Un chico es un chico y está bien que así sea

publicado
DURACIÓN LECTURA: 11min.

Anthony Esolen, de quien solo está disponible en español la Guía políticamente incorrecta de la civilización occidental, acaba de publicar Defending Boyhood, un ensayo sobre cómo los chicos necesitan ser educados como tales y, sobre todo, por qué una educación que tenga en cuenta la diferencia es fundamental para ellos, los hombres que serán en el futuro, las propias mujeres y, en definitiva, la familia y la sociedad entera.

El autor es profesor en el Thomas More College of Liberal Arts, en Merrimack (New Hampshire). Ha traducido a Dante y a otros autores, y escrito cerca de una decena de libros de divulgación sobre temas culturales, además de textos propios de su disciplina. Está considerado como una de las voces católicas actuales de mayor fundamento, valor y originalidad.

Defending Boyhood es un revelador recordatorio de que los chicos –tal y como son, con esos rasgos propios que el sexo masculino tiene– son diferentes de las chicas y requieren de una educación que no olvide esas peculiaridades, ni las tome bajo sospecha, que es lo que hace la ideología de género. Ese recelo frente a los chicos ha venido a sumarse, además, a otros excesos de algunas teorías pedagógicas que ven en la educación un modo de ingeniería social para reconducir la realidad y “adaptarla” al marco ideológico que hoy impera.

 

Los chicos necesitan, de un modo diferente que las chicas, tareas que hacer, responsabilidades, y esto a edades muy tempranas

 

Esolen considera que los atributos propios de los chicos son precisamente la palanca para ayudarles a ser “hombres de provecho”, como antes se decía: es sobre la naturaleza, sobre la masculinidad y la feminidad, como se edifica, no contra ella.

Modas que no ayudan

El texto de Esolen puede verse como otra gran aportación en el ámbito de la educación que sigue la estela de su recomendable Ten Ways to Destroy the Imagination of Your Child.

En dicho texto ya apuntaba los fallos de cierta educación contemporánea, tales como: educar de espaldas a la realidad (la realidad física, del mundo, pero también de lo que somos); la educación institucionalizada y siempre en el aula (frente a la de casa y al aire libre, donde hay que caerse, ejercitarse y tener, a veces, algo de miedo); la sobreprotección y la vigilancia continua que dejan a los niños en una burbuja; la igualdad impuesta, que olvida la desigualdad de la excelencia o el heroísmo cortándonos a todos por el mismo patrón y siempre a la baja; la educación sexual basada en el narcisismo y el sexo sin amor; la sustitución de los cuentos tradicionales por historias prefabricadas llenas de clichés políticamente correctos; eliminar la diferencia entre hombres y mujeres; los ruidos continuos, las distracciones y el entretenimiento sin fin; y, por último, y no menos importante, escamotear a los niños la trascendencia.

Algunos de estos fallos son analizados con más detenimiento en su nuevo libro, pues según Esolen –y esta es la tesis de Defending Boyhood–, ciertos modos y modas educativas son especialmente perjudiciales para los chicos.

Sentido común y experiencia

Como en su anterior obra, Esolen aborda la educación con un sentido común a raudales. Sus orientaciones van en la línea de lo que unos padres sabrían, aun sin ser versados en pedagogía, solo mirando a sus hijos, ellos y ellas, sin gafas ideológicas, sin prejuzgar qué debería o no hacer uno u otro sexo. La aportación del libro consiste, sobre todo, en observar y partir de la realidad de la que la naturaleza forma parte, sin dar lecciones ni recetas, solo mostrando lo que podríamos llamar “básicos” o principios que hace cien años un campesino conocía perfectamente.

Esolen parte de la constatación de lo que generaciones de todas las culturas y religiones sabían y practicaban: todas las civilizaciones han entendido que “hacerse un hombre” no es posible si no se atraviesan ritos propios (unos más institucionalizados y otros más informales); pero, sobre todo, todas han entendido que somos dos sexos, hombres y mujeres, y que somos diferentes.

Cristo, hombre, como modelo

La argumentación del autor pasa de un modo algo ligero por los argumentos de la antropología cristiana respecto a la diferencia de los sexos, y acude más directamente al Evangelio y a la fe, que ve a Jesucristo como Dios y hombre, modelo de humanidad, y de masculinidad en concreto, que debe inspirar a los jóvenes.

