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La maldición del talento

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Tener un hijo de un alto cociente intelectual, un superdotado, puede ser en principio un motivo de orgullo y de ilusión por grandes metas. Sin embargo, el hecho desconcertante es que casi la mitad de los superdotados no terminan los estudios obligatorios, y cerca de dos tercios tienen un bajo rendimiento escolar. Son datos del Centro de Investigación y Documentación Educativa del Ministerio de Educación español, corroborados por multitud de estudios, tanto en España como en el resto de los países occidentales.

Hasta ahora era común denominar superdotados a los estudiantes que obtenían una puntuación superior a 130 en las pruebas de medida de la inteligencia. Este cociente intelectual se obtiene dividiendo la llamada edad mental del niño, medida por el test, por la edad cronológica, y multiplicando el resultado por cien. Pero en la actualidad se está afinando cada vez más, tanto en la precisión e interpretación de los diversos tests (WISC, WAIS, SCAT), como en la misma comprensión de la superdotación, que ya no se asocia simplemente a unas capacidades superiores a las presumiblemente normales, sino también a la creatividad, o el alto grado de dedicación y concentración en sus intereses.

Además, tras los estudios de Gardner (1) y otros, cada vez diferenciamos mejor los diversos tipos de inteligencias, y por consiguiente conocemos cómo una persona puede estar muy dotada en alguna de ellas, pero no necesariamente en todas. La inteligencia lingüística, que por ejemplo distingue a los poetas; la lógico-matemática, que caracteriza a los científicos; la espacial, de los marinos o los ingenieros; la musical; la corporal y cinética en la que se apoyan los atletas, los cirujanos o los bailarines; la interpersonal, de los maestros o los vendedores, y la inteligencia intrapersonal, mediante la que nos conocemos y nos desenvolvemos en la vida.

Entre el orgullo y el temor

La vida escolar de los superdotados no siempre es fácil. La primera reacción de los padres, cuando el especialista les comunica que su hijo es superdotado, es muy compleja: mezcla de orgullo, ilusión por grandes metas, y a la vez cierta mala conciencia, como si reconocer el talento superior a la media de su hijo supusiese vanagloria o envanecimiento, y, cómo no, el temor a exponer a su hijo a la curiosidad pública, y al más que probable rechazo motivado por la envidia. Y así, en bastantes ocasiones, los padres se guardan la información, y siguen tratando a su hijo como si fuese normal. Un chico listo, un poco vago, pero que suple bien su falta de esfuerzo con su gran agilidad mental y extraordinaria memoria.

Pero ese no es el camino. Estamos muy acostumbrados a que los chicos se agrupen en los centros escolares según su edad, porque cuando se instauró la educación obligatoria, el sexo y la edad eran lógicamente los factores más evidentes y sencillos para agruparlos en clases. Javier Tourón, responsable del CTY España (Centro para Jóvenes con Talento, en correspondencia con la Universidad Johns Hopkins de Baltimore) (2), pone a menudo el siguiente ejemplo: ¿Entraría usted con su hijo a una zapatería, y pediría unas botas para un niño de nueve años? ¿No sería preferible mirar antes qué número calza? Sin embargo, le lleva al colegio y le incorpora a la clase de tercero, en lugar de analizar antes cuáles son sus capacidades y sus intereses.

Otra paradoja: el superdotado no es el más listo de la clase, ni siquiera el más inteligente. Y por supuesto, no es un genio (aunque sí es posible afirmar que todos los genios son superdotados). Simplemente es un alumno que tiene un ritmo de aprendizaje, un abanico de intereses y un modo de relacionarse con el entorno distinto al percentil medio. Y por ello, su capacidad y su forma de asimilar, procesar y utilizar la información y el conocimiento son distintas.

Estallan los problemas

Se calcula que aproximadamente el 2% de los escolares son superdotados, pero de ellos sólo uno de cada cien es diagnosticado adecuadamente. El doctor Javier Berché, que ha tratado a más de dos mil superdotados desde hace 25 años (3), explica cómo las identificaciones suelen hacerse a alumnos entre 12 y 16 años, la mayor parte varones. El motivo lo achaca a que es en este momento cuando estalla la problemática, la pendiente hacia el fracaso escolar, la angustia de los padres.

El retrato robot es el de chico, con suspensos en primeros cursos de la enseñaza secundaria, cuyos padres siempre han considerado que se trata de un niño muy inteligente, pero que nunca se ha puesto a estudiar en condiciones. Se acude al especialista porque existe un problema.

