Todos natalistas

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Contrapunto

Dentro de las azarosas predicciones demográficas, el envejecimiento de la población es uno de los fenómenos más seguros. A pesar de todo, el reciente informe de la División de Población de Naciones Unidas (ver servicio 36/01), que de aquí a 2050 augura pérdida de población y desequilibrio entre jóvenes y viejos en los principales países de Occidente, ha disparado las alarmas. ¿Cómo financiar el creciente gasto sanitario? ¿Quién pagará las pensiones? ¿Cuántos inmigrantes habrá que admitir? Y, como por ensalmo, los políticos redescubren que el apoyo a la familia y a la fecundidad es un objetivo prioritario en Europa.

Hace no tanto tiempo parecía que la promoción de la familia era una manía reservada a los conservadores. Pero ahora resulta que también la socialdemocracia puede hacer suya esta bandera con la cabeza bien alta. Y aquí llega el canciller alemán Gerhard Schröder, quien en un reciente artículo (Le Monde, 14-III-2001) asegura que «la mayoría de los problemas que debemos afrontar hoy están ligados, de un modo u otro, a la familia». Frente al envejecimiento de la población europea, la sociedad «debe tomar medidas de justicia intergeneracional que garanticen la seguridad a las personas de edad sin generar hándicaps financieros para los jóvenes trabajadores».

Se ve que al canciller le preocupa la factura de las pensiones. Motivos tiene. Alemania está entre los países con menor tasa de fecundidad (1,3 hijos por mujer), con un crecimiento natural negativo (-0,26) y abocado a un descenso de población (de 82 millones de hoy a 70,8 a mitad de siglo, si la ONU tiene razón). Tener hijos para la patria podía ser un delirio retrógrado de poder; pero tener hijos para pagar las pensiones es un cálculo racional.

Si la generación del 68 apostaba por la muerte de la familia, el Schröder maduro hace un canto de esta «red última» que «conserva una vitalidad y una flexibilidad excepcionales». Tan flexible que en el futuro «las familias revestirán formas tan diversas que no se podrá hablar de la familia, al menos en el sentido de la antigua expresión de familia nuclear».

Pero la amplitud de miras del canciller tiene un límite, ya que a renglón seguido descarta «el modelo tradicional de ayudas sociales en el campo familiar que no hace más que reanimar el papel superado de la madre ama de casa». Esto es un banco de pruebas de la tolerancia de quienes dicen admitir las más diversas formas familiares. De una parte, aseguran que la función de la familia puede ser cumplida conforme a muy distintos modelos: con dos padres o monoparental, hetero y homosexual, con matrimonio o sin él, estable o recompuesta con los restos del divorcio… Pero si un hombre y una mujer deciden que él trabajará fuera y ella en casa, tuercen el gesto y dicen que eso no es modélico.

En cualquier caso, hay que reconocer a Schröder el buen deseo de favorecer la compatibilidad entre el trabajo y la vida de familia. Admite que no hay suficientes guarderías, y promete aumentarlas. Ha ampliado las posibilidades de permisos parentales y de elegir la jornada a tiempo parcial para cuidar a los hijos (cfr. servicio 50/00). Ha mejorado por dos veces en la legislatura actual los subsidios familiares, y anuncia un nuevo aumento. Y es que «toda la sociedad se beneficia de las medidas a favor de la familia». Sin rebozo, la coalición roji-verde se enorgullece de que su política familiar lava más blanco que la de la competencia.

La coalición de signo contrario en Viena no se quiere quedar atrás. A partir del próximo año el padre o la madre que al tener un hijo decida disfrutar de un permiso de tres años para cuidar a su retoño, podrá hacerlo y se verá compensado con el equivalente de 72.000 pesetas mensuales. También podrán beneficiarse las mujeres que no hayan cotizado a la Seguridad Social, como son las estudiantes y las amas de casa.

A este paso, incluso en España podría impulsarse una política familiar decidida. La previsión de la ONU de que en 2050 España sería el país del mundo con la población más envejecida y con una pérdida del 22% de su población actual, puede ser una previsión aventurada, pero ha tenido ya consecuencias.

Durante los últimos veinticinco años, cualquier referencia al fomento de la natalidad era para ironizar sobre los premios franquistas a las familias numerosas, y advertir contra el riesgo de que la maternidad fuera un obstáculo para la emancipación femenina. Y ahora que las familias numerosas son las de tres hijos, ¡hasta El País se ha vuelto natalista! «España, con una ínfima tasa de fecundidad, necesita más niños. Fomentar la natalidad debe convertirse en tarea prioritaria y urgente de los poderes públicos», clama el editorial (1 de marzo). «Se trata de modernizar con políticas sociales activas un sistema que es una carrera de obstáculos para conciliar la maternidad (un bien social) y el trabajo». Quizá ha comprendido que a falta de niños ni se venden libros de texto, ni aumentan los lectores de periódicos, ni suben los abonados a Canal Satélite.

Ahora que todo el mundo es natalista, incluso un gobierno del Partido Popular podría desarrollar una política familiar no vergonzante.

Ignacio Aréchaga

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