Todas estas referencias a Jesucristo (que abren varios capítulos) son verdaderamente conmovedoras y, aunque pudieran resultar ajenas al lector no creyente, son fundamentales para el conjunto del texto: ¿cómo trataba Cristo a las mujeres?, ¿cómo trataba a su madre?, ¿y a los niños?, etc.

Lejos de ser un modelo lejano y suspendido en el tiempo, frío, teórico, Esolen muestra cómo Jesucristo es el modelo actual para todos, por supuesto, y para los varones en su masculinidad.

En este sentido, Esolen es una versión más cálida y profunda que Jordan Peterson, con todos los aspectos positivos que el profesor canadiense tiene. Esolen ofrece ese abrigo, suelo y cielo, que hace que lo que en Peterson podría ser fría autoexigencia –por así decirlo, a lo romano o griego–, sea algo mucho más hermoso, apasionante y emocionante: más, en definitiva, cristiano.

La faena de la hiperprotección

El subtítulo del libro de Esolen (“Cómo construir fuertes, leer cuentos, jugar a la pelota o rezar a Dios puede cambiar el mundo”) explica esos elementos básicos que durante siglos conformaron la educación (formal o no formal) de los niños, especialmente de los chicos: criarse al aire libre, ejercicio físico, juegos de equipo y también de jerarquía y competitividad (innatas en grado diferente en los varones), sin esa protección constante que se ha instalado desde los años 90 y, también, sin ese nuevo modelo de lo que un niño debiera ser, parecido a una niña, más que a un chico.

Un chico se sube a los árboles, se raspa las rodillas, se cae y se levanta; es habitualmente inquieto y le interesa la acción y, desde la acción y la observación, también la reflexión. Un niño no debería estar bajo la mirada continua de su madre, salvo que se quiera hacer de él un pelele. Ellos también, más que las chicas y por el hecho de ser chicos, necesitan construir cosas, ejercitar la fuerza y la destreza, etc. También necesitan, de un modo diferente que las chicas, tareas que hacer, responsabilidades, y esto a edades muy tempranas, pues así afianzan su autoestima y desarrollan el espíritu de servicio que es básico en los dos sexos.

Este último aspecto, el entrenamiento para vencer los propios deseos o apetencias por un bien mayor propio y muchas veces común, es uno de los aspectos más importantes de esa educación que parte de la naturaleza humana, del ser hombres o mujeres, y en el que se ha de educar a ambos desde la diferencia.

La educación en las virtudes y en el darse a los demás, la santidad –impresionante el apartado del niño como santo– es también objeto de la atención de Esolen, como es muy reveladora su consideración de la valentía.

O buenos libros o no leer

Además, Defending Boyhood es un continuo ejercicio de referencias de literatura “para chicos”. Se trata de literatura universal, pero los chicos ven en ella modelos de comportamiento que entienden mejor y en los que pueden verse reflejados, algo que hoy está en trance de perderse en algunos casos por la corrección política imperante. Libros como La isla del tesoro, Tom Sawyer, Capitanes intrépidos, Las cuatro plumas, Kim y otros muchos enseñan a los chicos a ser precisamente eso, chicos, sin avergonzarse de ello.

Esolen se escora hacia la literatura anglosajona, pero muchas de las obras citadas han conformado parte de la educación sentimental –en el sentido pleno de la palabra– de varias generaciones de distintas lenguas, al menos antes de la llegada de las pantallas y de la profusión de títulos perfectamente prescindibles que conforman hoy parte de las lecturas de niños y jóvenes.

Y es que Esolen, ve con razón, que sustituir esas grandes obras por literatura políticamente correcta que tratan de “reconducir la masculinidad” o esconderla, es mucho peor que la ausencia de lecturas.

Esolen reivindica también a los clásicos griegos y a Shakespeare. De casi todas las referencias literarias que menciona hay en español traducciones tanto sin adaptar como adaptadas para niños y jóvenes, además de versiones cinematográficas excelentes.

