Las raíces culturales de Europa

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En su libro Europa, la vía romana (1995), el pensador francés señaló que la cultura europea se levantaba sobre la dicotomía entre Oriente y Occidente. Sus reflexiones sobre las raíces que definen la civilización europea vuelven a estar de actualidad, cuando se habla de llevar a cabo una refundación histórica de la UE.

Brague distingue dos mecanismos de asimilación cultural: el de digestión y el de inclusión. El patrón de todas las culturas es el primero: tratan de convertir en su propia sustancia el legado de otras tradiciones. Europa es excepcional, pues su cultura ha funcionado por inclusión, es decir, “aceptando en sí misma elementos que, sin embargo, siguen siéndole extraños”.

Para este filósofo, el rasgo propio de la cultura europea es el de la romanidad o latinidad. En este sentido, se encuentra siempre, como Roma, llamada a elevarse hacia el clasicismo y a profundizar en el legado que ha recibido, pero también amenazada por la tentación de la barbarie. Es esa una de las principales tensiones que definen su identidad.

Asimismo, Europa se construyó sobre dos fuentes que importó, la judeocristiana y la pagana, y por lo tanto es una cultura secundaria, excéntrica. Ha de realizar continuamente esfuerzos por ser fiel a ambas tradiciones, pero debido a esa doble herencia cultural también se encuentra “marcada por el sentimiento nostálgico de alienación e inferioridad, respecto de unas fuentes, que suscitan nostalgia”.

Europa vive de una tensión y una división inexorables: entre judeocristianismo y paganismo, entre cultura y barbarie, entre Oriente y Occidente

Su identidad, pues, vive de una tensión y una división inexorables: entre judeocristianismo y paganismo, entre cultura y barbarie, entre Oriente y Occidente. Europa, explica Brague, “presenta un rostro con cicatrices, que conserva la señal de las heridas que la constituyen”. Pero es necesario que los europeos guarden el recuerdo de sus divisiones, en primer lugar, para saber lo que son y, en segundo término, para que sean conscientes de lo que han recibido.

Europa cristiana

Frente a los eurocéntricos, Brague señala que es preciso reconocer que, en cuanto cultura, Europa vive de esas fuentes que le son ajenas y añade que los europeos “en el fondo, no hemos inventado nada, pero hemos sabido transmitir, sin interrumpir el caudal” cultural que nos constituye. Por otra parte, la cultura europea está caracterizada por un dinamismo que le exige relacionarse continuamente con esas tradiciones externas de las que se nutre.

En relación con el cristianismo, sería inexacto decir que es un simple componente de la cultura europea. No, sostiene el pensador francés. Si lo fuera, no habría motivo para darle mayor importancia que a otros de sus ingredientes, como la cultura grecorromana. Para Brague, el cristianismo es decisivo porque es el que ha definido la inusual forma que ha tomado la civilización europea, por lo que “un esfuerzo a favor del cristianismo no tiene nada de partidario o interesado. Con él, es el conjunto de la cultura europea el que se ve defendido”.

Afirmar, como Brague, que el cristianismo es esencial tanto para la cultura como para la identidad europeas no supone promover una conquista religiosa, sino empeñarse por afianzar y defender las convicciones y valores que la cultura cristiana ayudó a promover, como la limitación del poder político, la separación entre lo religioso y lo secular, la ley natural, la dignidad o la igualdad.

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