El mensaje de los pilotos israelíes

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Hace apenas dos semanas veintiséis pilotos de Ejército del aire israelí asombraron a la opinión pública al negarse a seguir cumpliendo misiones que supusieran lanzar misiles o bombas en lugares con población civil palestina. El escritor israelí David Grossman reflexiona sobre esta declaración en un artículo de El País (16 octubre 2003).

Que unos militares israelíes se nieguen a participar en misiones en los territorios ocupados o contra civiles palestinos, no es algo novedoso, ya que sucede desde hace unos años, especialmente desde que comenzó la segunda intifada. Pero los pilotos que han adoptado ahora esta postura rebelde forman parte de una elite muy bien considerada, y la opinión pública de Israel se ha sobresaltado.

Según Grossman, «el mensaje de los pilotos es que, incluso aunque los palestinos hoy en día son capaces de atentar gravemente contra Israel y sus ciudadanos y pese que los líderes terroristas responsables del asesinato de decenas de civiles israelíes sean un objetivo legítimo, con todo esta guerra es la guerra entre una potencia militar y una población civil, y en una guerra así es la potencia militar la que debe ponerse unos límites realistas y éticos, a pesar de que el Ejército israelí no atente de forma intencionada contra los civiles inocentes y todo se produzca en el contexto de la lucha contra el terrorismo. En cualquier caso, la predisposición del Estado de Israel a contar con la posibilidad de provocar la muerte accidental de ciudadanos supone un desprecio por la vida humana y es parte del deterioro enorme y continuo fruto de la ocupación».

Del mensaje que los pilotos pretenden trasmitir a la sociedad de Israel se desprende que «incluso si el objetivo de la operación militar es atentar contra un asesino desalmado, el hecho de que un Estado ordene a sus pilotos lanzar una bomba en un barrio de una de las zonas más pobladas del mundo, y sabiendo que con ello pueden morir civiles inocentes, indica que ese Estado está actuando en gran medida como una organización terrorista. Y cuando un Estado ordena a sus pilotos lanzar un misil de gran potencia contra un coche que circula entre peatones, aunque en absoluto quiera atentar contra ellos de forma intencionada, la cuestión es que tanto la acción en sí como sus resultados se parecen a los de una organización terrorista».

Un Estado no debe rebajarse nunca a comportarse como una organización terrorista, afirma Grossman, por varias razones, y una de las más importantes es «la influencia destructiva que esta manera de actuar ejerce sobre la propia sociedad. Otra razón es que un Estado no puede liquidar a nadie, ni ejecutar a nadie sin un juicio previo, ya que si no, pierde la legitimidad de su lucha contra el terrorismo».

Pero esta forma de actuar no ha sido entendida entre sus conciudadanos, hasta el punto que extraña «la cerrazón de la mayoría de la opinión pública israelí que ni siquiera está dispuesta a escuchar por un momento la angustia de unos hombres a los que les pide no solo que hagan la guerra al enemigo, sino que carguen sobre su conciencia, para el resto de sus vidas, la muerte de gente inocente».

Frente a esta ceguera, «los pilotos han logrado, por un momento, establecer la horrible conexión entre lo que Israel lleva haciendo en los territorios ocupados desde hace 36 años y los atentados terroristas»

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