La gran mayoría de los cuidados a personas enfermas o ancianas se realizan dentro de la propia familia, aunque por su carácter informal no es fácil recabar datos exactos. No obstante, los datos disponibles muestran que las mujeres están más representadas que los hombres, especialmente en las tareas más exigentes, lo que las lleva a sacrificar sus carreras profesionales.
Las mujeres (fundamentalmente hijas o esposas de los mayores o enfermos dependientes) son mayoría en el sector de los cuidados informales: entre el 60% y el 70%. La brecha es mayor durante la vida activa, y disminuye levemente a partir de los 65 años, con la incorporación de algunos jubilados que cuidan de sus esposas. También los receptores de los cuidados son mayoritariamente mujeres, sobre todo entre los de edad más avanzada.
Según un informe referido a Estados Unidos, en el caso de los ancianos que reciben cuidados, son sus esposas las que mayoritariamente se hacen cargo. En cambio, cuando son ellas las necesitadas, las hijas, no los esposos o los hijos, asumen en primer lugar la tarea de cuidarlas, tanto más cuanto mayor grado de dependencia tiene la madre.
Conciliar no es fácil, sobre todo para las mujeres
Muchos de los que atienden a un familiar tienen que prescindir de su trabajo profesional o reducir su jornada. Según datos de la AARP, la asociación de jubilados más importante de EE.UU., en este país casi la mitad de los cuidadores están desempleados (40%) o tienen trabajos a tiempo parcial.
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La dificultad para conciliar los cuidados con la vida profesional afecta especialmente a las mujeres. Ellas están sobrerrepresentadas entre los cuidadores que toman las decisiones más radicales: cambiar de trabajo, abandonar la vida profesional o reducir la jornada. Esto supone que, en conjunto, el volumen de ingresos perdidos por las mujeres debido a la atención que prestan a familiares es mucho mayor.
Muchas cuidadoras señalan que las empresas les dan menos facilidades para flexibilizar horarios o para reincorporarse tras una baja temporal que a las nuevas madres (cfr. Aceprensa, 19-02-2016). Por otro lado, aunque la AARP señala que solo una minoría de los cuidadores con empleo han recibido algún toque de atención en la empresa por el tiempo dedicado a la atención familiar, es significativo que el porcentaje de autónomos sea entre ellos bastante más alto que en el conjunto de la población ocupada (17% frente al 10%).
Ser cuidadora en el norte o el sur de Europa
En la Unión Europea, el porcentaje de mujeres con jornada reducida es mayor en la franja de los 50 a los 65 años que en la de los 25 a los 50, pese a que esta incluye a las madres con hijos pequeños. Esto se explica en parte por la dedicación a cuidar de familiares mayores.
La relación entre la necesidad de cuidar de un familiar y el empleo femenino no es igual en todos los países. Un informe de 2010 que comparaba datos de varias regiones europeas señalaba un fuerte contraste entre el norte y el sur del continente, y lo atribuía a dos factores: el diferente grado de generosidad en las ayudas públicas y la mayor presencia laboral de la mujer en los países del norte.
El perfil de la cuidadora es: mujer casada, de 45 a 65 años, con pocos estudios, y que atiende a su madre en solitario mientras su marido sigue su carrera profesional
En concreto, el estudio explicaba que en el norte hay más mujeres cuidadoras, pero las del sur dedican más horas. Esto está relacionado con la proporción de mayores o enfermos que viven en hogares familiares –los suyos propios o los de sus hijas cuidadoras– o en una residencia. Lo primero es mucho más frecuente en el sur que en el norte.
De ahí que la proporción de cuidadoras sin empleo sea mayor en el sur del continente. No obstante, la falta de trabajo remunerado no siempre se debe a que las cuidadoras lo hayan abandonado para atender a parientes. También puede ser que no lo tuvieran antes o que no lo quieran: estas mujeres tienen por término medio un nivel de estudios más bajo, y por tanto son menores los salarios que dejan de percibir por no estar empleadas.
Un dato significativo es que entre las cuidadoras hay mayor proporción de casadas. Aunque el informe no establece una relación causal entre estos factores, es probable que la estabilidad, también económica, del matrimonio facilite cuidar de personas dependientes.
Así, se podría trazar un perfil de la cuidadora como una mujer casada, de 45 a 65 años, con pocos estudios, y que atiende a su madre en solitario mientras su marido sigue su carrera profesional.
Ellas se ocupan de las tareas más exigentes
Una encuesta del Pew Research Center en Alemania, Italia y Estados Unidos muestra que, en los tres países, los hijos (ambos sexos) de personas ancianas dicen haberles ayudado sobre todo con recados, labores del hogar o pequeños arreglos domésticos. Así lo ha hecho entre un 60% y un 70% de los encuestados. Además, en torno a un 20% (cerca del 30% en Estados Unidos) también ha ayudado económicamente a sus padres. Menos son los que en los últimos doce meses les han asistido en tareas personales como vestirse o bañarse. Es precisamente en esta categoría, la que más tiempo exige, donde más se percibe la brecha de género entre los cuidadores: salvo en Italia, donde apenas hay diferencia, el porcentaje de mujeres duplica de sobra al de hombres.
