Juan Pablo II moviliza las armas del ayuno y la oración contra la guerra

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Roma. Desde que el pasado 18 de noviembre Juan Pablo II anunciara la convocatoria de una jornada de ayuno por la paz en el mundo y un encuentro interreligioso en Asís (Italia) por esa misma intención, la situación internacional se ha complicado si cabe aun más, con la agravación de la crisis en Tierra Santa, mientras que han aumentado las muestras de adhesión a la iniciativa del Papa.

El recurso al ayuno no es nuevo en la actuación de Juan Pablo II. El propio Papa se ha referido en varias ocasiones al espíritu que ha inspirado esta jornada de ayuno prevista para el 14 de diciembre, un día que además de caer en pleno adviento, que invita a los cristianos a preparar la venida del Salvador, coincide con el fin del ramadán, el mes de ayuno que siguen los musulmanes. El Santo Padre ve esta práctica, de fuerte raigambre cristiana, no como una mera acción testimonial sino como un modo de pedir a Dios que cambie el corazón de los hombres.

«El ayuno -explicó el Papa en el Angelus del 9 de diciembre- expresa dolor por una grave desgracia, pero también la voluntad de asumir, en cierto sentido, la responsabilidad, confesando los pecados y comprometiéndose a convertir el corazón y las acciones hacia una mayor justicia con Dios y con el prójimo. Al ayunar, se reconoce con confiada humildad que una auténtica renovación personal y social solo puede venir de Dios, del que todos dependemos radicalmente». Juan Pablo II ha subrayado además que un fruto del ayuno ha de ser la limosna: «El ayuno permite compartir el pan cotidiano con quien no lo tiene, más allá de todo pietismo o asistencialismo engañoso». Por eso ha pedido que aquello que no se gasta al ayunar se ponga a disposición de los pobres. Con este fin, la Santa Sede ha abierto cuentas corrientes para recibir donativos con destino a las víctimas del terrorismo y la guerra.

En una nota preparada por la oficina encargada de las celebraciones litúrgicas del Santo Padre se ofrecen también indicaciones sobre el modo de vivir esta iniciativa en todo el mundo. La nota subraya que los obispos deben vigilar en sus propias diócesis para que el ayuno se desarrolle «en el estilo de discreción querido por Jesús y esté orientado sobre todo a conseguir el don de la paz y la conversión del corazón». Precisa también que el día de ayuno hay que entenderlo en un sentido más amplio que el ayuno previsto por las normas de la Iglesia, de modo que se anime a participar libremente a todos los fieles, incluidos los niños y los ancianos, con las modalidades que en cada caso se vean oportunas.

Es la cuarta vez que Juan Pablo II convoca una jornada de ayuno para pedir por la paz en el mundo. La primera y más famosa tuvo lugar el 27 de octubre de 1986, cuando el enfrentamiento entre Estados Unidos y la Unión Soviética atravesaba una fase muy tensa, con el riesgo -reconocido luego por algunos protagonistas- de verdadero conflicto nuclear. En aquella ocasión se logró una tregua simbólica de todos los conflictos por espacio de 24 horas. Las otras dos jornadas tuvieron por objeto pedir por la paz en Bosnia y se celebraron, respectivamente, el 10 de enero de 1993 y el 21 de enero de 1994.

La novedad del llamamiento para el próximo 14 de diciembre es que el día de ayuno será completado con un encuentro interreligioso que se celebrará en Asís en otra fecha, el 24 de enero de 2002 (en las convocatorias de 1986 y 1993 se celebraron también reuniones interreligiosas en Asís, pero tuvieron lugar el mismo día del ayuno; en la jornada de 1994 no hubo ningún acto público). Ese encuentro interreligioso estará precedido por una vigilia de oración. En Asís, dijo el Papa al anunciar la iniciativa el 18 de noviembre, «queremos reunirnos, especialmente los cristianos y los musulmanes, para proclamar ante el mundo que la religión no debe convertirse jamás en causa de conflicto, de odio y de violencia».

En cada diócesis, según indica la nota de la oficina de las celebraciones litúrgicas del Santo Padre, el obispo establecerá un lugar adonde ir de peregrinación «para implorar al Señor el don de la paz y la conversión del corazón», en una fecha comprendida entre el 14 de diciembre y el 24 de enero. Se sugiere la posibilidad, si se considera oportuno, de organizar una peregrinación diocesana presidida por el propio obispo.

La nota añade también que corresponde al obispo organizar la vigilia de oración en su propia diócesis, invitando -si fuera el caso- a representantes de otras religiones (pero «evitando todo peligro de sincretismo»). El obispo debe alentar que se tengan en todas las parroquias vigilias de oración por esas intenciones y que los fieles sigan, en la medida de lo posible, a través de los medios de comunicación, el encuentro de Asís, en comunión con el Santo Padre.

Diego Contreras

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