El orden de lo que es

Defending Boyhood es, en definitiva, otra llamada a la realidad, algo en lo que diversos autores católicos, otros cristianos y también no creyentes (el mismo Jordan Peterson) están insistiendo en los últimos años ante el discurso dominante de “lo que yo siento es lo que hay o es”, una suerte de “no me des razones o argumentos –o biología, por ejemplo– porque esto es lo que yo siento”. En definitiva, el sentimiento como argumento de verdad.

De hecho, el libro de Esolen se inicia con el recuerdo de su infancia y esa realidad que, con sus fallos e imperfecciones, se basaba en reconocer precisamente la dualidad de los sexos, hombres y mujeres. Ese punto es tan elemental y básico, que se entiende por qué cualquier batalla cultural de las que hoy vale la pena librar tendría que partir de esa realidad.

Las niñas no lo tienen más fácil

Solo cabe un pero: por mucho que señale Esolen que los niños son los más perjudicados por la ideología de género, creo que las chicas no van nada mal servidas cuando lo que se les ofrece es, entre otras, un narcisismo insoportable. O una actitud defensiva ante los chicos se trate de lo que se trate: muy mal lo tienen las nuevas generaciones, como señaló ya María Elvira Roca Barea, si hombres y mujeres no nos gustamos. O una presión –en todos los campos: profesional, estético, personal– insólita hace apenas cuarenta años.

 

Esolen considera que los atributos propios de los chicos son precisamente la palanca para ayudarles a ser “hombres de provecho”

 

El mensaje que gran parte de la ideología de género difunde supone también presionar a las niñas. Tú tienes que ser ingeniera, aunque no te apetezca, para que seamos el 50%. Además, perteneces al reino de las mujeres donde todas queremos lo mismo y no hay voces disidentes. Es como aquella escena de El diablo viste de Prada, cuando la editora de moda se sorprende y le dice a la becaria que renuncia a su puesto: “Todo el mundo quiere ser como nosotras”. Hay un feminismo al que no le cabe en la cabeza que una mujer pueda no querer ser, pongamos por caso, jefa, diputada, o sentarse en un consejo de administración, y prefiera otra cosa en su vida, porque da importancia a otras áreas. Se impone la loca teoría de, que por el hecho de ser mujer, una cajera tiene que ver más con Ana Patricia Botín o una campesina de Nigeria que con su marido o su hermano que lucha por llegar a fin de mes.

Feminización en caricatura

Así, asistimos hoy al reino de lo sentimentaloide y no al de la compasión verdadera. Proliferan safe spaces donde el “yo me siento mal” limita la libertad de expresión y la argumentación serena. Tenemos una legión de madres hiperprotectoras como la civilización humana no ha conocido antes que van hablar con el profesor universitario porque su hijo ha suspendido, en vez de dejar al adulto que sea responsable y lidie con sus problemas. Padres y madres en reuniones escolares (no en tutorías) cuentan el caso de su hijo como si fuera el único niño sobre la tierra en vez de considerarse unos padres más con un niño más en un curso o clase de 40 –donde los temas para hablar son los comunes, no los particulares–. Niños en su Comunión o Confirmación tienen un menú especial para ellos, diferente, porque son “malos comedores” o es “lo que les gusta a ellos”, en vez de aquella exigencia materna tradicional de comer de todo y siempre.

El campo de los “niños de mamá” y de madres, además, histéricas (contagiando a los padres a veces) es tan extenso, que esos lugares de aventura y feliz descanso –mutuo– para padres y niños que solían ser los campamentos, son hoy un auténtico terreno de prueba, y no para los niños (que antiguamente iban para desmadrarse y pasárselo bomba, no saber de sus padres durante una semana y aprender también a ser independientes), sino para los monitores y organizadores, que sudan tinta china para atender los mil requerimientos y atención personalizada que los padres reclaman para chicos y chicas no ya de siete años en su primera salida, sino para los de doce en adelante.

Sí, es verdad, como Esolen señala: hay un auténtico ataque a la masculinidad. Pero, aunque él no lo indique, el supuesto “auge de la feminidad” –como modelo o sexo “en boga”– no es tal, es más bien su parodia o caricatura.

Contenido exclusivo para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.

Funcionalidad exclusiva para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta para poder comentar. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.

Resumen de privacidad

Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.