La crónica, un género en auge

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Una dacha en el golfo, la experiencia de pasar dos años en un recóndito, exótico y pequeño país, Bahréin, relatada por el periodista Emilio Sánchez Mediavilla, ha obtenido el Premio “Crónica” Sergio González Rodríguez en su primera edición, convocado por la editorial Anagrama. Este nuevo premio pretende prestigiar el género de la crónica, una peculiar mezcla de periodismo y literatura que está en alza en Latinoamérica.

Sergio González Rodríguez (1950-2017), que da nombre al galardón, fue un escritor y periodista mexicano que dedicó algunos de sus libros a denunciar los feminicidios de Ciudad Juárez, como hizo en el más conocido, Huesos en el desierto.

En las obras del género encontramos muy diversos argumentos: un crucero que se convierte en un exhaustivo análisis sobre los espejismos de la felicidad; un viaje a los sótanos del mundo, los lugares más bajos de los cinco continentes; la narración de una competición folklórica en Argentina que supone el descubrimiento de un personaje excepcional, Rodolfo González Alcántara; la decadencia física y económica del boxeador norteamericano Floyd Patterson; la radiografía vital del pianista argentino Bruno Gelber; las cicatrices que dejó el comunismo en Albania; un recorrido en auto-stop por Siberia…

La crónica adquiere diferentes nombres según los países donde se escribe y las preferencias de los teóricos del género: periodismo literario, literatura de la realidad, nuevo periodismo, periodismo narrativo…

Reportajes con atmósfera literaria

Los reportajes escritos con esta fórmula narrativa comparten unos mismos objetivos estéticos: analizar la realidad desde la perspectiva del periodismo y con una atmósfera literaria que toma la apariencia de ficción. Para Leila Guerriero, periodista, editora y estudiosa de este género, sobre todo en su libro Zona de obras (1), “se llama periodismo narrativo a aquel que toma algunos recursos de la ficción –estructuras, climas, tonos, descripciones, diálogos, escenas– para contar una historia real y que, con esos elementos, monta una arquitectura tan atractiva como la de una novela o un buen cuento”. Como también escribe Guerriero, “el contrato –tácito– es que las historias de no ficción no contienen deslizamientos fantasiosos”.

“La crónica es un género que se inventó para poner el periodismo a salvo del envejecimiento” (Alberto Salcedo)

Frente a la inmediatez del periodismo informativo y la brevedad y superficialidad de las redes sociales, la crónica aporta exactitud, complejidad, sutileza, detallismo y largo aliento. Se trata de un género que por su extensión no acaba de encontrar su sitio en el diario y ha saltado a otros canales de difusión, como las revistas (impresas o digitales) y los libros. Este periodismo está especialmente activo en Latinoamérica, en periódicos y revistas como La Nación, Rolling Stone, Don Juan, El Malpensante, S.H., Gatopardo, Letras Libres, Etiqueta Negra, The Clinic, Marcapasos

Para Leila Guerriero, autora de algunos libros de este tipo, como Los suicidas del fin del mundo y Opus Gelber, “el periodismo narrativo es una mirada, una forma de contar y una manera de abordar historias”; y también es una “certeza”: la de “creer que no da igual contar la historia de cualquier manera”. Para el periodista colombiano Alberto Salcedo, otra de las referencias de esta corriente, autor de El oro y la oscuridad (sobre el boxeador Kim Pambelé), “la crónica es un género que se inventó para poner el periodismo a salvo del envejecimiento”. Otros autores latinoamericanos que destacan son Tomás Eloy Martínez, Martín Caparrós (autor de El Hambre) y Alma Guillermoprieto, premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades en 2018.

El “boom” del Nuevo Periodismo

La relación entre el periodismo y la literatura es constante desde el principio. Ya en el siglo XVIII, con el auge de la prensa en Inglaterra y la aparición de escritores que publicaron sus obras en los periódicos, como Daniel Defoe y Jonathan Swift, la literatura penetró en periodismo, y al revés también: la mirada periodística modificó la perspectiva literaria. En el siglo XIX surge la literatura de folletín, que se publicaba en periódicos y revistas.

El periodismo literario adquiere una nueva dimensión con el llamado Nuevo Periodismo que practicaron en los años sesenta del siglo XX destacados periodistas norteamericanos: Tom Wolfe –creador de la etiqueta–, Gay Talese, Truman Capote, Norman Mailer, y Joseph Mitchell, considerado precursor y maestro del género. Estos autores ambientaron sus obras en su tiempo, analizando la realidad que les rodeaba con técnicas muy literarias y objetivos periodísticos, por lo que compitieron con los novelistas, embarcados entonces en una literatura vanguardista alejada de lo concreto.

Así, el periodismo, con su nueva manera de narrar, supuso un acercamiento insólito a fenómenos humanos y a temas de actualidad. Al principio, este género fue tachado de “mentiroso” y de “paraperiodismo”, pues incorporaba ingredientes propios de la ficción, como que el autor de los reportajes se convirtiese en el centro de la historia y que mostrasen “la vida subjetiva o emocional de los personajes” (2), algo que se consideraba propio de las obras literarias.

