La enseñanza rusa hace agua por falta de dinero

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Cuando Boris Yeltsin intentó suprimir en la Constitución rusa la educación gratuita para todos, un clamor unánime se levantó en contra. Y enseguida se decretó la escolarización obligatoria hasta los dieciséis años. A pesar de las buenas intenciones, la crisis económica rusa no perdona a la escuela: falta dinero para la luz o la calefacción, las autoridades públicas pagan tarde a los profesores y el personal docente deserta, en busca de trabajos mejor remunerados, algunos en el incipiente sector privado.

Alexander Kuziakine, jefe del departamento de información del Ministerio de Educación, dibujaba un sombrío panorama al terminar el pasado curso escolar: «La enseñanza está a punto de hundirse: la mayoría de los establecimientos no pueden pagar la factura de la electricidad; muchos han prescindido de la calefacción durante este invierno. En algunas provincias, los profesores, sin salario durante tres o cuatro meses, se han lanzado a la huelga».

Por regla general, en Moscú la situación es mejor que en la periferia. Se supone que los ayuntamientos dedican hasta el 30% de su presupuesto a la esfera educativa. Pero de hecho las regiones pobres no invierten tan alto porcentaje y, por otra parte, algunas están a merced de prefectos regionales poco favorables a la subvención de la educación. Otro problema grave es la escasez de libros de texto nuevos: en la enseñanza primaria y secundaria sólo un tercio de los alumnos disponen de ellos.

Ocurre algo similar en la enseñanza superior. El porcentaje del presupuesto federal para educación era el 12% en 1977, y ha descendido progresivamente (6% en 1985) hasta el 2%, en 1995. El Estado adeuda una importante suma a las universidades y los salarios de los profesores se retrasan sistemáticamente. Según una carta abierta de los rectores al gobierno, datada en febrero de 1994, 20.000 profesores habían abandonado su trabajo en los últimos tres años. Muchos se han marchado a los institutos superiores privados abiertos recientemente y otros se han convertido en comerciantes. La media de edad del profesorado universitario es de 60 años, con lo que el recambio generacional está amenazado.

En una entrevista concedida a Le Monde de l’Éducation (septiembre 1995), Vladislav Paulovich Smirnov, profesor de Historia de la Universidad estatal Lomonossov de Moscú, reconoce que desde 1991 los intercambios con colegas extranjeros son más frecuentes, y existe más libertad de expresión y pensamiento. Pero la recesión económica ha llevado, por ejemplo, a que la biblioteca de la universidad suspenda las suscripciones a algunas revistas extranjeras.

«Hace cuatro años -dice Smirnov- teníamos entre diez y doce candidatos para ocupar una plaza en la facultad de historia; hoy el número ha bajado a tres. La investigación o la enseñanza, con un salario mensual de 300.000 rublos [unos 57 dólares], son las únicas perspectivas que se ofrecen a nuestros futuros historiadores. Por eso nuestros jóvenes, movidos por el deseo de ganarse la vida cuanto antes, se dirigen hacia materias en boga, como el comercio, el estudio de lenguas extranjeras o la gestión. Diez años así, y no quedarán especialistas».

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