Discriminación positiva: cuando la justicia individual choca con la social

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El Tribunal Supremo de Estados Unidos volverá a dictar sentencia sobre un caso de discriminación positiva en el acceso a la universidad. La demandante, una joven blanca que pretendía matricularse en una de las instituciones más punteras del estado de Texas, denuncia que los criterios de admisión de este centro, que favorecen a las minorías raciales para fomentar la diversidad, hicieron que su petición fuera desestimada a pesar de contar con un mejor expediente académico que otros alumnos admitidos. Desde su punto de vista, esto viola el principio de igualdad racial sancionado por la constitución.

Sin embargo, el abogado que representa a la universidad ha señalado que una sentencia en contra de sus intereses supondría un paso atrás en la carrera hacia la plena igualdad de las minorías raciales. “No es posible que la respuesta al problema de la segregación en las universidades sea imponer un sistema por el que las minorías van a universidades no solo distintas, sino inferiores”.

Sentencias para todos los gustos

No es la primera vez que el Tribunal Supremo juzga casos de discriminación positiva en la universidad. En una sentencia de 2003, señaló que el componente racial podía ser tenido en cuenta, aunque no de forma que supusiera una discriminación para los demás colectivos. Igualmente salomónico –o ambiguo, en la opinión de algunos– se mostró en 2013, cuando rechazó juzgar a fondo el mismo caso que ahora ha aceptado. Entonces se limitó a explicar, antes de devolver el asunto al tribunal inferior que se lo había referido, que estos criterios de selección basados en la raza debían utilizarse como último recurso.

Algunas universidades han conseguido aumentar el porcentaje de estudiantes negros e hispanos sin necesidad de preferencias raciales

Esta vez, los analistas esperan una sentencia más clara, y probablemente favorable a los intereses de la estudiante rechazada; aunque el juez Kennedy, considerado “centrista”, ha dado a entender que preferiría que el Tribunal no tuviera que tomar postura decididamente en uno de los dos lados.

El que parece tener claro su voto es el juez Antonin Scalia, considerado el baluarte del sector conservador dentro del tribunal. Scalia comentó hace unos días, durante una de las audiencias del caso, que las políticas de discriminación positiva seguidas por algunas universidades no solo no estaban funcionando, sino que de hecho perjudicaban a las minorías que pretendían ayudar. Según lo que se ha llamado la “teoría del desajuste” (mismatch theory), los universitarios que acceden a universidades de élite –como la demandada en este caso– por preferencias raciales están menos preparados que sus compañeros de clase. De ahí que en seguida se pierdan cuando el profesor sigue el ritmo del alumno medio. Al final, estos estudiantes obtienen peores notas y se gradúan menos que si se hubieran matriculado en un centro menos exigente.

Poco consenso científico, mucha corrección política

Efectivamente, la diferencia entre la preparación de unos y otros es a veces muy grande. Un estudio de 2012 explicaba que, precisamente en la universidad de Texas donde pretendió ingresar la demandante, la puntuación media en el SAT (un examen muy valorado por las universidades en su proceso de selección) entre los estudiantes admitidos por el criterio racial se situaba en el percentil 52, mientras que la del alumnado blanco estaba en el percentil 89.

Las preferencias raciales se justifican como una forma de injusticia parcial e individual para lograr una justicia social

No obstante, otras investigaciones han concluido que esta diferencia no supone un problema: aunque al principio pueda existir un cierto desajuste, los estudiantes de minorías que han podido entrar en universidades prestigiosas gracias a las preferencias raciales han conseguido, al final, mejores notas, una mayor tasa de graduación y mejores sueldos a largo plazo que los que otros estudiantes del mismo grupo étnico que, con expedientes similares, cursaron sus estudios en otras universidades menos exigentes.

Algunos estudios restringen el “desajuste” (mismatch) a un grupo específico de carreras, (sobre todo Derecho y algunas de la rama científica), que son también aquellas con menor proporción de alumnos procedentes de minorías raciales, pero otros autores niegan tal fenómeno incluso en estas carreras. También se ha dicho que no es el concepto de la discriminación positiva lo que falla, sino la aplicación demasiado extensiva que se ha hecho de ella, de forma que se coloca a alumnos de baja capacitación en una misma aula con otros mejor preparados, pero no se les ayuda para que puedan alcanzar el nivel de sus compañeros.

Como se ve, la cuestión de qué tal les va a los alumnos de minorías que estudian en universidades exigentes no está resuelta ni siquiera a nivel científico. De ahí que Connor Friedersdorf, un columnista de The Atlantic, recomiende seguir investigando y no convertir el tema en un tabú por corrección política. En concreto, Friedersdorf se refiere a un libro publicado en 2012 por Richard Sander y Stuart Taylor (profesor universitario en UCLA el uno e investigador para la Brookings Institution el otro), que se considera como la base empírica mejor documentada para la “teoría del desajuste”.

Las conclusiones de este libro son mucho más matizadas de lo que sus críticos han querido ver: los autores no tienen ningún reparo en constatar –y celebrar– que muchos jóvenes negros e hispanos se benefician de estudiar en las mejores universidades; pero esto no ocurre con todos ellos: algunos (y no solo los favorecidos por la raza, también por motivos socio-económicos) podrían haber obtenido mejores resultados en otra carrera, o en otra universidad. Silenciar este fenómeno para no ser considerado racista –tal y como se ha tildado a Scalia por sus declaraciones– es ir contra el sentido común, y contra la propia ciencia. Hace falta menos politización del tema y más datos. Pero como cuenta Jason Riley en The Wall Street Journal, las autoridades académicas no siempre se han mostrado dispuestas a facilitarlos.