Entre los cuidadores con empleo remunerado, son las mujeres las que con más frecuencia reducen su jornada o cambian de trabajo para cuidar de un familiar
El predominio femenino aumenta cuando la persona atendida sufre un impedimento mayor, sea físico o psíquico. Un estudio publicado en 2015, que analizaba el perfil sociocultural y la situación laboral de casi 700 cuidadores de ancianos con alzheimer u otras demencias en el sur de España, daba varios resultados significativos. En primer lugar, la mayoría de mujeres es abrumadora. En segundo lugar, quienes atienden a personas con demencia no suelen tener empleo, y esto se cumple sobre todo en mujeres con bajo nivel de estudios y que conviven con el enfermo.
Por todo ello, no es de extrañar que un 15% de las mujeres encuestadas por el Pew dicen sentirse desbordadas, frente a solo un 5% de los hombres. Sin embargo, la gran mayoría de los cuidadores (hombres y mujeres) califica la experiencia como “gratificante”. Solo un 25% se refiere a su labor como “estresante”.
Con todo, los cuidados, sobre todo cuando son intensivos, dejan huella en la salud psíquica y física de quienes los desempeñan. Varias investigaciones han documentado una mayor incidencia de síntomas de depresión entre los cuidadores, especialmente entre los que viven en el mismo hogar que la persona atendida y los que se encargan de familiares más limitados, como los que sufren demencia. De ahí que algunos expertos hayan pedido integrar mejor a los cuidadores informales en la red de atención pública.
El tsunami que viene
La necesidad de cambiar el paradigma de los cuidados familiares, fomentando la implicación de lo público o la de los varones, se siente especialmente en sociedades donde la proporción de mayores es ya alta o está subiendo rápidamente.
Japón está en el primer caso. Su tasa de dependencia, 42 personas mayores de 65 años por cada cien en edad laboral, es la más alta del mundo. Como explica un reportaje en The Economist, la falta de enfermeras y la insuficiente financiación pública están dejando todo el peso sobre los familiares.
Se calcula que las mujeres son entre el 60% y el 70% de todos los que cuidan a un familiar anciano o enfermo
Algo similar está ocurriendo en China. La tasa de dependencia es mucho menor (12), pero aumenta muy deprisa. La mayor esperanza de vida multiplica los casos de demencia, y los cuidados están recayendo fundamentalmente en las familias. La política del hijo único y los bajos sueldos de los cuidadores profesionales no ayudan.
Después de Japón, la región más envejecida es Europa. En casio todos los países, la tasa de dependencia es cercana o superior a 30 mayores de 65 por cien personas en edad laboral. Alemania, Grecia, Italia, Portugal y Francia tienen los valores más altos. Solo Noruega, Polonia, Irlanda, Islandia y Eslovaquia bajan de 25.
En comparación, Estados Unidos es un país joven (una tasa de dependencia de 22). Sin embargo, ya son más de 34 millones de personas los que cuidan de algún familiar mayor. De ahí que, como cuenta un artículo en The New York Times, varios estados ya han aprobado leyes de bajas laborales pagadas, y se esté discutiendo un proyecto de ley a nivel nacional.
El efecto sándwichPor segmentos de edad, el de los 45 a los 65 años es el que concentra a la mayor parte de los cuidadores. Los llamados baby boomers, y sobre todo las mujeres, están sufriendo el “efecto sándwich” causado por la mayor esperanza de vida de la generación anterior y la emancipación más tardía de la siguiente: muchas tienen que atender a sus padres y a algún hijo mayor de 18 años. Según un estudio publicado a principios de año en Population and Development Review, en Estados Unidos las que están en esa situación entre los 45 y los 65 años aumentaron del 43% en 1988 al 54% en 2007. Además, la mayor tasa de divorcio ha hecho que disminuya la probabilidad de contar con un cónyuge o unos hijos que los cuiden cuando lo necesiten La segunda franja con más cuidadores es la de los mayores de 65 años, que fundamentalmente atiende a sus cónyuges. Sin embargo, los que tienen por delante un panorama más difícil son los llamados millennials, nacidos entre principios de los 80 y final de siglo XX. Además de no tener hermanos con los que repartirse la atención de los padres, no es raro que estos jóvenes estén cobrando menos que estos a la misma edad, así que es bastante probable que no puedan disfrutar de unas de pensiones tan generosas. Por otro lado, las mujeres millennials están obteniendo más títulos universitarios que los hombres, y su incorporación al mundo laboral es plena, por lo que el coste de oportunidad de abandonar la profesión para cuidar a un familiar será para ellas mucho mayor de lo que fue para sus madres. |