¿Por qué no la poligamia?

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Ignacio Sánchez Cámara escribe en «ABC» (30 noviembre 2004) que quienes proponen el matrimonio entre homosexuales deberían apoyar también por coherencia el matrimonio polígamo.

Algunos dicen: «Quienes se oponen al matrimonio entre homosexuales son reos de dogmatismos e intolerancia. A ninguno de ellos se les obliga a contraerlo; sólo se les exige que respeten el derecho de quienes disienten».

Aparentemente, se trata de liberales, pero su liberalismo exhibe freno y marcha atrás. Retroceden ante las consecuencias lógicas de sus argumentos, algo que puede comprobarse mediante su actitud prohibicionista hacia la poligamia. Si el criterio fundamental es el arbitrio de las personas, siempre que no perjudiquen a otras, no acierto a entender en virtud de qué razones pueden oponerse a la poligamia libremente aceptada por adultos. En realidad, el caso dista de ser de laboratorio. Lo plantean, por ejemplo, los mormones y muchos musulmanes.

Para evitar la consecuencia natural de sus planteamientos invocan, en vano, la igualdad, concretamente la de la mujer. Pero resulta evidente el uso tendencioso e impositivo de la idea de igualdad. Por un lado, se la invoca para equiparar lo que es esencialmente distinto: la unión matrimonial heterosexual tendente a la procreación y las uniones afectivas homosexuales, impedidas por naturaleza de toda procreación. Por otro, se invoca la igualdad entre el hombre y la mujer, para imponerla a quienes -hombres y mujeres- pueden disentir.

Si de lo que se trata es de tolerar todas las concepciones de la familia, sólo en nombre de la ideología o del paternalismo pueden ser excluidas las relaciones polígamas o las comunas como formas de matrimonio. El argumento debería llevar lógicamente a la misma conclusión: quienes discrepen de la poligamia, que no la contraigan, pero que toleren que sus partidarios la practiquen. Nadie debe imponer a ningún adulto sus propias convicciones.

Por este camino, ni siquiera podría ser proscrita la ablación del clítoris practicada a mujeres adultas con su consentimiento. ¿A quiénes perjudican sino a ellas mismas? ¿Existe alguien dotado de una sabiduría superior que le permite imponer a los demás lo que es bueno o malo para ellos? ¿No nos encontramos ante un acto de imposición de las propias convicciones a quienes no nos perjudican por sus prácticas libremente asumidas?.

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