Un concepto polémico

El argumento más utilizado para defender la discriminación positiva en el acceso a la universidad es el de que estas políticas favorecen la diversidad en los campus. En un caso similar al actual sentenciado en 2003, el Tribunal Supremo –por mayoría de 5 contra 4– confirmó la legalidad de las preferencias raciales empleadas por la Universidad de Michigan. Sandra Day O’Connor, la juez que dio voz a la mayoría, explicaba en el veredicto que la diversidad “trae diferentes perspectivas a la experiencia de la clase, y la mejora”, y que “prepara a los alumnos para vivir en una sociedad que es también diversa”.

No existe un consenso científico sobre la “teoría del desajuste”, pero el contexto social y económico del país la hacen políticamente incorrecta

Sin embargo, al igual que en la conformación ideológica de un grupo la diversidad no es un valor positivo ni negativo en sí mismo –una sociedad no es mejor porque unos cuantos profesen teorías neonazis, por ejemplo–, tampoco la diversidad racial tiene que ser siempre entendida como algo bueno en sentido absoluto. Si deriva de unas preferencias injustas, no puede considerarse como una conquista. Desde este punto de vista, el objetivo de las políticas raciales no debería ser simplemente que haya más alumnos negros e hispanos en las aulas de las mejores universidades (igualdad en cuanto a los resultados finales), sino que estén todos los que puedan por sus capacidades académicas, para lo que antes hay que contrarrestar su desventaja económica y social (igualdad de oportunidades). Pero para ello habría que intervenir durante las etapas primaria y secundaria, y no solo cuando el estudiante quiere entrar en la universidad.

No obstante, también se puede argumentar que un primer paso para paliar las desigualdades de origen que sufren muchos estudiantes de minorías raciales es precisamente favorecer ahora a algunos universitarios de estas etnias, aunque sea cometiendo una “injusticia” relativa con respecto a los blancos. Si realmente estos alumnos favorecidos aprovechan la posibilidad de graduarse en una de las universidades punteras del país, es más probable que obtengan buenos puestos de trabajo, con sueldos altos, y que esto rompa, en lo que se refiere a unas cuantas familias, la espiral de pobreza y malos colegios que atrapa a una parte importante de la población negra e hispana de Estados Unidos. Así, se cometerían algunas “injusticias” relativas y particulares para lograr una justicia real y colectiva.

Formas de lograr más diversidad sin discriminar a nadie

Para atraer a más alumnos capaces de entre las minorías raciales se pueden emplear otros métodos menos polémicos y que pueden resultar también muy efectivos, o incluso más a largo plazo. De hecho, algunas universidades situadas en estados donde se prohibieron las preferencias raciales en la selección del alumnado han conseguido aumentar el porcentaje de alumnos hispanos y negros entre los nuevos matriculados. Así lo mostraba un estudio realizado por Richard Kahlenberg en 2012. El autor ha explicado recientemente las implicaciones que aquella investigación tiene para el caso actualmente en manos del Tribunal Supremo.

Se espera una sentencia a favor de la demandante, lo que supondría un importante varapalo para la discriminación positiva a nivel nacional

Algunos de los métodos utilizados por las universidades estudiadas para aumentar la proporción de nuevos matriculados negros e hispanos (a pesar de la prohibición de las preferencias expresas) fueron: ofertar plazas para los mejores expedientes de cada escuela estatal (con lo que alumnos de barrios marginados, y de mayoría negra e hispana, pudieron acceder a estas universidades punteras); conceder una puntuación específica, dentro del criterio socioeconómico, a la pobreza extrema o “concentrada”, dos circunstancias que afectan más a los pobres de minorías raciales que a los blancos; financiar programas de ayuda para colegios con pocos recursos; ofrecer matrículas a estudiantes que hayan demostrado mucho esfuerzo en el instituto, y no solo una buena nota en los exámenes de ingreso a los estudios superiores; o derogar las ventajas de que disfrutaban los hijos de antiguos alumnos en el proceso de selección.

En un debate junto a otros expertos en la discriminación positiva, Kahlenberg propone, de hecho, sustituir las preferencias raciales por otras basadas en los ingresos. Además de ser más justas y menos polémicas, beneficiarían a quienes realmente lo necesitan.

No obstante, no en todas las universidades la experiencia de abandonar los criterios raciales ha producido los mismos resultados en cuanto a la diversidad del alumnado nuevo. Un gráfico del New York Times permite comparar lo ocurrido en algunas de ellas: mientras en las más importantes de Texas y Washington la representación de las minorías no se ha resentido (especialmente la de hispanos), sí ha bajado en California y Michigan (que cuentan, respectivamente, con una importante población hispana y afroamericana).

Con todo, hay que interpretar los datos con cautela. Por ejemplo, el NYT subraya que la “brecha de matriculación” (la diferencia entre los alumnos de minorías raciales que tendrían que ingresar en las universidades –si este ingreso fuera proporcional al tamaño del grupo étnico– y los que de verdad lo hacen) ha crecido entre los hispanos de las dos universidades de California analizadas desde que se prohibieron las preferencias raciales. Sin embargo, este aumento ha podido deberse a otros factores, por ejemplo a una creciente desigualdad en la calidad de la educación recibida en los institutos por los blancos y por los demás.

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