Hijos por donación de gametos piden el fin del anonimato: “Nos sentimos abandonados por la legislación”

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GINEFIV / Europa Press.

El liderazgo de España en donación de gametos la ha convertido en uno de los principales mercados de la reproducción asistida del mundo y el principal de Europa. Esto se debe fundamentalmente a dos factores: la protección del anonimato de los donantes y la compensación económica. 

Menos de cuarenta años después de que nacieran los primeros bebés por donación de gametos, la Asociación de Hijas e Hijos de Donante (AHID) está pidiendo, entre otras cosas, acabar con estos dos pilares que sustentan la donación y que impiden que los nacidos por esta vía conozcan sus orígenes, su historial médico o a sus hermanos genéticos.  

“Tal y como está planteado –reivindica Clara, de 35 años, miembro de la asociación y nacida por donación de gametos–, a mí me dice que yo he nacido como un intercambio de bienes. Me dice que yo soy un producto. Y que nadie nunca ha pensado en nosotros, en nuestras inquietudes, en nuestras preguntas, en cómo nos sentimos”. 

La inquietud también nace en quien tiene hijos por esta vía. En 2024 la periodista Júlia Bertrand publicó Querida desconocida, donde narra su experiencia con la infertilidad y el proceso hasta tener un niño gracias a la donación de óvulos. 

Desde el principio, Bertrand tuvo que luchar contra las  contradicciones que implicaba  su decisión: “¿Qué consecuencias tendrá mi deseo maternal en otra mujer? ¿Qué riesgos tendrá que asumir ella para que se cumpla?”. 

Los interrogantes que abre la industria afectan a todos los involucrados, y las respuestas no siempre son sencillas. 

El consenso: hay que decirles a los niños cómo han sido concebidos 

A pesar de que la cuestión sobre cómo gestionar la identidad del donante genera polémica, sí que hay un consenso casi unánime en un punto: los niños deben saber cómo han sido concebidos, y cuanto antes, mejor. 

Clara se enteró en una discusión familiar. Otros dicen haberse enterado tras preguntar por la posibilidad de heredar una enfermedad. Y cada vez es más común que el descubrimiento venga de la mano de los test genéticos que pueden revelar un parentesco con otras personas que también los hayan realizado.

La opacidad caracteriza todo el proceso: desde el anonimato de los donantes a la ocultación de las dinámicas comerciales de la industria

Sin embargo, el 60% de las familias heterosexuales que han tenido hijos por esta vía no se lo dice. Esto, por ejemplo, implica que cuando van al médico y les preguntan por sus antecedentes, no tienen la información verdadera. 

Portada del libro de Bertran

Aunque la recomendación sea contarlo, los que han pasado por la industria de la fertilidad señalan que la lógica que rige es la del camuflaje. El objetivo es despersonalizar al donante al máximo para que su intervención sea lo menos evidente posible. Una falta de transparencia que afecta también a los propios donantes. 

En realidad, todo el proceso es opaco, como explica Bertran: “Y es que el anonimato no oculta únicamente las identidades de las personas implicadas en la donación, también empaña la transparencia de las dinámicas mercantiles que se dan después de la extracción. Los centros privados no revelan el número de óvulos recogido, ni a cuantas mujeres se destinan, ni si se produce algún embarazo. Tampoco se informa de si los óvulos se congelan o se envían al extranjero, ni sobre su valor económico en un mercado transnacional. Me pregunto por qué las donantes no tienen derecho a saber qué se hace con su material biológico. La opacidad siempre es sospechosa”

Bertran cuenta el momento en el que se dio cuenta de que necesitaría un apoyo psicológico y la clínica le informó del cargo adicional que le supondría: “¿Estamos pagando siete mil euros por un tratamiento médico que me infla de hormonas y me están diciendo que no incluye una miserable visita con un terapeuta? ¡Qué forma de hacer dinero a costa de la vulnerabilidad de la gente! La deshumanización de la industria de la reproducción asistida nos acaba de enseñar las garras”. 

“De hecho, a las familias se les decía: ‘tú no te preocupes que esto nunca se va a saber’. Porque las clínicas aprovechan de la vergüenza de muchas familias por la infertilidad”, explica también Clara. 

Pese a la recomendación de que los niños conozcan su origen, a realidad es que son los padres los que tienen la sartén por el mango. Por eso, desde la AHID reclaman que la donación quede registrada en el historial del niño, y no únicamente en el de la madre.  

Un problema adicional de estos procedimientos es el conflicto de lealtades que suelen generar: muchos de los hijos a los que se ha contado cuál ha sido su proceso de fecundación se debaten entre el deseo de saber de dónde vienen y la sensación de que están traicionando a su familia. Con frecuencia, se les pide que no se lo cuenten a nadie.

De hecho, hace tan solo dos años, a raíz de involucrarse en la asociación, que Clara se sentó a hablar con su hermano, mayor que ella y también nacido por donación, de la experiencia que compartían y que nunca habían comentado. 

