La poligamia, otra forma familiar en Occidente

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Ante la creciente aceptación de distintos modelos familiares en Occidente -¡ninguno más digno que otro, por favor!- era inevitable que apareciera un tipo de familia bastante tradicional en otras culturas: la familia polígama. A través sobre todo de la inmigración africana de origen musulmán, este tipo de cohabitación ha entrado en el variado panorama familiar. Ya no es tan raro que un inmigrante de Malí o de Senegal traiga una segunda esposa, aunque no figure legalmente así. Muchas veces es un signo de su mejora económica, que le permite mantener a dos mujeres.

La concepción original del matrimonio está ya muy deslucida en Occidente, pero la poligamia todavía aparece vinculada a la sumisión femenina y rechina con la dignidad de la mujer. De modo que los países europeos no parecen dispuestos a dar por bueno este modelo familiar, aunque aporte diversidad y un toque multicultural. En Italia, un comité de expertos ha redactado, por encargo del gobierno, una Carta de Valores, Ciudadanía e Inmigración, que propondrá a los representantes de comunidades de inmigrantes llegados al país. Se trata de dejar claro una serie de valores que quien se establece en Italia debe respetar.

Respecto al matrimonio, declara que «Italia prohíbe la poligamia como contraria a los derechos de la mujer». Y recalca que el matrimonio en Italia «está fundado sobre la igualdad de derechos y responsabilidades entre marido y mujer, y es por ello una estructura monógama». En fin, parece que en este caso se tiene bastante claro qué es una familia «normal», término tan denostado otras veces para no discriminar entre formas familiares.

Pero hay que reconocer que a los inmigrantes se les envían señales contradictorias sobre los modelos familiares aceptables en Occidente. Por ejemplo, a comienzos de este año, en Canadá, el Tribunal de Apelación de Ontario declaraba que un niño de cinco años tenía tres padres: su padre y dos madres.

En el origen hay una pareja de lesbianas, que quieren criar un hijo. Pero a una de ellas no le convencía la medicalización del proceso que supone la inseminación artificial y el completo desconocimiento del donante. Así que recurrieron a un conocido, recientemente separado y padre de dos hijos, para ver si estaría dispuesto a ser el donante de semen y estar presente después en la vida del hijo. Dicho y hecho. Tras el nacimiento del hijo, el hombre ha comenzado otra relación con una nueva mujer y ha tenido un hijo con ella. Pero dicen que ambas familias se llevan bien y cenan juntas una vez por semana.

Según la ley canadiense, la compañera de la madre no tenía ningún vínculo legal con el niño, con lo que no podía ser su representante ni ante la escuela ni ante un médico. Así que recurrió a los tribunales. Tras perder el caso en primera instancia, ha logrado por fin que el Tribunal de Apelación le dé la razón. Con esa desenvoltura con que algunos jueces deciden si deben ajustarse o no a la ley, los del Tribunal de Apelación han decidido que la legislación familiar de Ontario, que data de 1990, no refleja las realidades sociales y reproductivas de hoy. Y, en bien del menor, han reconocido que puede tener un padre y dos madres.

El Tribunal de Apelación de Ontario es el mismo que en 2003 declaró inconstitucional la ley federal que definía el matrimonio como «la unión de un hombre y una mujer», sentencia que abrió el camino a la legalización del matrimonio entre homosexuales.

Privatización del matrimonio

La nueva sentencia del Tribunal de Ontario, que crea por ley tres padres para un niño, ha dado lugar a comentarios sobre la próxima admisión de la poligamia. Si se puede expandir el estatus de la paternidad, ¿por qué no también el del esposo? Si para el matrimonio ya no importa el género -da igual un hombre y una mujer, o dos hombres o dos mujeres-, ¿por qué ha de importar el número? A fin de cuentas, la poligamia no es más extraña a la concepción tradicional del matrimonio que la ruptura de la heterosexualidad. Más bien, puede alegar toda una tradición histórica y un hondo arraigo todavía hoy en algunas culturas, cosa que no puede decirse del matrimonio homosexual.

En el fondo, la admisión de la poligamia no sería más que una evolución lógica dentro del actual proceso de privatización del matrimonio, que está convirtiendo una institución social en un traje a medida. El matrimonio a la carta implicaría también que, en uso de su autonomía contractual, unos adultos decidan compartir una unión polígama, sin ser discriminados jurídicamente por esa elección.

Quizá no estemos tan lejos de ese momento, pues ya se ha hecho incluso en EE.UU. una serie de televisión («Big Love») que explora el mundo de la poligamia a través de una familia atípica: un hombre, tres esposas y siete hijos. Y no son musulmanes ni africanos. Se trata de una familia mormona, aunque a decir verdad los mormones actuales ya no defienden la poligamia. Esta familia preserva el secreto de su forma de vida, sin atreverse a salir del armario en una sociedad que declara ilícito ese tipo de amor.

A pesar de estos prejuicios, gran parte de la crítica ha dedicado encendidos elogios a «Big Love». Para la revista «Variety», se trata de una serie «cautivadora»; para «Time», «una serie dramática de primera clase». En fin, debe de ser algo así como «Brokeback Mountain», pero con tres mujeres en vez de dos vaqueros. Trasgresora y sin tabúes, en cualquier caso.

Así, poco a poco, y una vez liberados de cualquier resto de la concepción judeo-cristiana tan denostada, tendremos el camino abierto para llegar a nuevas fórmulas matrimoniales ya vigentes en países pioneros como Afganistán y Somalia.

Ignacio AréchagaACEPRENSA

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