La desinformación en redes, limitada por el “efecto burbuja”

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La desinformación en redes, limitada por el “efecto burbuja”
Anelo/Shutterstock

La difusión de mensajes falsos o manipulados a través de las redes sociales preocupa hasta considerarla un peligro para la democracia. Eso se dijo de la campaña de desinformación llevada a cabo por agentes rusos para las elecciones presidenciales norteamericanas de 2016: algunos han llegado a afirmar que Donald Trump las ganó gracias al Kremlin. Pero un estudio sobre aquella operación concluye que no tuvo influencia en el voto de los ciudadanos, y enseña lecciones interesantes sobre cómo se extienden los bulos en las redes.

Está bien documentado, tanto en los medios de comunicación como en el informe oficial de Robert Mueller, que la Internet Research Agency (IRA), con sede en San Petersburgo y probablemente vinculada al gobierno ruso, en los meses anteriores a las elecciones de 2016 montó una operación encubierta para manipular la opinión pública estadounidense por medio de las redes sociales. Usando cuentas falsas diseminó mentiras y tergiversaciones con textos e imágenes en torno a temas discutidos en la campaña electoral: la inmigración ilegal, la violencia policial, etc. Aunque principalmente sembró división y confusión, muchos mensajes eran directa o indirectamente favorables a Trump, lo que provocó dudas sobre la limpieza de la votación.

El alcance no fue tan amplio

Un estudio publicado en la revista científica Nature Communications intenta medir el efecto real de la injerencia rusa a través de unos de sus principales canales, Twitter. Para ello utiliza una encuesta sobre intención de voto, realizada en varias oleadas entre abril y noviembre de 2016, y examina los mensajes rusos que en el mismo periodo aparecieron en las cuentas de Twitter de los encuestados.

Si la desinformación rusa tuvo efecto en las elecciones, debería observarse un desplazamiento hacia Trump en la intención de voto de los usuarios más expuestos a tuits de las cuentas abiertas por la IRA. Podría haber sido así, pues la desinformación rusa llegó a una audiencia muy amplia: unos 32 millones de usuarios de Twitter (y 126 millones en Facebook, no contemplados en el estudio).

Sin embargo, el alcance efectivo no fue tan grande, según han descubierto los investigadores. El 70% de la muestra de la encuesta recibió, en el periodo estudiado, tuits de campañas extranjeras, casi todos de la rusa (otras procedían de Venezuela, China o Irán, principalmente): en total, 786.000 entre todos esos usuarios. Pero esa exposición resultó eclipsada por los mucho más numerosos tuits de tema político llegados de fuentes nacionales.

Los tuits de la campaña rusa quedaron encapsulados en una burbuja de usuarios republicanos

Concretamente, los impactos de la IRA fueron de media unos 4 al día en el mes anterior a las elecciones, mientras que los de políticos de uno u otro partido fueron 35 diarios, y los de medios de comunicación, 106. Si se calcula la media semanal en ese mes de todos los usuarios de Twitter, y no solo de los expuestos a mensajes rusos, salen entre 10 y 20 (según la semana) de políticos, entre 40 y 100 de medios, y prácticamente cero de la IRA.

O sea, la campaña de influencia rusa llegó a una pequeña minoría de usuarios, y además logró colocarles menos mensajes que las fuentes estadounidenses.

Minoría y burbuja

Otro hallazgo confirma que el alcance de la IRA estuvo concentrado en una minoría: el 1% de la muestra de la encuesta acapara el 70% de las exposiciones a tuits rusos; el 10% las tiene casi todas, el 98%. La concentración de tuits políticos de otras fuentes es, en cambio, mucho menor: el 1% de los usuarios ve el 24% de los tuits de medios, y en el caso de los políticos, la proporción es del 37%.

Además, la mayoría de los tuits rusos no llegaron a los usuarios porque estos siguieran cuentas abiertas por la IRA, sino porque seguían a otros usuarios que los recibieron a su vez.

También es significativo el perfil político de los usuarios expuestos. Para influir en la postura o el voto, una campaña política ha de dirigirse a los electores que presentan más probabilidad de cambiar de opción: los moderados de la propia tendencia o de la rival, y los indecisos. Resulta que los tuits rusos llegaron mayoritariamente a usuarios que en la encuesta de intención de voto se definieron como republicanos firmes: estos recibieron 9 veces más impactos que los demócratas moderados y los no alineados. Dicho de otro modo, la IRA predicó sobre todo a los ya convencidos, los que no necesitaban un empujón para votar a Trump.

De hecho, el estudio no detecta ningún desplazamiento estadísticamente significativo de la intención de voto, a lo largo de la campaña electoral, en los tuiteros expuestos a la operación de la IRA. Se puede concluir, pues, que los tuits rusos quedaron mayormente encapsulados en una burbuja de usuarios de fuertes convicciones republicanas que se seguían unos a otros por coincidir en las mismas ideas.

Los autores del estudio anotan que ese “efecto burbuja” ha sido detectado por investigaciones anteriores sobre difusión de bulos. Parece, pues, que el éxito de las fake news en general está limitado por ese fenómeno.

Efecto placebo

De todas formas, los autores advierten que el efecto prácticamente nulo de la campaña rusa en Twitter sobre el voto en las elecciones de 2016 no significa necesariamente que la operación de la IRA no haya tenido consecuencias en otros aspectos (aparte de que también se dio en Facebook y otras redes no estudiadas). Aunque no han podido medirlo, es verosímil creer que la desinformación rusa ha contribuido a sembrar desconfianza en el sistema electoral estadounidense.

