Autores y grupos de diversas tendencias políticas defienden la necesidad de acelerar el progreso tecnológico para propiciar cambios sociales. De acuerdo con otros, el aceleracionismo puede ser perjudicial y deshumanizador.
Hay un rasgo en el capitalismo que Marx no acertó a descubrir: su capacidad adaptativa. Pensaba que, en lugar de mutar, terminaría colapsando. Desde que murió el autor de El capital, sus herederos tuvieron que estudiar cómo acomodar el comunismo para acabar con la deriva injusta del libre mercado.
Desde entonces, vivimos en una dialéctica constante entre quienes creen que lo que hoy se llama neoliberalismo no tiene alternativa y los que, por el contrario, siguen atisbando síntomas indicadores de que su liquidación está próxima. En este contexto surge el aceleracionismo, una corriente intelectual, algo esnob, que se sitúa como puente entre ambas tendencias y cuyo éxito se debe probablemente a que actualiza aquella vieja discusión.
Tipología de un movimiento confuso
Acuñado hace poco más de diez años por Benjamin Noys, un académico británico experto en Teoría Crítica, el origen del término proviene de una novela distópica escrita en 1967 por el norteamericano Roger Zelazny. En El señor de la luz, los aceleracionistas constituían un grupo de aguerridos revolucionarios que luchaban por conducir a la sociedad a su último estadio evolutivo.
Con la palabra “aceleración” puede suceder lo mismo que con el fetichismo del progreso: ¿Acelerar hacia dónde? ¿Y a costa de qué?
Ahora bien, a un diletante en el campo de las ideologías políticas le puede suceder con la palabra “aceleración” lo mismo que con el fetichismo del progreso. ¿Acelerar –progresar– hacia dónde? ¿Y a costa de qué?
Nadie en su sano juicio dudaría en avanzar por un camino, siempre que condujera a un destino supuestamente beneficioso y mejor. A ese grupo pertenecerían los “aceleracionistas de derechas”, por decirlo así, llamados también neorreaccionarios o tecnooptimistas. Defienden acabar con la democracia liberal y hacer realidad los ideales transhumanistas. Un credo que, como todo el mundo puede imaginar, campea a sus anchas por Silicon Valley.
Pero, como estamos ante un movimiento que, según Alejandro Galliano, es “confuso y caótico”, existen “aceleracionistas de izquierdas”. ¿Qué sugieren? Que la nueva lucha de clases requiere llevar al sistema hasta sus últimas consecuencias, extremar su lógica, a fin de apropiarse en su postrer momento de sus energías y transformarlo. Su convicción es que, acelerando, el neoliberalismo implosionará, dando lugar al mundo libre y justo soñado por los utópicos de todos los tiempos.
Un mismo enemigo
Ya sea en uno o en otro bando, los aceleracionistas están de algún modo triunfando gracias a su indefinición. Siendo un movimiento tan extenso –tan prolífico en escuelas y subgrupos–, es fácil identificarse con alguno de sus rasgos. Por otro lado, los aceleracionistas difunden ideas antiguas –lucha de clases, progreso, tradición y ruptura–, pero empleando novedosos canales de difusión y una jerga refulgente.
Sus detractores, en efecto, lo presentan como un movimiento surgido al margen del mundo académico, demasiado activista y combativo en redes sociales. Y censuran muchos de sus textos por abusar del estilo panfletario y del efectismo. Poco a poco, sin embargo, el aceleracionismo se ha ido convirtiendo en moda, especialmente en determinados ambientes ideológicos, según escribe Andy Beckett en The Guardian.
Resulta evidente que las dos tendencias en el seno del aceleracionismo discrepan en cosas sustanciales. Por ejemplo, no se ponen de acuerdo en los medios que impulsan la evolución social. Tampoco cuando definen el sentido de una sociedad emancipada. Para los escorados a la izquierda, el objetivo es crear sociedades igualitarias, inmunes al virus neoliberal; para la derecha, de querencias darwinistas, en política sucede como en el mundo animal: sobreviven los más fuertes.
¿Y las semejanzas? Está claro que en los dos es clave el papel de la tecnología: constituye la fuerza imparable, el factor impulsor del progreso, una especie de coeficiente que multiplica la velocidad social. Más importante es otro aspecto cuya atención han soslayado hasta ahora quienes se han acercado a este fenómeno: su antropología. Y es que, se sitúe uno en el viejo búnker comunista o vislumbre el futuro desde una incubadora tecnológica, se concibe la humanidad como una especie absoluta, capaz de gobernar arbitrariamente su destino; retorcer, llegado el caso, el curso de la historia y guiarse por los fríos mandatos de una razón calculante.
