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El concepto asiático de democracia

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En Asia se da más valor a la armonía social que a la libertad individual, por lo que la progresiva liberalización política de algunos países de la zona puede dar lugar a una forma de democracia distinta de la occidental. James Walsh (Time, 14-VI-93) analiza este fenómeno.

Para muchos ideólogos asiáticos, la democracia liberal, con su énfasis en el individualismo, puede ser buena para Occidente, pero los países de tradición confuciana tienen su estilo peculiar de hacer felices a sus ciudadanos. Al final de la II Guerra Mundial, los pueblos del Este y el Sureste de Asia eran de los más pobres de la Tierra. Aunque muchos de esos países todavía tienen lo que los críticos llaman semi-democracias, es indudable que son cada vez más prósperos, seguros de sí mismos y llenos de vitalidad. Además, otros pueblos lejanos, menos afortunados -países del Tercer Mundo con gobiernos de corte occidental-, se sienten cada vez más atraídos por el modelo asiático.

Este «modelo asiático» de democracia -lo que a veces se denomina autoritarismo «blando»- ha estado en el candelero durante las últimas semanas, previas a la Conferencia de la ONU en Viena sobre derechos humanos (…). Hace unas semanas se reunieron en Bangkok representantes de 49 países asiáticos a fin de elaborar su propia definición de derechos fundamentales. En esta reunión hubo acuerdo en afirmar la especial importancia de lo que en un borrador de informe se llamó «el derecho a vivir en un ambiente de orden político y social». Es lo que dice, de modo más gráfico, un vigilante nocturno de Hong Kong: «Si Nueva York o Los Ángeles son ejemplos de democracia, no quiero democracia».

(…) El confucianismo (…) hace hincapié en las normas comunitarias: respeto a los mayores y a la autoridad; responsabilidades cívicas, más que derechos civiles. La última frase acuñada para definir los regímenes característicos del área confuciana es «política de partido dominante»; lo que el politólogo de Harvard Samuel Huntington llama «democracia sin rotación», aun en los casos en que haya oposición legal. (…)

A juicio de muchos asiáticos, Occidente tiene poco que enseñarles sobre cómo manejar sus asuntos. Desde su punto de vista, el individualismo americano ha llegado al extremo de exaltar el estilo de vida a la categoría de concepto básico: la confianza en uno mismo se ha convertido en autoindulgencia e incluso en comportamiento autodestructivo, como lo prueba la inercia política, el hedonismo, el gran número de litigios y la violencia visibles en Norteamérica. Huntington, autor de La tercera ola: La democratización a finales del siglo XX, reconoce que el modelo americano «ha comenzado a presentar muchos rasgos, si no de vejez, por lo menos de madurez». Las sociedades confucianas, por contraste, siguen caracterizándose por su cohesión, y en consecuencia por su dinamismo, pues valoran mucho el esfuerzo colectivo y las recompensas al grupo. El ordenamiento jurídico es menos importante que el ejemplo ético por parte de los dirigentes.

(…) En los últimos años, el Este de Asia ha experimentado una considerable apertura, al tiempo que Taiwán, Corea del Sur y Tailandia han ido democratizándose. Aun así, estas culturas siguen sin decidirse a adoptar por completo las instituciones democráticas occidentales. Gerald Segal, especialista en asuntos asiáticos del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos de Londres, señala que los gobiernos confucianos, cuando tienen éxito, automáticamente adquieren legitimidad, «y eso significa no sólo éxito en términos económicos, sino también estabilidad política, incluso aunque se logre con métodos dictatoriales». El profesor malayo Zakaria Haji Ahmad comenta que «en Asia un gobierno débil está destinado a fracasar, porque el pueblo no lo tolera». Medio en broma, da la vuelta a un viejo lema liberal: «Podríamos decir que los que gobiernan mejor son los que gobiernan más». (…)

Lucian Pye, experto en Asia del Massachusetts Institute of Technology de Boston, no cree que el «concepto asiático» de democracia sea tan maravilloso como dicen sus defensores. Igual que la legitimidad se adquiere con el éxito, afirma, puede desaparecer cuando llegan tiempos difíciles. (…) De hecho, el único método que admite la tradición confuciana para cambiar el sistema es la revolución: derribar al gobierno que lo hace mal o, simplemente, que es malo (a menudo, las dos nociones se confunden). Si no hay revolución, ¿quién sino el Estado determina las normas políticas o dónde está el límite de la discrepancia legítima? Como hace notar Pye, «en China, todo el que critica al gobierno es antipatriótico». (…)

La «sociedad civil» (…) tiene muy poca tradición en el Lejano Oriente. Aun hoy, con el 32% de los escaños del parlamento ocupados por la oposición, en Taiwán la influencia del Partido Nacionalista impregna todo. «No tenemos democracia plena en nuestra sociedad», dice el politólogo Hu Fu, de la Universidad Nacional de Taiwán. «El Kuomintang sigue controlando los medios de comunicación, las escuelas, los sindicatos, las asociaciones». Concluye señalando que «aún no está generalmente reconocido el valor que tiene la libertad frente a las autoridades. La gente todavía necesita un gran líder».

Al mismo tiempo, Yao Chia-wen, antes preso político y hoy líder del recientemente tan activo Partido Progresista Democrático, de oposición, reconoce que ni siquiera él defendería todos los derechos que los estadounidenses, por ejemplo, aprecian tanto. «La armonía es más importante en nuestra sociedad, y por eso la gente no da tanto valor a la igualdad o a la libertad personal», dice. En esa misma línea, Chan Heng Chee, de Singapur, explica que Asia no está preparada para incorporar el liberalismo occidental en su integridad. Europa, comenta Chan, director del Instituto de Estudios del Sureste de Asia, necesitó progresivos cambios sociales, a lo largo de muchas generaciones, para tener garantizadas las libertades políticas. En cambio, las colonias europeas de Asia obtuvieron la democracia de la noche a la mañana. «Casi todos los países consiguieron la democratización, acompañada por el sufragio universal, con un golpe de pluma en la independencia, pero sin pasar antes por la experiencia histórica previa de la liberalización».

(…) La «tercera ola» de democratización, concluye Huntington, puede ser sólo una forma transitoria. Dado que las culturas están siempre cambiando, explica, «las razones por las que se afirma que algunas culturas son obstáculos permanentes para desarrollarse en una u otra dirección deberían tomarse con cierto escepticismo». La civilización confuciana tiene sus puntos fuertes, pero se ha modernizado a base de servirse de la mesa de la tradición occidental como si fuera un buffet: ha cogido las universidades, la tecnología, la organización de los negocios, los sistemas financieros y de crédito, los conceptos de propiedad individual y de posesión de la tierra. Todo esto es consecuencia de la tradición occidental de pensamiento libre, que impulsa a cuestionar la autoridad, a innovar y a proteger los cambios.

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