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No todo merece ser publicado

publicado
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El escritor italiano Claudio Magris advierte en un artículo publicado en Corriere della Sera (Milán, 23-VI-96) que no todo es cultura y que los medios de comunicación tienen que distinguir entre las manifestaciones auténticas y las caricaturas de barraca. De lo contrario, afirma, la democracia se debilita.

Hace años, Primo Levi me contó que Robert Faurisson, el desequilibrado profesor francés que sostiene que los campos de concentración nazis no existieron y que Auschwitz es una invención de la propaganda judía, le había desafiado a un careo televisivo sobre sus tesis; fue en Suiza, si mal no recuerdo. Es fácil imaginar cuál habría sido la movilización de los mass-media si Levi hubiera aceptado: artículos, entrevistas, debates sobre los argumentos de uno y de otro puestos inconscientemente al mismo nivel, como las fotografías de los contendientes en las primeras páginas de los periódicos.

Naturalmente, Levi no aceptó. (…) Si hubiera aceptado, habría contribuido involuntariamente a acreditar aquellas afirmaciones irresponsables. Las habría hecho aparecer dignas de ser tomadas en consideración, aunque sólo fuera para ser refutadas; como sucede en un debate político en el que cada uno critica la opinión del adversario, pero la reconoce merecedora de atención. (…)

En el barullo que inevitablemente habría provocado el debate, las tesis de Faurisson habrían sido, desde luego, rechazadas con desprecio prácticamente por unanimidad. Pero entre réplicas, contraréplicas y sofismas, la diferencia entre verdad y falsificaciones habría terminado por aguarse, y la negación de Auschwitz casi habría adquirido derecho de ciudadanía entre las opiniones profesables.

Levi hizo muy bien al ignorar aquella provocación, dejando así que se desvaneciera. También Rubbia o Regge, con toda probabilidad, rechazarían discutir públicamente con un físico que sostuviera que la Tierra es plana. Esta actitud no tiene nada que ver con la soberbia del sabio, que se resiste a tratar con el vulgo (…). La negación de Auschwitz (…) no nace de la humildad de quien no sabe, pide aclaraciones o presenta dudas legítimas en relación con el saber oficialmente consagrado. Nace, al contrario, de una preocupante y cómica presunción de superioridad; de la perversidad (tan unida, como nos enseña Flaubert, a la imbecilidad), o de la astucia estafadora de quien ha encontrado un modo cómico de embaucar al prójimo (…).

A diferencia de la violencia, la basura intelectual y moral no requiere ciertamente intervenciones represivas. Levi nunca habría pensado hacer callar a Faurisson con la autoridad de la policía. (…) Nos podemos preguntar, sin embargo, si es responsable por parte de los órganos de información dar relieve amplio e indiscriminado a todas las manifestaciones que exhiben una vaga etiqueta cultural, sin medir su solidez o inconsistencia, sin instaurar alguna jerarquía de valores.

Televisiones y periódicos tienen, desde luego, la tarea de informar imparcialmente de lo que ocurre, pero, ante la imposibilidad de registrar los millones de eventos, no pueden evitar elegir y por tanto valorar, lo que supone juicios de valor. (…) Esta distinción es más que nunca necesaria en las democracias, cuya tolerancia y pemisividad son bienes inestimables que, como bien sabía Tocqueville, fácilmente se pueden transformar en una indiferencia que hace que todo se cambie con todo. (…)

Evitando el equívoco según el cual todo (y por tanto, nada) es cultura, es preciso tener la valentía de distinguir esta última de la incultura. No existen recetas preconcebidas, esquemas, directrices que enseñen a realizar tal elección. Se aprende inadvertidamente poco a poco, no de preceptos explícitos, sino de enseñanzas indirectas, del ejemplo, de la cualidad humana de las personas que forman parte de nuestra vida (…). Mis padres nunca me dijeron que no había que ser racista. Simplemente, del aire que se respiraba en casa, de las cosas de las que se hablaba, de los modos y de los motivos que enfadaban o divertían… ni tan siquiera venía a la mente la eventualidad de odiar a alquien porque tenía un color distinto. Como tampoco venía a la cabeza almorzar en el cuarto de baño, aunque nadie nos dijo nunca que no era cuestión de hacerlo.

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