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La vida profesional a la medida de la mujer

publicado
DURACIÓN LECTURA: 14min.

Maternidad y trabajo
En su búsqueda de la igualdad en el trabajo, las mujeres han terminado aceptando una organización laboral pensada para el hombre, que no tiene en cuenta las exigencias de la maternidad. Pasada la etapa del feminismo igualitario, el objetivo de las mujeres debería ser que sus diferencias con el hombre se reflejaran en la organización del trabajo. Así lo defiende la noruega Janne Haaland Matláry, casada y madre de cuatro hijos, profesora de Relaciones Internacionales en la Universidad de Oslo y que ha desempeñado responsabilidades políticas en el gobierno de su país. Seleccionamos algunas páginas de su libro El tiempo de las mujeres (1), que acaba de ser traducido.

En los países occidentales, las mujeres realizan estudios de nivel igual o superior a los de los hombres y cada vez es mayor el porcentaje de las que trabajan fuera de casa. Sin embargo, la vida profesional sigue estando organizada como si las mujeres no fueran madres. Es cierto que ya se dan casos de que un padre con niños pequeños exija a su empleador la asunción de funciones compatibles con su papel de padre, pero la realidad es que la vida laboral está en su mayor parte organizada como si los trabajadores no tuvieran obligaciones familiares. Esto afecta sobre todo a las mujeres, pues, por mucho que se afirme en teoría la igualdad de papeles de ambos padres, el de la madre es de esencial importancia por el tiempo y esfuerzo empleados en la crianza y educación de los hijos.

El feminismo igualitario de los años setenta pretendía demostrar que las mujeres podían trabajar de igual modo que los hombres en todos los sectores profesionales, pero la realidad es que en este proceso las mujeres terminaban por imitar a los hombres y aceptaban, en consecuencia, los términos impuestos por ellos en la vida profesional. Quizás fuera algo inevitable para que las mujeres tuvieran acceso a profesiones tradicionalmente masculinas y fueran aceptadas por los hombres, pero esta situación solo debe considerarse una etapa más en el camino hacia una auténtica igualdad entre hombres y mujeres.

Todavía lejos de la igualdad

El principal objetivo de las mujeres es conseguir el reconocimiento de sus diferencias respecto a los hombres y esas diferencias deben quedar reflejadas en la organización de la vida profesional. […]

He tenido ocasión de experimentar personalmente la discriminación implícita en el modelo igualitario propio de los años setenta, pues en la vida profesional he sido considerada como un «hombre». De ahí mi convencimiento de que las mujeres deben luchar para alcanzar la auténtica igualdad.

El principal defecto del feminismo «igualitario» era su carencia de una visión antropológica, pues se partía de la base de que los hombres detentaban el poder y que las mujeres solo tenían que aspirar a compartirlo. Esto fue un paso necesario, pero hoy es el momento de reflexionar a la vez sobre las diferencias entre los sexos y los enormes esfuerzos requeridos en la tarea de ser madre. Al pretender que el trabajo de madre carece de relevancia o ignorarlo como si no existiera, las mujeres han aceptado la imitación de los roles masculinos en la vida profesional y, en consecuencia, han limitado su papel de madres a la esfera de la privacidad.

Hay que añadir además que las defensoras del feminismo «igualitario» no valoraban el papel de las madres, o incluso lo convertían en blanco de sus ataques. De ahí que el modelo feminista de mujer trabajadora nunca se planteara el problema de lograr el difícil equilibrio entre la maternidad y el trabajo profesional. Ahora la influencia de aquellas feministas ha venido a menos y hay mujeres jóvenes que optan por tener varios hijos, al tiempo que realizan una carrera profesional en condiciones de igualdad con el hombre. Ha llegado, por tanto, el momento de desarrollar y poner en práctica una política de auténtica igualdad. Esto supone, entre otras cosas, que la vida profesional de las mujeres tiene que ser protegida contra toda discriminación que no tenga en cuenta las diferencias entre los dos sexos.

