Casarse es necesariamente caro. O no. Lo es si la contrayente es, por ejemplo, la rica heredera de una transnacional de la metalurgia y sus parientes pretenden gastarse unos cuantos millones en rocambolescas escenografías y 300 botellas de Dom Perignon. No lo es si, como narra una joven estadounidense en un blog sobre el matrimonio, la familia y los amigos se vuelcan de corazón y ayudan con el vestido, el buqué, las flores, la tarta� ...
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