También ha podido tener una especie de “efecto placebo”: porque, aun no habiendo condicionado el voto, mucha gente creyó que sí, lo cual provocó reacciones encontradas. Así se exacerbó la polarización política, que por otra parte era uno de los objetivos de los agentes rusos, deseosos de desestabilizar el país. En palabras de los autores del estudio: “La campaña rusa en redes sociales puede haber tenido sus mayores efectos convenciendo a los estadounidenses de que tuvo éxito”.

Desinformación por encargo

La campaña rusa de 2016 es un caso egregio de desinformación. Pero los promotores no son siempre potencias extranjeras. La desinformación es también un negocio privado, de empresas que la realizan por encargo.

La semana pasada se publicaron los resultados de una investigación llamada “Story Killers”, llevada a cabo por una veintena de medios de comunicación agrupados en el consorcio “Forbidden Stories”. Este trabajo ha logrado identificar algunas empresas dedicadas a la desinformación, varias de ellas radicadas en Israel. Esto tiene explicación. El servicio exterior, la inteligencia y las fuerzas armadas de este país han sido siempre muy activos en campañas para defender la causa nacional y atacar a Estados u organizaciones enemigas. Antiguos agentes o militares con experiencia en esos trabajos han fundado empresas de desinformación como Percepto o Team Jorge.

Una investigación periodística ha detectado empresas que realizan campañas de desinformación por encargo

Le Monde, uno de los medios que integran “Forbidden Stories”, cuenta en un serial cómo funcionan tales compañías. Suelen presentarse como agencias de marketing y comunicación pública, y en efecto aplican técnicas propias de esos ámbitos. Pero si se contacta con ellas haciéndose pasar por clientes interesados, muestran su arsenal de manipulación y denigración: pirateo de buzones de correo electrónico y de cuentas de mensajería; identidades falsas en redes sociales; red de influencers o de mercenarios que difundirán lo que se les pida.

A esas empresas les han salido rivales que ofrecen el servicio contrario: detectar desinformación y cuentas falsas utilizadas contra sus clientes. Las principales son también israelíes: ActiveFence, Cyabra.

En un informe sobre empresas de manipulación, el think tank estadounidense Atlantic Council dijo en 2019 que “la desinformación altamente partidista se ha convertido en un negocio capitalista”. Pero igualmente puede ser un caso de gig economy.

Según dice Le Monde en una de las entregas del serial “Story Killers”, en la plataforma de oferta de servicios digitales Fiverr uno puede encontrar traductores, programadores o editores de vídeo que trabajan a precios asequibles. Y también puede contratar a influencers dispuestos a difundir los mensajes que se le indiquen a cambio de un pago, a través de textos o de vídeos.

Manipulación automática

Semejantes trabajos están en auge, pero también amenazados por la robotización. Nuevos sistemas de inteligencia artificial empiezan a ser capaces de generar texto y –por ahora con menos pericia– vídeo que pueden pasar por creaciones humanas.

A eso se refiere en un comentario reciente la analista francesa de tecnología Claire Gerardin a propósito de ChatGPT. Este programa, advierte, “no sabe distinguir lo verdadero de lo falso”; su objetivo no es hallar la verdad, sino generar “textos creíbles”. “Y como esos textos no tienen autor, y no es posible remontarse a las fuentes usadas para producir la información que contienen (…), no hay criterio alguno de verdad, ni posibilidad de plantear una crítica”. Todo ello hace temer, concluye, que “ChatGPT sea un instrumento perfecto para la desinformación a gran escala”.

La inteligencia artificial ya se usa en las campañas de desinformación, aunque más para crear perfiles de usuarios ficticios, seleccionar destinatarios o difundir mensajes automáticamente, que para generar los contenidos con que manipular al público. Está por ver si en el futuro serviría para engañar más que los métodos actuales y lograrían superar el “efecto burbuja”. Por ejemplo, para ser un tergiversador convincente, ChatGPT tendría que ser alimentado con datos apropiados: ¿la selección podría ser automática?

En todo caso, distinguir la verdad de la mentira es en último término privilegio del juicio humano. Sufrir engaño es a menudo consecuencia del prejuicio.

 

Desconfianza en las redes

Otro efecto secundario de la desinformación es el descrédito de las fuentes. Hace poco, el consorcio Iberifier, de universidades y organizaciones comprobadoras de datos en España y Portugal, ha publicado los resultados de encuestas al público y a comunicadores de ambos países. Las preguntas se referían a la experiencia de encontrar informaciones engañosas en distintos medios.

Los medios que más desinformación difunden son, según el público español, la prensa digital y las redes sociales, por este orden; para los portugueses, las redes. De hecho, el 37% de los usuarios portugueses dicen encontrar contenidos engañosos en las redes varias veces al día. No es extraño que solo el 7% diga tener confianza en la información que dan las redes, contra el 55% en los medios de comunicación. En España, donde la pregunta no distingue medios y redes, la mayoría responde que confía a medias, según el tema de que se trate.

Son muchos los que dicen que, por haber encontrado desinformación, han perdido la confianza en algún medio determinado: el 72% de los encuestados en Portugal y el 62% en España. De ellos, dejaron de recurrir al medio en cuestión por ese motivo, el 73% en Portugal y el 77% en España.

A los encuestados portugueses se pregunta también por los temas sobre los que encuentran informaciones engañosas con mayor frecuencia: son la política (lo dice el 71%) y las guerras y conflictos armados (59%). Por fuentes de desinformación, las que más les preocupan son el gobierno, los partidos y los políticos nacionales (84%); esas mismas, pero del extranjero, figuran en cuarto lugar (72%), precedidas de los comentaristas en redes sociales (79%) y los periodistas o medios de comunicación (75%). R.S.

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