Si se reconocen las diferencias entre hombres y mujeres, las madres tendrán derecho a unas condiciones en su vida profesional diferentes a las de los hombres. Se trata de un planteamiento absolutamente radical que muchos hombres, sin duda, no compartirán.

El trabajo de la maternidad

El trabajo de la maternidad no es tan solo una ocupación a tiempo pleno sino que, dada su repercusión en la sociedad, es el más importante de todos. De ahí que uno de los padres tendría que tener la opción de quedarse a trabajar en casa, y el Estado debería facilitarle esa posibilidad o, por lo menos, debería haber algún tipo de reconocimiento de que los hijos requieren un tiempo de dedicación.

Sin embargo, en la mayoría de los países occidentales esta opción es inexistente y las mujeres que «no trabajan», las que «solamente» se dedican a su hogar, son ridiculizadas, vistas con indulgencia o tachadas de desfasadas. Estas mujeres se encuentran además excluidas de los planes de previsión social; y, a diferencia de sus hermanas «trabajadoras», no pueden disfrutar de períodos de descanso por enfermedad ni de permisos retribuidos por maternidad; su trabajo no se contabiliza en el PNB y al final solo obtienen una pensión mínima en el mejor de los casos.

Dada mi experiencia de profesional y madre de cuatro hijos, sé perfectamente que las mujeres tienen que insistir no solo en que se vea reconocida su labor de madres sino también en la búsqueda de condiciones en su vida profesional que les permitan compaginar las dos facetas de su existencia. Si una mujer no puede cumplir las obligaciones derivadas de su condición de madre, tampoco podrá ser a largo plazo una buena profesional: acabará siendo arrastrada por la presión de su doble trabajo y sufrirá además por el hecho de estar siempre aparentando que su papel de madre es de escasa relevancia para su trabajo profesional.

Ante todo, la madre debe ser ella misma si de verdad quiere ser también ella misma en la vida profesional. He llegado a esta conclusión por experiencia propia tras haberme visto obligada a aceptar durante largo tiempo las condiciones establecidas por los hombres dentro del trabajo. Pero poco a poco me he sentido con la suficiente fortaleza y coraje para reafirmar la importancia de mi labor de madre y el que yo, como mujer, soy diferente de los hombres gracias a este aspecto fundamental de mi existencia. […]

Las mujeres, ante el trabajo y el paro

Antes de abordar la cuestión de las mujeres y el trabajo, será de utilidad analizar algunas estadísticas de interés en este campo. Están extraídas de una publicación de las Naciones Unidas, The World’s Women. Trends and Statistics, que a su vez se basa en informaciones procedentes de los principales organismos de las Naciones Unidas.

Tras analizar la población femenina a nivel global, la publicación resume así la situación de la mujer: las mujeres trabajan más que los hombres pero ese trabajo, en su mayor parte, no está remunerado. Las mujeres de los países subdesarrollados trabajan en el sector informal y se ocupan de la familia, pero carecen de acceso a los créditos, a la propiedad de la tierra y tampoco suelen recibir un salario. Por lo general, las mujeres desempeñan labores diferentes a las de los hombres aunque con un estatus y una retribución inferiores. Realizan además la mayoría de las labores domésticas aunque tengan también un empleo remunerado.

En los países occidentales, las mujeres dedican un promedio de 30 horas semanales a las tareas del hogar mientras que los hombres dedican de 10 a 15 horas. Las mujeres se ocupan de las labores tradicionales en el hogar y, en cambio, los hombres solo desarrollan en él las habituales tareas masculinas.

Entre 1970 y 1990 se ha producido un aumento global de la participación de la mujer en las actividades laborales. En concreto, las cifras de los países occidentales están en torno al 40%.

El desempleo afecta tanto a los hombres como a las mujeres, aunque de modo diferente. En algunos países europeos -España, Bélgica, Italia y Alemania-, el número de mujeres en paro supera considerablemente al de hombres. Asimismo, y en lo referente al paro juvenil en los mismos países -incluyendo también a Francia- el porcentaje de mujeres es mucho más elevado que el de hombres.