Periodismo de inmersión

Esta manera de narrar no nació en Estados Unidos, sino que era cultivada ya en la primera mitad del siglo XX, cuando se puso de moda un periodismo de inmersión basado en escribir de manera extensa sobre diferentes realidades sociales. En el caso español, merece ser destacado el papel de Manuel Chaves Nogales, junto con otros como Josep Pla, Gaziel, Josefina Carabias, Ramón J. Sender, Agustín de Foxá, César González Ruano…

La crónica latinoamericana nació en 1957 con “Operación masacre”, del argentino Rodolfo Walsh

Todos ellos empelaron formas innovadoras para describir, por ejemplo, las consecuencias de la recesión económica de los años treinta, como se puede apreciar en el volumen Un país en crisis (3). Este libro recoge los reportajes escritos bajo la influencia del fotoperiodismo y la proliferación de semanarios en esa década, que permiten artículos más extensos y originales que los de la prensa diaria. Por ejemplo, uno de ellos cuenta el viaje en autobús con un grupo ilegal de trabajadores murcianos que se trasladaban a Barcelona a buscar una ocupación; en otro se comparte la experiencia de frecuentar los comedores sociales. Y una periodista de renombre, Josefina Carabias, se hace pasar por una de las chicas de servicio que trabajan en el Hotel Palace.

Otro antecedente del Nuevo Periodismo es la crónica latinoamericana, que no tiene su inspiración en Estados Unidos, como escribe Martín Caparrós en su ensayo Lacrónica. Como origen del género suele citarse la obra del argentino Rodolfo Walsh (1927-1977) Operación masacre (1957), en la que el autor reconstruye un suceso relacionado con las consecuencias del intento de golpe de Estado de un grupo de militares argentinos partidarios de Perón en 1956. También tiene un origen periodístico Relato de un náufrago (1970), de Gabriel García Márquez, obra que puede situarse en el género de la crónica.

El impacto de Capote

Operación masacre se publicó ocho años antes de una de las obras más importantes del género, A sangre fría, de Truman Capote, que apareció en forma de libro en 1966 y un año antes por entregas en The New Yorker. Con su detallista y obsesiva investigación sobre un múltiple asesinato y las vidas rotas de los criminales, Capote, cuya aventura se convierte en el hilo conductor de la narración, revolucionó el género y le dio auténtico prestigio literario. A partir de ese momento, el periodismo literario fue muy frecuentado por autores de alto nivel, como Norman Mailer, Rex Reed, Terry Southern, Nicholas Tomalin, Barbara L. Goldsmith, Joan Didion, John McPhee, Susan Orlean, David Foster Wallace…

En los escritos de estos autores la variada realidad norteamericana se convirtió en protagonista de excelentes y originales reportajes en los que tuvieron una especial presencia las corrientes underground y contraculturales que acabaron por dar forma a otro nuevo estilo, el periodismo gonzo, en el que el contexto social es determinante, lo mismo que la actitud invasiva y “comprometida” del periodista narrador, que se convierte en el desencadenante de la acción. Este peso de lo marginal y de lo underground se mantiene también en la crónica latinoamericana, en la que, como escribe Leila Guerriero, se abusa de estos temas: “Tenemos, los cronistas actuales y latinoamericanos, oficio y músculo par cantar lo freake, lo marginal, lo pobre, lo violento (…) Pero nos cuesta contar historias que no rimen con catástrofe y tragedia”.

Un género sin fronteras

El género se extendió rápidamente por otras latitudes y tiene libros ya míticos, como Cabeza de turco, del alemán Günter Wallraff, que inauguró en 1987 la colección “Crónicas” de Anagrama. En esta obra, su autor se hizo pasar durante dos años como inmigrante turco en Alemania para describir desde dentro la experiencia de sus condiciones de vida.

En el ámbito europeo sobresale también la periodista bielorrusa Svetlana Alexiévich, Premio Nobel de Literatura en 2015, que se ha servido de cientos de entrevistas para analizar sociológicamente la decadencia de la URSS, como en El fin del “Homo sovieticus”, quizás su mejor obra.

Bajo el magisterio del periodista Ryszard Kapucinski (1932-2007) escriben dos excelentes autores polacos, Jacek Hugo Bader, autor de Diarios de Kolimá, y Margo Rejmer, que se ha hecho famosa con Barro más dulce que la miel, sobre Albania.

En España, la crónica es hoy un género muy cultivado que tiene hasta editoriales especializadas, como La Caja Books, Libros del K.O., Círculo de Tiza y la colección “Crónicas” de Anagrama. Los autores más destacados son Nacho Carretero (el autor de Fariña), Ander Izaguirre (Los sótanos del mundo), Alfonso Armada, Kiko Amat, Plàcid Garcia-Planas y Emilio Sánchez Mediavilla.

En todos esos escritores se repiten unos mismos rasgos estilísticos, como la importancia de la mirada y la voz del periodista/protagonista, la inclusión de detalles reveladores de gran resonancia literaria, el empleo de técnicas propias de la literatura como el monólogo interior, la importancia de crear cuadros de costumbres para enmarcar el relato. Todo ello, condicionado por el contexto periodístico, la sociología y la historia real y verdadera que se quiere contar.

 


(1) Leila Guerriero, Zona de obras, Círculo de Tiza, Madrid (2014), 248 págs.

(2) Tom Wolfe, El nuevo periodismo, Anagrama, Barcelona (2006), 216 págs., traducción de José Luis Guarner Alonso.

(3) Varios Autores, Un país en crisis. Crónicas españolas de los años 30, Edhasa, Barcelona (2018), 320 págs., edición de Sergi Dòria.

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