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Los rehenes libaneses

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¿Basta sufrir una agresión injusta para que esté justificado cualquier uso de la fuerza? Esta cuestión clásica de la legítima defensa se ha puesto dramáticamente de actualidad cuando la maquinaria de guerra de Israel se ha dedicado a machacar el Líbano en respuesta al ataque de Hezbolá, que causó la muerte de siete soldados y la captura de otros dos.

Frente a las acusaciones de un «uso desproporcionado de la fuerza», la ministra de Asuntos Exteriores israelí, Tzipi Livni, respondía: «La proporcionalidad hay que medirla no en relación al hecho ocurrido, sino a la amenaza, y la amenaza es mayor y más amplia que los soldados capturados». La amenaza sería el riesgo permanente que supone la milicia de Hezbolá, que quiere acabar con Israel.

Sin embargo, la magnitud del desastre provocado por los bombardeos israelíes va mucho más allá de la lucha contra Hezbolá: centenares de muertos y más de mil heridos en los primeros días (la mayoría civiles), medio millón de desplazados, destrucción sistemática de las infraestructuras (carreteras, puentes, aeropuertos, centrales eléctricas…), misiles contra barrios de viviendas. Esta furia destructiva, no ciega sino bien planificada, ¿no transforma a su vez al agredido en injusto agresor de la población civil?

La idea de que la respuesta es proporcional no a la agresión sufrida sino a la amenaza, puede llevar a justificar una creciente escalada de horror: hay que destruir las carreteras, los puentes y los aeropuertos porque así se evita que la guerrilla de Hezbolá pueda ser abastecida de armas o que traslade a los soldados israelíes capturados; se pueden bombardear los barrios de viviendas civiles donde se supone que se guardan misiles que luego se disparan contra Israel; se pueden destruir las centrales eléctricas y telefónicas porque así se dificultan las comunicaciones de la milicia islámica…

Sin embargo, la ministra de Exteriores de Israel ha querido marcar la diferencia entre las acciones de sus enemigos y las del ejército israelí: «No es lo mismo una situación en la que los terroristas tratan de matar civiles, y los errores y accidentes que ocurren» en una acción militar. «Nuestra intención no es alcanzar a los civiles», aunque es inevitable si los milicianos se esconden entre ellos.

Sin duda, el terrorista suicida y los milicianos de Hezbolá que lanzan cohetes contra pueblos de Israel muestran un evidente desprecio por la vida de civiles inocentes y deben ser combatidos. Pero antes de proclamar su superioridad moral, el gobierno israelí debería comprender que la comunidad internacional no le juzga por sus intenciones declaradas sino por sus acciones. Si por eliminar a un dirigente de Hamás lanza un misil que liquida de paso a vecinos o viandantes que pasaban por allí, está demostrando que la vida de civiles inocentes le trae sin cuidado. Si se bombardea sistemáticamente zonas densamente pobladas como en Gaza o en barrios de Beirut, las víctimas civiles son inevitables, sean cuales sean las intenciones del que dispara. Si se destruyen metódicamente las infraestructuras civiles, no se puede decir que no se pretende causar daño a la población, que se verá privada de medios de transporte, de suministro de alimentos y de medicinas.

Para demostrar que no pretende causar víctimas civiles, el ejército israelí lanza hojas volanderas en los barrios atacados, pidiendo a la población que abandonen los lugares. Pero también vendría bien que alguien lanzara folletos sobre el ejército de Israel con el texto de las Convenciones de Ginebra que, para proteger a los civiles que no participan directamente en las hostilidades, prohíben, en cualquier tiempo y lugar, «los atentados contra la vida y la integridad corporal», «los castigos colectivos», «la destrucción de bienes muebles o inmuebles… que no sea absolutamente necesaria por las operaciones bélicas», «la toma de rehenes»…

La realidad es que Hezbolá e Israel han tomado como rehenes al pueblo libanés para conseguir sus fines. Y si los cohetes de Hezbolá pueden sembrar la muerte entre la población civil de Israel, la sistemática destrucción a la que se dedica el ejército israelí en el Líbano responde indudablemente a un castigo colectivo para inculcar el mensaje de que al país le conviene deshacerse de Hezbolá. Pero las acciones contra rehenes inocentes como represalia contra la agresión de otros siempre se ha conceptuado éticamente inaceptable.

La destrucción de las infraestructuras y de los instrumentos de gobierno en Palestina y el Líbano solo puede contribuir al caos. Y esto es lo menos propicio para que pueda surgir ese gobierno responsable capaz de poner coto a los radicales, que Israel dice desear.

Ignacio Aréchaga____________________Ver también Aceprensa 84/06: «Líbano, en medio de una guerra indeseada».

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