Si consideramos los distintos tipos de empleo, encontraremos, tal y como cabía esperar, que las mujeres son predominantes en el sector de oficinas y servicios, pero también existe un número considerable de mujeres que trabajan como profesionales y directivas.

En Europa suele ser frecuente que las mujeres trabajen más a tiempo parcial que los hombres y perciban un salario bastante menor, pese a la igualdad proclamada en las leyes. En todos los países europeos existe el permiso retribuido por maternidad, pero su duración varía de un país a otro y va desde un año con retribución plena en Noruega a tan solo unas pocas semanas en otros países.

¿Qué familia vive con un solo sueldo?

El que uno de los progenitores se quede trabajando en casa para cuidar de los hijos, ¿es una opción viable en la Europa de nuestros días?

Yo no soy economista, pero no deja de sorprenderme que, cuando era niña, no constituía un problema el mantener a la familia con un único sueldo y, sin embargo, es prácticamente imposible para una familia media actual. Ni que decir tiene que esto guarda relación con el sistema impositivo y la falta de apoyo por parte del Estado a las familias con una única fuente de ingresos.

Desde los años setenta, en los países escandinavos el objetivo político declarado es que las mujeres puedan tener varios hijos si ellas así lo desean, pero que no opten por quedarse en casa. Así pues, en estos países ha terminado por ser imposible el poder vivir con un único sueldo. En cambio, en otros países esto no ha constituido un objetivo político explícito aunque también sea indispensable contar con una doble fuente de ingresos. Y si además se tiene una familia numerosa, hacen falta mayores ingresos. […]

La situación actual de niveles elevados de paro en toda Europa es el factor de mayores consecuencias negativas para todos aquellos jóvenes que querrían formar una familia. Lo es de modo especial para aquellas mujeres que se arriesgan a quedarse sin empleo por querer tener hijos. Añadamos también que los futuros matrimonios tienen urgencia de encontrar un trabajo que les permita reintegrar los préstamos recibidos por sus estudios. Por tanto, quien tenga hoy un trabajo, tendrá que hacer todo lo posible para conservarlo. Abandonar la actividad laboral para tener un hijo entraña el riesgo de quedarse sin trabajo. […]

Incentivos para que trabajen los dos cónyuges

En los países escandinavos, las mujeres con hijos menores de cinco años que trabajan fuera de casa alcanzan un porcentaje de entre el 70 y el 80%. En cambio, en Francia, Alemania y Gran Bretaña estas cifras oscilan entre el 45 y el 64%. Si analizamos la situación de las mujeres en estos países, hay que señalar que en los países escandinavos los porcentajes de madres que trabajan son más elevados mientras que son más bajos en Gran Bretaña y Alemania y ligeramente superiores en Francia. Tan solo en Francia y Alemania resulta rentable que el marido aumente sus ingresos con otras actividades, en vez de que la mujer entre en el mercado de trabajo.

En un estudio global sueco sobre los tipos de ayuda a la familia en los países escandinavos, Francia, Alemania, Gran Bretaña y Países Bajos se deduce que los sistemas fiscales en Europa están estructurados de modo que resulten favorecidos quienes tengan una doble fuente de ingresos. Dado un aumento de los ingresos familiares en un 75%, el régimen fiscal en estos países será siempre más favorable si trabajan los dos cónyuges. Por tanto, es más rentable que los dos trabajen y no que uno de ellos aumente sus ingresos en un 75%.