Aceleracionismo de izquierdas
Nick Srnicek y Alex Williams fueron quienes dieron al aceleracionismo de izquierdas el espaldarazo que necesitaba. En 2017, publicaron ¡Acelera! Manifiesto por una política aceleracionista. Allí remontaban su lucha a Marx, pero más en concreto a El Anti-Edipo, la obra escrita a cuatro manos por Gilles Deleuze y Félix Guattari en 1972. Según indica Olivier Alexandre, estudioso francés, estos autores recuperaban esa longeva idea marxista de acuerdo con la cual las leyes de la evolución capitalista provocarían su debacle.
No se piense que fue una boutade, como tampoco lo es su reivindicación contemporánea. El Anti-Edipo se escribió en un momento histórico en el que la izquierda comenzaba a apropiarse de la lucha cultural –el 68–; ante ello, la vieja guardia marxista recobraba una lectura estrictamente económica. O sea, estamos ante Marx en estado puro.
El capitalismo ha llegado a un punto de parálisis, en el que, a fin de evitar su destrucción, reprime el avance
Hoy también la izquierda se halla en una encrucijada, debatiéndose entre abanderar el posmodernismo woke –raza, género, descolonización cultural– o recuperar sus raíces materialistas. A este respecto, Srnicek y Williams conminan a “aprovechar todos y cada uno de los avances científicos y técnicos que hace posible la sociedad capitalista”, su base material para llevarla más allá de sí misma.
El neoliberalismo es conservador
Se trata del viejo lema: si no puedes con el enemigo, únete a él. Este tipo de aceleracionismo sostiene que, remando a favor de las fuerzas productivas, científicas y tecnológicas, se puede subvertir el sistema desde dentro. De hecho, el capitalismo ha llegado a un punto de parálisis, en el que, a fin de evitar su destrucción, reprime el avance. Ahí están las tendencias monopolísticas, los lastres al librecambio, las guerras explotadoras o las represiones frente a los modelos de propiedad comunitarios que conlleva el desarrollo tecnológico.
En los sesenta, se produjo en el seno de la London School of Economics un debate entre Michael Oakeshott y Friedrich A. Hayek. El primero, un conservador burkeano, afirmaba que el conservadurismo consistía en dejar las cosas como están. ¿Para qué cambiarlas si todo funciona razonablemente? Hayek contestó en un texto ya canónico –“Por qué no soy conservador”-, señalando que la apertura a lo nuevo era uno de los rasgos idiosincráticos de la doctrina liberal.
Para Srnicek y Williams, sin embargo, llega un momento en que el capitalismo liberal se petrifica y, a pesar de lo dicho por Hayek, se opone al cambio, imposibilitando la emancipación. La respuesta no es enderezar el progreso, sino llevarlo hasta su consumación. Gracias a este impulso deliberado de las fuerzas materiales, se multiplicarán los conflictos sociales, la auténtica espita de la transformación social y política. ¿Hay algo más progresista?
Vieja y nueva política
Los aceleracionistas de izquierdas critican las estrategias anticapitalistas tradicionales. A esta forma vieja de hacer política la denominan folk: es la apuesta por la resistencia ante el poder, el activismo local, la organización horizontal. Se trata de una política nostálgica, poco eficaz para enfrentarse a las hordas neoliberales.
El aceleracionismo tiene otro plan, que ellos resumen en tres pasos. En primer lugar, hablan de la necesidad de reconstruir una infraestructura intelectual. Srnicek y Williams envidian las plataformas conservadoras y sus think tanks, y creen que la izquierda debe copiar su funcionamiento. A ello se suma, en segundo término, la reforma a gran escala de los medios. “A pesar de la aparente democratización que ofrecen internet y las redes sociales, los medios de comunicación tradicionales siguen siendo claves para seleccionar y elaborar el discurso”, escriben.
En tercer lugar, se debe reconstruir el poder de clase. Y es aquí donde entran la eficacia tecnológica y las formas de organización digitales. Los aceleracionistas creen necesario aprovecharse del potencial de la desterritorialización, por ejemplo, creando redes de lucha globales, estableciendo nuevas formas de autogestión o respaldando el dinero virtual. Asimismo, en lugar de reivindicar el trabajo artesanal o el decrecimiento, apuntan que la sociedad de la información favorece el empoderamiento cívico.
Desde un punto de vista económico, defienden la automatización del trabajo como camino para llegar a una sociedad en que se pueda prescindir de él, como soñaba Marx. Esas ideas, combinadas con la renta básica universal, harán posible que cada individuo se dedique a desarrollar una vida plena, en un contexto social libre, justo e igualitario.

Aceleracionismo oscuro
Solo tres años después de publicar su manifiesto, Srnicek y Williams tomaron una decisión sorprendente: anunciaron que dejarían de autodenominarse aceleracionistas; serían “postcapitalistas”. Aunque han dicho que el motivo era que el término se había popularizado en demasía, en realidad la causa tiene nombre propio: Nick Land.