Una cosa es saber cómo has sido concebido y otra, de quién 

La legislación protege la identidad del donante y permite a las clínicas facilitar información general a las familias. Sin embargo, cada clínica hace su propia interpretación de lo que abarca esa información general. 

Cuando Clara va al médico y le preguntan por los antecedentes familiares, no sabe contestar. Cuando ve por la calle a alguien que se parece a ella, se pregunta si quizá están emparentados

La ocultación más flagrante es la del historial médico. Las clínicas aseguran que los donantes pasan por un exhaustivo proceso de análisis y controles –cuyo rigor ha sido puesto en cuestión por –y que la legislación contempla romper con el anonimato en casos extraordinarios como la prevención de un riesgo grave para la salud. 

Pero, según Bertran, “el control exhaustivo y riguroso del sistema de donaciones de gametos en España todavía no es una realidad”; en gran parte, por la falta de controles e inspecciones que garanticen que en las clínicas se cumple con lo que obliga la ley. 

Y la realidad es que cuando Clara va al médico y le preguntan por los antecedentes familiares, no sabe contestar. Que cuando ve por la calle a alguien que se parece a ella, se pregunta si quizá están emparentados. Que le angustia no saber cuántos hermanos genéticos tiene por el mundo. 

“No pedimos que nos incluyan en esa familia. Nuestras exigencias no van por ahí. Nuestras exigencias van, sobre todo, por conocer nuestros orígenes. No exigimos ningún tipo de vínculo, para nada. Ni muchísimo menos ninguna responsabilidad, ni de crianza, ni muchísimo menos económica”, subraya. 

Prohibir el anonimato y la compensación

¿Qué pasa si acabamos con el anonimato y la compensación? La experiencia en otros países contesta a esta pregunta: caen en picado de las donaciones, el pilar que sustenta la industria de la fertilidad. 

Una industria que se aprovecha de la falta de información. “No sabíamos que las posibilidades de embarazo se reducían de forma tan estrepitosa a partir de los treinta y cinco”, reflexiona Bertran en Querida desconocida. O que a partir de los 40 años, solo el 5,5% de las fecundaciones in vitro acaban en parto; o que las cifras de éxito que anuncian las clínicas son después de numerosos ciclos de tratamientos, añade. 

Si a los niños adoptados ya se les reconoce el derecho a buscar y conocer sus orígenes, ¿por qué no hay una equiparación con los hijos nacidos de gametos de terceros? Clara lo tiene claro: “Nos sentimos abandonados por la legislación, que sí ampara a los niños adoptados. Pero es que, ¿cuánto dinero hay detrás de una persona huérfana? Porque una persona huérfana al final está tutelada por el Estado. Hay muchísima más transparencia, porque el Estado no se lleva dinero. Pero en nuestro caso sí que hay muchísimo dinero detrás y hay mucho interés”. 

Quienes reivindican el anonimato y la compensación económica a los donantes aseguran que hay que protegerlos y recompensarlos de alguna manera para salvaguardar la alta demanda de la industria. 

Clara discute ese argumento: “Si yo dono un riñón, algo que, por cierto, tendrá consecuencias para el resto de mi vida, nadie me paga. Está legislado así precisamente para que no haya un mercado de órganos. Sin embargo, sí que está totalmente aceptado que hay un mercado de gametos, un mercado de material genético, que además atrae a muchísima gente de fuera de España”. 

Las empresas del sector de la fertilidad también se aprovechan de un marketing que camufla la realidad con un lenguaje disimulado. “Si quiero ser honesta conmigo, más me vale quitar la brillantina de las palabras. ‘Compraventa de óvulos’, digamos las cosas por su nombre”, concluye Bertran, 

Una compraventa que atrae fundamentalmente a mujeres jóvenes vulnerables que necesitan dinero rápido en un momento concreto, según explica la investigadora Jennifer Lahl, y a las que se les lanza un marketing muy agresivo que enaltece el altruismo y oculta los riesgos a largo plazo. 

“Como la ley no permite promover la donación de óvulos mediante incentivos económicos, la publicidad de las clínicas se convierte en una exaltación del altruismo que, además, es la coartada cándida que el mercado de la ovodonación necesita para ser aceptado socialmente. Sin embargo, la publicidad dirigida a los donantes de esperma no los anima a ser solidarios y a ayudar a otros hombres a cumplir sus deseos. El sesgo de género en estos reclamos es flagrante”, observa Bertran. 

Tampoco se sostiene la defensa de este mercado encubierto con el argumento, empleado en el marketing reproductivo, de que así se protege un supuesto derecho a ser padre o madre. “El ser madre o padre no es un derecho –reivindica Clara–; el derecho es el mío de conocer mis orígenes.  Y no puedo ejercerlo porque se ha consagrado por encima algo que no es un derecho, sino un deseo. Que puede ser un deseo muy grande y muy legítimo, pero ser padre no es un derecho”.

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