La intolerancia de un movimiento LGTB

Fuente: spiked
publicado
DURACIÓN LECTURA: 2min.

Simon Fanshawe es uno de los fundadores del movimiento británico Stonewall, que aboga por los derechos de la comunidad LGTB. Pero ha decidido abandonarla por el enfoque que la organización le está dando al tema trans.

En conversación con spiked, Fanshawe explica que su ruptura con el movimiento ha venido precisamente por ese tema, tras haber intentado establecer un diálogo en la junta directiva para alcanzar unos puntos de acuerdo sobre cuestiones en que las reivindicaciones trans chocaban con las de las mujeres.

“Por parte de Stonewall no hubo en absoluto ningún intento de dialogar”, afirma el activista, quien dice sentirse frustrado. “Lo único que traté de hacer fue decir que esos asuntos deberían ser objeto de debate. No puedes simplemente salir y decir que tal cosa es la opinión de las lesbianas, los homosexuales, los trans, la ‘comunidad’. Hay muchos puntos de vista: no hay un único criterio en la comunidad. En cuanto dices que lo hay –y que si no estás de acuerdo, entonces tú mismo te sitúas fuera de Stonewall, como se me dijo a mí–, te conviertes en un partido político en vez de una amplia coalición”.

Uno de los temas que suscitó el desacuerdo de Fanshawe fue la pretendida libertad de cada quien para identificarse como persona del sexo contrario.

“La Ley de Identidad de Género (LIG) –señala– se formuló para ayudar a personas que estaban en proceso de transición; su objetivo no era llevarle la contraria a la biología. Si lees la ley, las definiciones de masculino y femenino están muy claras. El problema viene cuando dices que la autoidentificación es una base legal viable”.

En su opinión, la autoidentificación no implica problema alguno en términos sociales: cómo las personas desean vestirse, o ser presentadas, o que se les llame. Pero si la autoidentificación bastara para cambiar de sexo a todos los efectos, tendríamos “personas de sexo masculino en espacios y servicios exclusivos para mujeres”, y eso “podría ir contra el objetivo básico de tener ámbitos solo para mujeres”.

Pero Fanshawe no ha sido escuchado. “El principal problema de Stonewall es que bloquea la discusión. Cualquier desacuerdo razonable es caricaturizado como ‘odio’. Hace poco, el director ejecutivo equiparó la discrepancia con la postura oficial sobre la autoidentificación con el antisemitismo (…). Creo que para mucha gente, Stonewall representa la más absoluta intolerancia al desacuerdo y a la discusión. Y eso es muy peligroso”.

Para Fanshawe, la postura de la campaña LGTB es un síntoma de un problema más amplio que se observa en el debate político, en el que, lejos de intentar comprender los criterios contrarios, los activistas buscan deslegitimar a las personas que los sostienen. “Entonces le dan todo el peso a la experiencia subjetiva, personal, de los individuos, y la presentan como una realidad política, que no debe ser apelada ni contextualizada”.

Según afirma, el movimiento pudo haber ayudado mucho a dar voz a las personas trans, pero lejos de apostar por la inclusividad, decidió excluir a algunas voces de ese colectivo, entre ellas las de quienes, a pesar de haber hecho la “transición”, no creen que su sexo biológico haya cambiado.

“Stonewall –asegura– ha dividido a la comunidad”.

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