Del matrimonio a la pareja

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Familia en Occidente: ¿individuo contra institución?
¿Merece la pena la familia? El sí de los ciudadanos es apabullante, y también los gobiernos reconocen que esta institución es esencial para la estabilidad social. Las consecuencias negativas del divorcio son de sobra conocidas, y todos -o casi todos- los divorciados hubieran deseado durar para siempre. ¿Por qué se rompen entonces tantas familias? La Coalición norteamericana por el Matrimonio, la Familia y la Educación de las Parejas está convencida de que el divorcio es prevenible.

La situación demográfica de Europa no invita precisamente al optimismo. La fecundidad media en la UE es de 1,5 hijos por mujer, y en ningún país miembro se alcanza la tasa que garantiza la sustitución de las generaciones (2,1). Todos estos datos son analizados en el Informe «Evolución de la Familia en Europa 2006», del Instituto de Política Familiar. Quizá haya un profundo pesimismo en la raíz de este invierno demográfico, como sostiene George Weigel en «Política sin Dios». La edad a la que se tiene el primer hijo se retarda, hasta haber logrado cierta posición en la vida. Y a esto hay que añadir cierto «trastorno de Saturno»: uno de cada seis embarazos terminó en 2003 en aborto. De no haber sido así, los europeos hubiéramos cumplido con creces con el expediente natalicio.

Otro motivo de alarma que aporta el IPF es el descenso del número de matrimonios en la UE, con una caída del 23,5% entre 1980 y 2004. Uno de cada tres niños nace en alguna de las llamadas «otras realidades familiares». Si a esto añadimos que por cada dos matrimonios que se celebran en Europa se rompe un tercero, parece que hay que pensárselo dos o tres veces antes de fundar un nuevo hogar como los de «toda la vida».

La revolución del sentimiento

El profesor de Demografía Jan Latten, de la Oficina de Estadística Central, de los Países Bajos, destaca en un reciente estudio («Trends in samenwonen en trouwen») que se ha operado un brusco cambio de mentalidad en los últimos años. El descenso de matrimonios no significa que haya muerto el ideal de la paternidad ni de la vida en pareja. Lo que ha acontecido, afirma, es una «informalización del matrimonio», al mismo tiempo que las leyes han equiparado la institución a otras formas de convivencia, e incluso han modificado su propia definición con el llamado «matrimonio homosexual». Todo empezó, según Latten, como una moda minoritaria a finales de los años sesenta entre un sector de la población con alta formación académica y muy secularizado. La cultura de masas fue el vehículo para su propagación, y el Estado terminó por afianzar la tendencia al adaptarse a la informalidad de los tiempos.

«Tenemos aquí un movimiento hacia una forma de toma de decisiones más auténtica, hiperindividualizada, alejada de los marcos que daban forma al proceso de toma de decisiones en asuntos de relaciones y vida familiar», escribe Latten. No es un fenómeno aislado. La profesora de Filosofía Dorien Pressers escribe en «Big Mother» que el ciudadano se ha retirado del espacio público en un «regreso a lo privado» («Rückzug ins Private»). Entre otros aspectos, Pressers se refiere al culto de la personalidad, al deseo de autenticidad y de reconocimiento por parte de los demás… Subyace siempre una «revolución del sentimiento», que propone una moral individualista, en la que cada cual «tiene el derecho de moldear su vida del modo que quiera, basándose en sus propios juicios morales».

Es la misma idea de la institución lo que se cuestiona. En primer lugar, muchos rehúyen el compromiso formal en su vida de pareja. Y cuando lo aceptan, lo adaptan a su voluntad soberana. La sexualidad se puede disociar de la procreación, y los lazos económicos en el matrimonio no son tan importantes como antes. El valor en alza es el sentimiento. Es el «amor romántico» lo que legitima la relación. Y también su ruptura, cuando desaparece el «hormigueo».

El temor al fracaso

Por eso hay miedo, incertidumbre. El ideal del matrimonio es fuerte entre los jóvenes holandeses, según los datos que aporta Jan Latten. Una inmensa mayoría quiere casarse en algún momento del futuro. Pero no se ve «con la preparación suficiente» o cree que aún es pronto para comprometerse. De momento, la cohabitación parece una buena solución temporal, una «escuela» para el matrimonio. Y entonces pasa el tiempo, llegan los desamores y las desilusiones. El matrimonio deja de ser una opción realista, y las partes se conforman con firmar un contrato ante notario, en previsión de futuros litigios.

Bien podría aplicarse a esta situación la teoría de las profecías autocumplidas. El temor al fracaso lleva al mismo fracaso. Las rupturas son mucho mayores entre parejas de hecho que en matrimonios, y aún más -estima Latten- entre parejas que ni siquiera se han registrado (ver Aceprensa 24/05). Pero la realidad es tozuda y demuestra a las dos individualidades que su relación no era sólo cosa de dos. Cada año se ven afectados en los Países Bajos 35.000 niños por el divorcio. Según demuestra un arsenal de estudios, estas víctimas del divorcio perderán total o parcialmente sus vínculos con el padre o la madre, sufrirán problemas económicos, tendrán más posibilidades de padecer enfermedades psíquicas o incluso físicas…

Holanda ha sido uno de los primeros países en darse cuenta de que existe un vacío legal en la protección de estos niños (ver Aceprensa 15/05). El miembro de la antigua pareja con los hijos a cargos inicia, con frecuencia, nuevas relaciones y se crean -dice Latten- «situaciones que generalmente están poco supervisadas y fuera del control legal». Sencillamente, este tipo de «familias adoptivas informales son invisibles para las autoridades administrativas. A veces habrá medio-hermanos, haciendo las categorías de familias informales cada vez más complicadas».

Una masa crítica de familias

Muy mal irían las cosas si aquel desorden fuera la norma. La senadora Hillary Clinton, poco sospechosa de conservadurismo, afirmó, siendo Primera Dama, que «recientes estudios demuestran con convicción que los niños que viven con un padre o en nuevas familias tienen dos o tres veces más probabilidades de sufrir problemas emocionales y de comportamiento que los que viven en familias con padre y madre». No es un problema meramente privado: «Toda sociedad necesita una masa crítica de familias que se adscriban al ideal tradicional, tanto para satisfacer las necesidades de la infancia como para servir de modelo a otros adultos que están criando a niños en entornos difíciles. En América, corremos hoy el peligro de perder esa masa crítica».

Lo que no dijo la hoy senadora demócrata es que los gobiernos tienen también mucho que decir en este terreno. Un estudio sobre Estados Unidos y 22 países europeos dirigido por John Crouch, director ejecutivo de la organización Americans for Divorce Reform, concluye que las ocho naciones con tasas de divorcio per cápita inferiores al 0,2% establecen períodos de espera de tres o más años y, en algunos casos, también consultas obligatorias. Existe una correlación inversa importante, aunque no perfecta, entre la dificultad legal para obtener el divorcio y el número de rupturas (ver Aceprensa 157/04).

Ricardo Benjumea

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