“Body safety”: educar en el valor del cuerpo para prevenir abusos

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Waldryano / Pixabay

Hablar con nuestros hijos sobre el respeto que merece el propio cuerpo y el de los demás, sobre cómo poner límites y gestionar los afectos no es una cuestión secundaria. Para mantener esta conversación, aunque pueda parecer incómoda, no se debe esperar a la adolescencia. Debe empezar en la primera infancia, desde la confianza y con palabras que nacen del vínculo filial.  No se trata de tener todas las respuestas, sino de estar presentes, disponibles, sin evitar las preguntas difíciles y acompañando con ternura y claridad.

Muchos padres reconocen que no siempre se sienten preparados para abordar con sus hijos este tipo de cuestiones. A menudo, se recurre al silencio o se evita entrar en conversaciones que parecen complejas o delicadas. Sin embargo, estas omisiones no protegen. Urge recuperar un lenguaje sencillo, herramientas claras y, sobre todo, la convicción de que hablar de afectividad y sexualidad en casa no es un extra, sino parte esencial del cuidado diario de los hijos.

Ciertamente, para que este tipo de educación sea útil, conviene que esté basada en una cierta antropología del cuerpo. Aunque cabe una aproximación no religiosa, lo cierto es que la propuesta cristiana ofrece una fundamentación muy profunda. San Juan Pablo II, en su Teología del Cuerpo, recordaba que “el cuerpo, de hecho, y sólo él, es capaz de hacer visible lo que es invisible: lo espiritual y lo divino”. Esta afirmación sitúa el cuerpo en el centro de la experiencia humana, no como algo accesorio, sino como vía de expresión del alma y de la persona.

Desde esta perspectiva, educar a nuestros hijos en el valor del cuerpo, como una realidad que trasciende lo estrictamente biológico, no es una tarea menor, sino una forma concreta de afirmar su dignidad.

Sin embargo, muchos padres que no recibieron una educación afectivo-sexual en su infancia, quizás porque crecieron en entornos donde estos temas apenas se nombraban o se trataban con incomodidad, hoy no saben por dónde empezar. En este contexto, resulta especialmente sugerente una idea de Gregorio Luri, conocido por su defensa de una educación con raíces y basada en la sensatez: recuperar el sentido común y la claridad en la crianza. Luri insiste en que educar no es una tarea técnica reservada a expertos, sino un ejercicio de raíz, de coherencia vital, de “lucidez amorosa”.

Prevenir el abuso sexual… prevenible

Hay casos de abuso sexual que no se pueden evitar con una mejor educación en el valor del cuerpo. Se trata de agresiones violentas, en las que la víctima padece una coacción física o psicológica insalvable. Sin embargo, otras veces los abusos se producen en un contexto de familiaridad o mal entendida confianza. Estos son los que podría prevenir un tipo de formación llamada “body safety”.

Las herramientas que proporciona el body safety solo funcionan si se enraízan en un clima afectivo de escucha y apertura

El término «body safety«, nacido en la cultura anglosajona a partir de programas de prevención del abuso sexual infantil puestos en marcha desde los años 80 –especialmente en Australia, Reino Unido y Estados Unidos–, hace referencia a un enfoque educativo que pone el acento en el respeto al propio cuerpo y en el desarrollo de habilidades para reconocer y comunicar situaciones incómodas. Ofrece pautas claras para ayudar a los niños a reconocer lo que les hace sentir mal o inseguros frente a alguien, a identificar adultos seguros y a expresar sus límites de forma firme. Pero estas herramientas solo funcionan si se enraízan en un clima afectivo de escucha y apertura; un clima que debe desarrollarse, en primer lugar, dentro de la familia.

La confianza no se improvisa. Se construye día a día, desde la infancia, con conversaciones pequeñas, con preguntas respondidas sin vergüenza, con una mirada que valida sin juzgar. Estas conversaciones no son iguales en todas las etapas: con los más pequeños, basta con sembrar ideas sencillas –como “tu cuerpo es tuyo” o “si alguien te propone un juego que te hace sentir raro o incómodo, puedes decir que no– que les ayuden a identificar lo que está bien o mal. Resulta útil usar cuentos, juegos simbólicos o incluso muñecos para escenificar situaciones cotidianas.

Secretos buenos y malos

También es importante hablar con naturalidad sobre los secretos: explicar que hay algunos positivos –como una sorpresa de cumpleaños– y otros negativos, que hacen sentir mal o incómodos, y que siempre deben contarse a un adulto de confianza. Esta distinción sencilla les ayuda a identificar situaciones que deben compartir y a entender que no están solos ante lo que no comprenden.

Con nuestros hijos adolescentes, conviene dar espacio a su mirada crítica, respetar sus silencios y ofrecer argumentos sólidos, sin reducir la conversación a datos biológicos o advertencias. Se trata de reconocer sus preguntas como una oportunidad para fortalecer el vínculo. No es necesario tener todas las respuestas, pero sí estar disponibles.

En un tiempo saturado de pantallas, sobreinformación y prisas, las familias necesitan espacios de formación serena, con fundamentos sólidos, que les permitan educar a sus hijos con la mirada puesta en el horizonte, desde el acompañamiento paciente y continuo.

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