obama y la responsabilidad de los líderes africanos

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Nairobi. Los líderes africanos no han quedado indiferentes ante el discurso pronunciado por Obama en Ghana, en su primera visita al África subsahariana. Desde allí lanzó el mensaje de que el desarrollo depende del buen gobierno, de instituciones democráticas fuertes, de jueces independientes, de una prensa libre, asuntos que son responsabilidad de los propios africanos.

Barack Obama ha realizado su primera visita presidencial al África subsahariana como un relámpago, y el rugir de los medios a su alrededor ha sido como un trueno. Vino con su familia el 10 de julio, y antes de 24 horas se había marchado. A la hora de elegir un país africano se había decidido por Ghana, muy reconocida últimamente por sus limpias aunque polémicas elecciones (John Kufuor se retiró para dejar que su sucesor Atta-Mills, elegido según las reglas, asumiera el cargo). El poder judicial es también correcto, igual que las fuerzas de seguridad; y la tasa de corrupción se encuentra entre las más bajas del África subsahariana.

El lastre de la corrupción

A los nigerianos no les ha hecho gracia. Se preguntan por qué Obama ha ido a la pequeña Ghana y no a Nigeria, que constituye el gigante regional, el mayor país del África negra en población, y que posee tanto petróleo. Las autoridades de Kenia, la tierra desde la que partió a Estados Unidos el padre de Barack Obama en tiempos anteriores a la independencia, y donde viven aún muchos familiares del presidente, se sintió también desairada, aunque ha tendido a guardar silencio sobre el asunto.

De pronto, sin embargo, todo resultó claro en un discurso que Obama hizo unas horas antes de abandonar Ghana (ver texto completo). Allí mencionó a Kenia como ejemplo de país africano donde los gobernantes han fracasado en la lucha contra la corrupción, diciendo que sin gobiernos apropiados el desarrollo no alcanzará a las naciones africanas. Igual que Nigeria, Kenia figura en las listas de los países más corruptos de África.

De hecho, las acusaciones de Obama sobre la corrupción en Kenia no pudieron ser más claras. Ningún país, dijo, podrá crear riqueza si sus líderes explotan la economía para su propio enriquecimiento, o si la policía puede ser comprada por el narcotráfico. Ninguna empresa querrá invertir en un sitio donde el gobierno se lleva una tajada del 20%, o donde las autoridades aduaneras son corruptas. Nadie querrá vivir en una sociedad donde el imperio de la ley deja paso al imperio de la brutalidad y del soborno. Eso no es democracia: es tiranía, y ahora es el momento de ponerle fin. La reprimenda continuó, y también dijo el presidente que su familia keniana vive aún en la pobreza, y que los logros del país en la resolución de conflictos son escasos. Hubo, sin embargo, palabras de elogio para la empresa y la sociedad civil kenianas, que se unieron para detener la violencia post-electoral. Pero no para el gobierno, algunos de cuyos miembros son altamente sospechosos de haberla fomentado.

La distinta evolución de Kenia y Corea del Sur

Como era de esperar, algunos dirigentes kenianos juzgaron demasiado ásperas las críticas; pero el primer ministro Raila Odinga, de quien dicen que es pariente lejano de Obama, explicó a la gente que era necesario prestar atención a las ideas del presidente. Cuarenta años antes, dijo, las economías de Kenia y de Corea del Sur estaban al mismo nivel, pero hoy en día Corea es 40 veces más fuerte que Kenia. Corea exporta multitud de cosas a Kenia, incluyendo productos de Hyundai, de Daewoo y de Samsung, mientras Kenia no exporta nada hacia Corea. ¿La principal razón de esto? El deficiente liderazgo, según Odinga.

El ciudadano de a pie, por su parte, se lo ha tomado aún con mayor realismo. Las personas a las que he preguntado me han respondido que se alegran de que Obama haya dicho lo que dijo, puesto que en Kenia son escasas las bocas dispuestas a airear las verdades, o capaces de hacerlo. “Sólo los de la tierra de su padre esperan de él que haga algo que les beneficie. Nosotros no -explicaban-, no es el presidente de Kenia”.

Contra los “hombres fuertes”

Obama, en un discurso que podría haber hecho cualquier presidente de Estados Unidos, pero que resultaba más contundente viniendo de alguien con sangre africana, afirmó que África no necesita hombres fuertes, sino fortaleza en las instituciones. Algo que viene muy a cuento justo cuando los tentáculos de la Corte Penal Internacional alcanzan a los “hombres fuertes” africanos acusados de crímenes contra la humanidad. Charles Taylor, antiguo jefe de Estado en Liberia, se encuentra ahora mismo en La Haya, llamado a juicio por sus actos en Sierra Leona; contra Joseph Kony, el líder rebelde del norte de Uganda, responsable del secuestro de niños para alistarlos como soldados y de múltiples mutilaciones, violaciones y asesinatos, se libró hace tres años orden de busca y captura; y, más recientemente, también contra Omar Bashir, presidente de Sudán. Bashir es sospechoso de haber planeado la tragedia de Darfur, y acaba de cancelar una visita a Uganda donde Luis Moreno Ocampo, fiscal jefe de la Corte Penal Internacional, ha afirmado en días recientes que el gobierno ugandés estaría obligado, como signatario del Tratado de Roma, a arrestar y a entregar a Bashir si éste entra en su territorio.

También por estos días los medios kenianos se han hecho eco de rumores a propósito de un sobre entregado a Moreno Ocampo por Kofi Annan, mediador para conseguir la paz en Kenia tras la violencia del año pasado. En ese sobre estarían los nombres de las personas que se cree más seriamente comprometidas en la incitación a la violencia. Se presume que el gobierno de Kenia votará esta semana sobre el establecimiento de un tribunal especial en Nairobi para procesarlas, o sobre la posibilidad de remitirlas a La Haya. Una encuesta digna de crédito publicada el 19 de julio afirmaba que el 68% de la población estaba a favor de la última solución, y que sólo el 13% piensa que puede confiarse en la honestidad de un tribunal que se establezca y opere en Kenia. En cualquier caso, y puesto que los líderes kenianos apenas comienzan a aprender el significado práctico de la democracia, esta presión popular no resultará demasiado significativa cuando vote el parlamento.

Con todo, el presidente Obama tuvo también algunas palabras alentadoras sobre la evolución política en África: “Hemos visto -dijo- incontables ejemplos de gente que asume el control de su destino y cambia las cosas de arriba abajo (…). Lo hemos visto en Sudáfrica, donde más de tres cuartos de los electores han votado en las últimas elecciones, las cuartas desde el fin del apartheid. Lo hemos visto en Zimbabue, donde la Election Support Network desafió la brutal represión para defender el principio de que el voto de una persona es un derecho sagrado”.

Quizá sin darse cuenta, Obama ha apuntado en la dirección que debe tomar, y que tomará, la política en África: la del poder popular. Desde las independencias, hace casi cincuenta años, los africanos generalmente se han desencantado de sus líderes, elegidos o no. Con la educación, la apertura al mundo y la mejora de las comunicaciones, cada vez son más los que dicen y escriben que los líderes deben dar cuenta de sus actos y, con frecuencia, que se necesita un modelo de democracia como la americana, el respeto por los derechos y la oportunidad, en teoría y en la práctica, de acceder al gobierno independientemente de la raza o del origen. Al votar a su primer presidente “negro”, los Estados Unidos no se imaginaban que habían comenzado a hacer una revolución en África.

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