Curiosamente, no es así en el caso de las chicas: obtienen mejores resultados, pasan horas estudiando, y en líneas generales tienen una madurez que les hace integrarse con mucha menor conflictividad. Es en cambio relativamente frecuente que un chico superdotado decida suspender una o dos asignaturas… para no destacar.

Las primeras identificaciones de superdotación suelen hacerlas, más o menos conscientemente, los padres. Son niños que desde muy temprano manejan un vocabulario complejo, muestran una afán desmedido por saber, leen muy pronto, aprenden con la mínima instrucción y son extremadamente sensibles, perfeccionistas que se incomodan desproporcionadamente antes los errores propios o ajenos. Además suelen ser distraídos, muy afectivos, con baja autoestima y un exagerado sentido de la justicia, que les lleva a ser muy críticos, consigo mismos y con los demás.

Los rasgos peculiares

Con terminología más técnica, el profesor Tourón (4) resume las últimas conclusiones de la literatura científica en varias características cognitivas y afectivas. Las primeras son la habilidad para manipular sistemas de símbolos abstractos, gran poder de concentración, memoria muy bien desarrollada e inusual, desarrollo muy temprano del lenguaje, gran curiosidad, preferencia por el trabajo independiente, intereses múltiples y habilidad para generar ideas originales.

Entre las afectivas destaca el sentido de la justicia, el altruismo e idealismo, el sentido del humor, la intensidad emocional, la preocupación temprana por la muerte, el perfeccionismo, grandes dosis de energía tanto en el juego como en el trabajo, la sensibilidad estética y los fuertes compromisos y apegos hacia uno o dos amigos, mayores que ellos e incluso adultos.

Con este bagaje, lógicamente deberían ser capaces de adaptarse a su entorno, sacar lo mejor de cada situación, y salir adelante con facilidad. ¿Por qué entonces esos espectaculares índices de fracaso escolar o bajo rendimiento, muy por encima de la media?

La secuencia, en muchos casos, es la siguiente: hasta los nueve o diez años, sin problemas, pero con muy escasos hábitos de trabajo escolar, puesto que pueden realizar buenas tareas en muy poco tiempo. Posteriormente aparecen la pereza, la apatía, y las falta de técnicas de estudio adecuadas. Y las tensiones: los deberes sin hacer, con constantes excusas, desinterés generalizado por los temas académicos, y descripción cada vez más insistente del colegio como aburrido o sin sentido. Los maestros no tienen tiempo, ni formación adecuada, para atenderle personalizadamente, y el pequeño superdotado comienza a bostezar y aburrirse en las clases, cuando los trabajos que sus compañeros realizan afanosamente él ya los ha terminado; se pierde en la nubes, incordia y distrae a sus compañeros… Conflictos, bajo rendimiento, suspensos, sensación de que el colegio no es el adecuado.

Sin interés no hay esfuerzo

Los padres toman medidas: un horario de estudio muy concreto, y a cumplirlo a rajatabla, para ir incorporando hábitos de trabajo. Pero la situación se enquista, y los resultados no mejoran. Entonces los padres intentan motivar a su hijo: tienes que cumplir tu deber, todos lo intentamos; tu futuro depende de que ahora trabajes en serio; tienes muchas capacidades, debes ser responsable de los talentos recibidos, y además… ¡nos harías tan felices!

Así que el chico se lo toma en serio, y se pone a estudiar, una, dos horas diarias, una materia que no le interesa en absoluto. Y el gran problema que tiene un superdotado en estos momentos no es que le resulte difícil trabajar, es que no puede esforzarse en nada que no le interese. Y su abanico de intereses se va reduciendo de día en día. Es como si a cualquiera de nosotros nos pusiesen todos los días dos horas delante de la guía telefónica y nos explicasen que debemos memorizarla, comenzando por la A, hasta la Z. Y que cada quince días nos harán un control… ¿Alguno de nosotros llegaría hasta Álvarez?

La frustración de los padres

En Valladolid, en el Centro Huerta del Rey para superdotados, se llevó a cabo una interesante encuesta entre un grupo de padres de alumnos superdotados (5): un tercio había cambiado a su hijo de colegio una vez, y uno de cada cinco lo había hecho dos veces. Los padres, hastiados y sin entender cómo “su” superdotado, hasta hace poco niño ejemplar, se estrella una y otra vez, cuentan cómo en el centro educativo les contestan: “no tenemos personal especializado”; “no sabemos cómo abordarlo”, y también a menudo: “disculpe, señora, pero me parece que su hijo no necesita nada especial, pues hay otros niños en su clase mucho más listos que no dan ningún problema”.