He señalado antes que en Francia y Alemania es un tanto más ventajoso que el marido incremente sus ingresos, pero, en cambio, en los países escandinavos existen fuertes incentivos para que trabajen los dos cónyuges. De ahí que las mujeres escandinavas con hijos pequeños no solo trabajen fuera de casa sino que lo hagan a tiempo completo. […]

Máxima flexibilidad entre los 30 y los 40 años

La «etapa de compresión» de una mujer es el período crítico en que toma decisiones sobre el número de hijos que va a tener. Ni que decir tiene que las posibilidades económicas juegan un papel fundamental a la hora de tomar estas decisiones. La decisión de fondo se refiere a que uno o los dos cónyuges tendrán que trabajar para asegurar el nivel de ingresos suficientes para mantener a la familia. El que la madre -o incluso el padre- pueda quedarse en casa con sus hijos pequeños es algo determinado por decisiones políticas. Si las pecularidades de los sistemas impositivos impiden la dedicación al trabajo del hogar, la opción de quedarse en casa es inexistente. […]

La flexibilidad que defiendo durante la «etapa de compresión» de las mujeres solo podrá alcanzarse de una manera realista mediante la acción combinada de medidas políticas y cambios de mentalidades. Al hablar de medidas políticas no me refiero solo a ayudas directas como, por ejemplo, el permiso por maternidad, sino también a ayudas indirectas a las familias con niños pequeños a través de los regímenes fiscales. La fiscalidad no debería coaccionar a la familia al indicarle quién, dónde y cuándo tendría que trabajar. Estamos, en definitiva, ante una cuestión de carácter político y de redistribución de la renta. […]

Por último, está el problema de las mentalidades; las de los empleadores, los hombres y la sociedad en general. En los países occidentales tanto la vida profesional como la política están hechas a la medida de los hombres. Tales esquemas de organización implican que los hijos no cuentan. Las mujeres -las madres con hijos pequeños- apenas tienen sitio en política y las pocas con puestos de responsabilidad carecen de tiempo y no pueden permitirse participar en prolongadas reuniones hasta la medianoche o estar viajando gran parte del año. De ahí que la gran mayoría de las mujeres dedicadas a la política sean aquellas sin hijos o con hijos ya mayores. En mi opinión, existe un riesgo evidente de que esas mujeres no tomen partido por la maternidad. Por su parte, los hombres políticos no pareen estar demasiado interesados por el tema.

La desigualdad en las tareas domésticas

[…] ¿Participan hombres y mujeres en igualdad de condiciones en este tercer trabajo de las tareas domésticas? Está claro que no. Son las mujeres las que trabajan más horas en la casa, además de las que han trabajado fuera: en las familias con dos empleos la contribución de las mujeres es… casi tres veces superior a la de los hombres.

En este tema no existen diferencias sustanciales entre los diversos países. Y a nivel mundial, la diferencia entre el trabajo de hombres y mujeres es aún mayor. En la Conferencia de Pekín se subrayó el hecho de que el trabajo femenino no goza de reconocimiento ni está retribuido, pues, en los países subdesarrollados, las dos terceras partes de los empleos remunerados están en manos de los hombres. En los países occidentales el porcentaje está algo más equilibrado, aunque las mujeres desempeñan el 34% de los trabajos retribuidos frente al 66% de los hombres.

El hecho de que las mujeres trabajen tanto en casa y el que los hombres ayuden tan poco es una cuestión de mentalidades, y no de incentivos políticos o económicos. Por muchos que sean estos últimos, los hombres tienden a retraerse a la hora de compartir por igual las tareas domésticas. Existen pocas diferencias entre los distintos países europeos respecto al tiempo empleado por los hombres en estas tareas, pero se trata de una tendencia constante.

Esto nos lleva a la conclusión de que cuando les toca decidir si quieren tener más hijos, las mujeres se encuentran agotadas. Se sienten «estrujadas» no solo por tener dos trabajos sino también por falta de colaboración de sus maridos. En tales condiciones, la perspectiva de tener otro hijo no resulta atractiva. […]

_________________________(1) Janne Haaland Matláry. El tiempo de las mujeres. Notas para un nuevo feminismo. Rialp. Madrid (2000). 199 págs. Traducción: Antonio Rubio. Una recensión de la versión italiana Il tempo della fioritura fue publicada en el servicio 112/99.

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