Las tradiciones navideñas y el misterio de la encarnación

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Pocas semanas después de publicar la carta apostólica Admirabile signum, sobre el significado del belén, el Papa Francisco ha vuelto a referirse a esta tradición navideña. Fue en la audiencia general del 18 de diciembre, en la que recordó a las familias que poner el belén “es celebrar la cercanía de Dios, es redescubrir que Dios es real, concreto, vivo y palpitante”.

En la audiencia, Francisco mencionó un regalo que le habían hecho el día anterior, con motivo de su 83 cumpleaños. Se trata de un pequeño belén que representa a la Virgen María durmiendo y a san José, sonriente, tratando de dormir al Niño Jesús. El título de la obra es: “Dejemos descansar a mamá”. El Papa aprovechó el regalo para mostrar cómo el Evangelio toca de lleno la vida cotidiana: “Cuántos de vosotros –dijo– tienen que repartir la noche entre marido y mujer por el niño o la niña que llora, llora, llora, llora. ‘Dejemos que mamá descanse’ es la ternura de una familia, de un matrimonio”.

Al igual que la persona que hizo ese belén, a lo largo de la historia otros muchos creyentes han usado su imaginación para representarse el nacimiento de Jesús. La piedad, la creatividad y la fe han suplido aquellos detalles de los que no habla el Evangelio y que, sin embargo, no resultan extraños a la razón. “Es realmente un ejercicio de fantasía creativa, que utiliza los materiales más dispares para crear pequeñas obras maestras llenas de belleza”, decía el Papa en Admirabile signum a propósito de “la hermosa tradición” de poner el belén.

La carta refiere el origen de esta tradición, que surgió como respuesta de un cristiano corriente a un encargo de san Francisco de Asís en la Navidad de 1223. Desde entonces, dice el Papa, “el pesebre es (…) una invitación a ‘sentir’, a ‘tocar’ la pobreza que el Hijo de Dios eligió para sí mismo en su encarnación”. A continuación, el Papa repasa los distintos signos y figuras del belén, de los que extrae un significado: la noche estrellada, las montañas, las ovejas, los pastores, los ángeles, la gruta, María y José, Jesús en el pesebre, los Reyes Magos…

Es la materialidad de la fe, que en sintonía con el misterio de la encarnación, ayuda “a imaginar las escenas, estimula los afectos, invita a sentirnos implicados en la historia de la salvación, contemporáneos del acontecimiento que se hace vivo y actual en los más diversos contextos históricos y culturales”.

Un mundo lleno de significado

Lógicamente, observa Niall Gooch en Catholic Herald, en la representación piadosa de la Navidad caben excesos. Así, “existe el peligro de que el asombroso milagro de la encarnación resulte demasiado cursi y anodino”. En este sentido, hace notar cómo la ingenuidad candorosa de algún villancico, por ejemplo, contrasta con la dureza de los acontecimientos que rodean a la primera Navidad.

Pero, más allá de los detalles, Gooch está convencido de que las tradiciones navideñas son “un ejemplo excelente” de la inculturación que propone la Iglesia, y un recurso valioso para ayudar “a entrar con la imaginación en la historia del cristianismo”. Esas tradiciones forman parte de “lo que podríamos llamar la memoria residual de la fe”, que atesoran las sociedades, por secularizadas que estén. Y aunque “está lejos de ser ideal” si ese es el único contacto de una persona con la Navidad, “eso es mejor que nada; y es un fundamento útil sobre el cual construir”.

Pone de ejemplo las figuras de los pastores y de los tres Reyes Magos. Al margen de cuántos fueran en realidad y de si eran o no reyes, en el imaginario colectivo queda la idea de que “el amor y el llamamiento de Cristo son universales y no están limitados por las distinciones humanas de clase. (…) Es un aspecto increíblemente importante y verdadero del mensaje cristiano, que siempre atraerá a las personas”.

A los creyentes que desconfían de cualquier tradición navideña que no aparece en los Evangelios, Gooch les recuerda que el esfuerzo de traducir verdades de fe en representaciones encarnadas es perfectamente coherente con el cristianismo. “Nuestra fe es sacramental y física. El mundo está lleno de significado. Los símbolos, las metáforas y las alusiones se suman a la riqueza de la fe. Los poemas, las canciones y las obras de teatro implican a las personas en la fe con toda su imaginación –todo su corazón y su alma, si se quiere–, así como con su mente”.

De esa creatividad de los cristianos habla también el Papa Francisco en Admirabile signum: “Con frecuencia a los niños –¡pero también a los adultos!– les encanta añadir otras figuras al belén que parecen no tener relación alguna con los relatos evangélicos. Y, sin embargo, esta imaginación pretende expresar que en este nuevo mundo inaugurado por Jesús hay espacio para todo lo que es humano y para toda criatura. Del pastor al herrero, del panadero a los músicos, de las mujeres que llevan jarras de agua a los niños que juegan…, todo esto representa la santidad cotidiana, la alegría de hacer de manera extraordinaria las cosas de todos los días, cuando Jesús comparte con nosotros su vida divina”.

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