Land, profesor de la Universidad de Warwick, fue el primero en analizar la imbricación entre tecnología, capitalismo y aceleración. Habiéndose inspirado en algunos de sus trabajos pioneros, Srnicek y Williams deploran el viraje a la derecha que ha dado el que consideran, además, uno de los mayores exponentes de la filosofía ciberpunk.
¿Qué propone ese aceleracionista reaccionario de Land? Desea incrementar la velocidad del desarrollo tecnológico a fin de dar la estocada al orden democrático y conformar sociedades hiperliberales. Lo cierto es que la obra de Land se ha convertido en un batiburrillo de ideas reaccionarias, oscurantistas, conspiranoicas y transhumanistas. En su opinión, el proyecto moderno ha llevado a sociedades mediocres y compasivas, en las que valores como la igualdad han obstaculizado la realización de la verdadera libertad.
A Land se le ha asociado con otro movimiento enigmático: la “Ilustración Oscura”, cuyo líder principal es un ingeniero informático llamado Curtis Yarvin. Lo que propone es un régimen antidemocrático, aunque no tan conservador como para despreciar los avances tecnológicos. Es más: este tipo de activistas creen que la tecnología no solo beneficiará la economía, sino que permitirá a una elite rica liberarse de la servidumbre de su cuerpo.
Los críticos del aceleracionismo
Pero volvamos a Marx. Siendo crítico con la civilización burguesa, intelectualmente confiaba en los ideales ilustrados. O sea, era un moderno. Se encontraba demasiado cerca de la creación del mito del progreso como para ver su lado menos halagüeño. ¿Acaso podía desconfiar del progreso alguien que, como el de Tréveris, se preciaba de haber descubierto el motor de la historia?
Tuvo el marxismo que depurarse y transformarse en Teoría Crítica para convencerse de que el paso del tiempo no determinaba el nacimiento de sociedades más justas. Auschwitz, Stalin o Hiroshima pusieron de manifiesto el siniestro rescoldo dejado por la racionalidad técnica e instrumental que auspiciaron las Luces.
Al abrigo de la Teoría Crítica, han aparecido una serie de autores que llaman la atención, precisamente, sobre los peligros de la aceleración. Sin ser excesivamente originales, se han subido a la ola de Adorno, Horkheimer y Habermas para recordarnos que, como sugirió Benjamin, el progreso tiene sus víctimas. La aceleración, a decir de Alex Honneth o Hartmut Rosa, podría multiplicarlas casi de modo exponencial.
La lentitud como revulsivo
Junto a los prebostes de la Escuela de Frankfurt, hay otro autor, casi desconocido, que inspira a los antiaceleracionistas. Se trata de Paul Virilo (1932-2018), un urbanista francés formado al calor del 68. Virilo se mostró hostil a la difusión indiscriminada de la técnica, entre otras razones porque juzgaba erróneo considerarla neutral. Lo técnico transformaba la condición del ser humano, de su mundo y su experiencia.
Según Harmut Rosa, embarcados en un viaje frenético hacia la libertad, hemos alcanzado una velocidad de crucero que nos ha hecho olvidar cuál es la parada final
Asimismo, la sociedad moderna sufría una transformación del sentido del tiempo y del espacio, decía. La velocidad de los nuevos cambios sumía a la sociedad en el caos. Virilo comparaba nuestra situación con la de épocas precedentes, en las que, gracias a la seguridad de los ritmos y rituales, todo encontraba su sitio.
En Alienación y aceleración (Katz, 2016), Hartmut Rosa sigue un enfoque parecido. Para el sociólogo alemán, el proyecto moderno no se sustenta tanto sobre la idea de progreso como sobre el descubrimiento de que el ser humano es agente del mismo. Por eso, se valora tanto la aceleración. Sin embargo, embarcados en un viaje frenético hacia la libertad, hemos alcanzado una velocidad de crucero que nos ha hecho olvidar la parada final de nuestra travesía.
Resonancia y lentitud
Y no solo es el destino colectivo lo que se halla en juego. En los propios individuos, la aceleración deja una huella alienante, socavando la estabilidad y destruyendo la lentitud reflexiva necesaria para preguntarse por el sentido de la existencia. Rosa vincula otros fenómenos de hoy –la hiperconexión, la competitividad, la polarización, la escasez de atención o el consumismo desbocado– con la vertiginosidad de las formas de vida.
¿Cómo acabar con esta dinámica? El pensador alemán propone el concepto de resonancia. Según indica en Remedio a la aceleración (Ned Ediciones, 2019) o en Resonancia (Katz, 2025), se trata de recuperar nuevamente una relación prístina con lo que nos rodea, siendo receptivos, abriéndonos a los acontecimientos y, especialmente, al otro.
Eso no quiere decir que se tenga que rechazar el progreso; muy cabalmente, la idea es que todo avance que deshumaniza es, claro está, una regresión. ¿Quién consideraría necesario avanzar hacia un estado salvaje, ya felizmente superado?