Por ello, casi la mitad de los padres confiesan que se han quemado en el intento, y que, cansados de luchar contra un muro, han acabado por tirar la toalla. ¿Cómo explicar en el colegio, a los profesores, a la burocracia administrativa, a las autoridades académicas, que su hijo superdotado no es por ello automáticamente brillante en el desarrollo de su aprendizaje ni en sus estudios? Javier Berché insiste una y otra vez en que “hay que desmitificar al superdotado como el empollón de la clase, generalmente solitario e introvertido. El niño con una dotación intelectual excepcional puede ser aquel alumno con muy bajo rendimiento académico y deficiencias muy concretas” (6).

Comprender el proceso que lleva al superdotado al aburrimiento y a la frustración, al bajo rendimiento y al fracaso escolar, no es fácil. La primera impresión es simple, extremadamente simple: fallan los hábitos, las virtudes, las técnicas de estudio… Como siempre le resultó todo muy fácil, nunca trabajó, y cuando tuvo que trabajar no sabía, se frustró, y … Pero no es tan sencillo.

Hélène Catroux, psicóloga especializada en dificultades escolares, que participó en la puesta en práctica de una pedagogía personalizada en la escuela La Garanderie, en Lausanne (7), describe así el proceso de crisis: “De repente, el vacío. Durante muchos años, los aprendizajes se realizan sin esfuerzo y con mucha rapidez. Entiende, memoriza, encuentra rápidamente los conocimientos en la memoria -éstos incluso adoptan la forma que exigen las obligaciones escolares- y todo sin necesidad de reflexionar. Después, de repente, un día ocurre lo inesperado, lo inédito: en el transcurso de un razonamiento de matemáticas, una disertación de historia, economía o cualquier otra materia, el ritmo de pensamiento se bloquea, los elementos dejan de encadenarse, la memoria parece vacía, y resulta imposible volver a conectar”.

Los profesores se quejan de que no se esfuerza, los padres ven que no prepara en serio los exámenes, y todos son conscientes de que ante la menor dificultad, se bloquea. Y claro, en un alumno identificado como superinteligente, este comportamiento desconcierta. “Sin embargo -añade H. Catroux-, quisiera conectar un video durante mis entrevistas para permitir que tanto los docentes como los padres fuesen conscientes del drama y del sufrimiento que experimenta el niño superdotado cuando la respuesta no se le ocurre de forma inmediata. Pienso que observarlo suscitaría en ellos… compasión” (8).

antonio@delcano.es

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NOTAS

(1) Howard Gardner, Inteligencias múltiples. La teoría en la práctica, Paidós, Barcelona (2005).

(2) Tanto Javier Tourón como Javier Berché han trabajado siguiendo al profesor Julian C. Stanley, un auténtico pionero, recientemente fallecido, que logró hacer realidad la atención a los niños más capaces en los Estados Unidos.

(3) Javier Berché Cruz, Guía para padres de niños superdotados (de supervivencia), Credeyta, Barcelona (2003).

(4) Marta Reyero y Javier Tourón, El desarrollo del talento. La aceleración como estrategia educativa, Netbiblo, Coruña (2003), pág. 138.

(5) Alonso, Renzull, Benito, Manual internacional de superdotados, Eos, Madrid (2003), págs. 227, 230.

(6) Javier Berché Cruz, La superdotación infantil, del mito a la realidad, Isep, Barcelona (2002).

(7) L’École La Garanderie es una institución educativa que bajo la dirección de Jean-Daniel Nordmann atiende, con excelentes resultados, a niños superdotados. Su pedagogía se basa en los estudios de gestión mental llevados a cabo por Antoine de la Garanderie, que ha centrado sus investigaciones en lo que sucede mentalmente cuando llevamos a cabo actos de atención, reflexión, comprensión y memorización. Sus trabajos describen con gran rigor los procesos mentales que se activan durante estos actos, y permiten a cada estudiante aplicar con gran precisión y eficacia las características más propias de su inteligencia.

(8) Arielle Adda y Hélène Catroux, La inteligencia reconciliada, Paidós, Barcelona (2005), pág. 153.

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