Bodas homosexuales, matrimonio a la deriva

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Luis Arechederra, catedrático de Derecho Civil en la Universidad de Navarra, señala algunas consecuencias paradójicas a las que llevaría admitir el matrimonio homosexual («Diario de Navarra», 23 mayo 2005).

El matrimonio homosexual se presenta como un paso adelante en el disfrute de los derechos. La intención es buena, pero, como muchas buenas intenciones, puede acabar en despropósito. La homosexualidad no requiere el matrimonio. Casarse es lo último que un homosexual hubiese pretendido hacer… hasta que se convirtió en reivindicación. Una estupidez reivindicada adquiere un cierto empaque. (…)

Llama la atención que los mismos que «aligeran el divorcio» para erradicar la violencia doméstica conduzcan a las parejas de homosexuales y lesbianas a un callejón sin más salida que la judicial. ¡Por favor, no los casen! Lo de menos es la desvinculación. Lo grave es que ésta va acompañada de todo otro conjunto de medidas nada fáciles de digerir.

Supongamos que contraen matrimonio un par de lesbianas y que una de ellas se insemina artificialmente y da a luz «dentro del matrimonio». Si el matrimonio homosexual fuese realmente un matrimonio debería entrar en juego la presunción de paternidad, y el nacido sería hijo de las dos. Pero el proyecto de ley no prevé la modificación del art. 108 del Código Civil, según el cual la filiación «es matrimonial cuando el padre y la madre estan casados entre sí». Por lo tanto, a pesar del matrimonio nos encontramos en una situacion idéntica a la de una pareja de hecho de lesbianas que, una por inseminación artificial y la otra por posterior adopción, ostentan de forma conjunta la patria potestad sobre el hijo.

Si pasado el tiempo la pareja se separa, habrá que decidir sobre la guardia y custodia de la criatura. En ese momento la madre biológica contemplará con asombro cómo su «partner» le disputa la guardia, y cuando el juez decida, esperemos, concedérsela a la única madre, tendrá al mismo tiempo que establecer el régimen de visitas de la otra parte. ¿Qué sentido tiene ese régimen de visitas? ¿Qué tiene que contarle a esa criatura una antigua amistad de su madre que no tuvo ni arte ni parte en su concepción y que probablemente ha adquirido la fijación de que la madre es una mala persona? Ese día, la madre lesbiana se dará cuenta de lo que es el matrimonio homosexual. Una madre lesbiana no debe compartir la patria potestad con otra, ni por adopción, aunque se trate de su «mujer». Si en el matrimonio heterosexual, siendo progenitores los dos, esto es una tragedia, ¿por qué hay que trasladarlo a los que no lo son? La demagogia podría fomentar, como se ve, la violencia doméstica. ¿O es que el legislador piensa que el matrimonio homosexual va a ser más estable que el heterosexual?

Pero vayamos un poco más allá. El coro de ángeles que sigue con embeleso la tramitación de esta ley habla de victoria sobre posiciones numantino-religiosas, de tabúes, etc. Bien, sigamos el dictado de la Constitución y apliquemos el principio de libre desarrollo de la personalidad en ella contenido. Se acabaron las trabas para contraer matrimonio. Por ejemplo, permitamos el matrimonio entre hermanos. (…) ¿Qué puede decirnos a nosotros, ciudadanos del siglo XXI, que los antropólogos sitúen el nacimiento de la cultura en la prohibición del incesto? Contamos con «el dato elocuente de que reglas como el tabú del incesto y la exogamia se hayan orientado a la procura de beneficios en el intercambio social y no a proteger al matrimonio consanguíneo de una amenaza biológica». Esto parece derivarse de una atenta lectura de «Les structures élémentaires de la parenté» de Lévi-Strauss. Hace años fue noticia que «una pareja de hermanos con hijos abrirá el registro de uniones de hecho de Cambre (provincia de La Coruña)». Todos pudimos ver fotografías de la pareja y de sus al menos dos hijos.

Pues bien, sigamos el ejemplo de Cambre, pero lanzando la piedra un poco más lejos. Nada de pareja de hecho: matrimonio. ¡Abajo los tabúes y los que los mantienen, que siempre son personas movidas por oscuros intereses! ¿Por qué admitir el matrimonio entre personas del mismo sexo e impedírselo a una fraternal pareja heterosexual? (…)

La declaración de un judío

También en Canadá se tramita un proyecto para redefinir el matrimonio de modo que quepan las uniones homosexuales (ver Aceprensa 18/05). El rabino Eliezer Ben-Porat, decano del Instituto de la Torah de Ottawa, expone razones religiosas y antropológicas por las que un judío debe oponerse a tal reforma («National Post», 25 mayo 2005).

Ben-Porat recuerda que el judaísmo y las demás religiones han reconocido siempre «la santidad de la unión entre un hombre y una mujer, y la han visto como un principio moral de origen divino que no puede ser modificado por la voluntad de los hombres». Sin embargo, otros rabinos «se han abstenido de decir lo que piensan sobre esta cuestión por miedo a que les acusen de querer imponer sus valores a una sociedad plural». Al parecer, «algunos creen que la adhesión a este principio moral les hace intolerantes». Pero «el debate en torno al matrimonio entre personas del mismo sexo no tiene que ver con derechos económicos ni protecciones sociales, pues ya están garantizados. No tiene que ver tampoco con posturas progresistas o liberales, sino con la imposición sobre todos nosotros de la filosofía moral relativista».

La función del Derecho, añade, no es dar cobertura jurídica a todas las relaciones afectivas que pueden entablarse, sino sólo a las socialmente relevantes. Por eso, las leyes sólo consideran matrimonio «al amor entre un hombre y una mujer, una vez que se ha establecido un compromiso formal». La razón por la que la heterosexualidad es una nota esencial del matrimonio, añade Ben-Porat, es que «mediante su unión, el hombre y la mujer, se complementan a sí mismos y crean una comunidad de vida». Con una cita de Erich Fromm en «El arte de amar», recuerda: «La polaridad masculino-femenino es (…) la base de la creatividad interpersonal. Esto resulta biológicamente obvio por el hecho de que la unión del esperma y del óvulo es la base para que nazca un niño. Pero en el ámbito puramente psíquico sucede lo mismo; en el amor entre hombre y mujer renace cada uno de ellos».

Para Ben-Porat, no hay que ceder a las presiones de quienes quieren cambiar el contenido de la institución matrimonial, pues así «muestran un conocimiento escaso del concepto histórico y filosófico del matrimonio, así como de su naturaleza».

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