Las “performances” o arte de acción

Dentro de las variadas formas de la expresión artística postmoderna, se difunde cada vez más la performance, una acción en la que el propio sujeto es el elemento constitutivo de la obra artística. La fecha que inicia el crujir del arte tal como se había concebido durante los siglos anteriores puede situarse en la primera década del siglo XX. Pero alcanza su auge transgresor en los 60, una década en la que se intentó conquistar la libertad en todos los frentes: sexual, social, artístico, barriendo todas las convenciones. La ruptura con la belleza es la punta visible de un iceberg constituido por la voluntaria quiebra con los fundamentos que habían sostenido hasta entonces la forma de vivir y entender el mundo: si no queremos belleza, que es el resplandor de la verdad y del bien, tampoco nos importan éstos, podríamos concluir. Algunas vanguardias artísticas -como las performances- nacieron indisociables del sexo libre, de Freud y el psicoanálisis, en suma, de una transgresión del orden moral establecido. La idea es lo que importa Estas nuevas formas artísticas llamadas performances y relacionadas con Fluxus, con Dada y con el surrealismo, deseaban romper radicalmente con la producción de artefactos. Si la idea es lo que importa, no tiene por qué “materializarse” en un objeto, sino expresarse en vivo. Concebían una nueva forma de hacer arte o de relacionarse con un público desde el escándalo, el riesgo físico, la experimentación con el propio cuerpo, la violencia y el sexo. Performances y happenings comenzaron más o menos a la par. Éstos consistían en un evento sin reglas ni estructura narrativa convencional y tenían como objetivo principal acercarse a la vida cotidiana. Allan Karpov (1927) puso de moda esta nueva forma de creación con su obra 18 happenings in 6 parts, presentada en 1959 en la Reuben Gallery de Nueva York. Él mismo señaló que las acciones no significaban nada que pudiera formularse claramente, y la palabra happening significaba algo espontáneo, algo que acaba de producirse. Kaprow, junto con otros pioneros de la performance, como sus colegas Jim Dine, George Brecht, Al Hansen y Robert Whitman, había recibido la influencia de John Cage (1912-1992), el célebre músico, impulsor de performances inspiradas en el budismo zen. En 1952 Cage había organizado en el Black Mountain College, en Carolina del Norte, un espectáculo que incluía la interpretación de un fragmento de música para piano de David Tudor, una danza improvisada por Merce Cunningham, con lectura de poemas incluida, mientras el propio Cage daba una conferencia y Robert Rauschenberg enseñaba cuatro pinturas blancas colgadas del techo. En este montaje, titulado Theater Piece Nº 1, todo ocurría de forma simultánea, sin que hubiese un guión ni un ensayo previo. Un experimento que ha pasado a la historia por considerarse el precedente de los happenings. Una acción en vivo El artista de performance sale de su estudio para pasar a la acción directa, la cual prefiere realizarla en presente, viviéndolo como una experiencia: de ahí que se llame arte de acción, pues eso es lo que “produce”, una acción, no un objeto. Se trata de privilegiar el acto creador sobre la propia creación y salir de los circuitos habituales de difusión del arte y romper la relación entre artista, galería y museo. Sin embargo, casi desde los comienzos ninguno se opondría a que las reliquias o restos de sus acciones efímeras fueran recuperadas por el sistema y entraran en los templos artísticos de la modernidad. Yves Klein, gracias a sus performances consiguió convertirse en una figura mítica. Consideraba este tipo de acciones como un medio de “derrumbar la máscara velada del estudio, con el objetivo de no conservar nada de su proceso creador.” Precisamente sus antropometrías son un resto de esas performances que hoy se exponen en distintos Museos, uno de ellos, el Reina Sofía madrileño. Joan Casellas, artista de performer, en la revista Exit (noviembre 2009), dice: “La energía de provocación que dadaístas y surrealistas cultivaron con entusiasmo, se asoció al arte de acción. Las acciones ( es decir, las acciones performativas) más reconocidas suelen tener un alto grado de riesgo, de escatología, de violencia o destrucción, acostumbran a ser ‘fuertes’ de alguna manera que desborda los parámetros artísticos”. Y concluye que la performance o arte de acción no es un movimiento o tendencia artística sino un procedimiento. Sin códigos definidos Elástico, híbrido y permeable tanto en sus inicios como hoy, el arte de acción, las performances no tienen códigos definidos, como ha señalado Nieves Correa, que junto con Hilario Álvarez ha organizado Acción!09MAD. En torno a los años 60 las performances se nutrían del arte tradicional -artes plásticas, música, poesía, teatro y danza- y del arte popular -carpa, cabaret y circo-. Hoy le alimentan el cine experimental, videoarte, instalación y arte digital, al mismo tiempo que fuentes extra-artísticas como antropología, periodismo, sociología, semiótica, lingüística y tradiciones populares. Interdisciplinario, es un arte que transita por los resquicios. Si este arte se desvinculó de la producción del objeto, para asumir el cuerpo como sujeto, hoy las performances más mediáticas, famosas o representativas, han sucumbido a perpetuarse -como las de la famosa Marina Abramovic- en fotografías y vídeos que alimentan a las galerías, a la red y sirven de publicidad y de herramienta mediática. La transgresión como motor de la performance y su ruptura con las señas de identidad del arte tal como había sido entendido hasta entonces, han quedado hoy desdibujadas por la transgresión constante que alimenta al medio televisivo. Y la ruptura con las convenciones que marcó los años sesenta, se ha suavizado de tal modo que muchas de aquellas reclamaciones de libertad sin límites son hoy objeto de leyes. Ya poco queda por transgredir, cuando las propias instituciones financian a sus críticos y a sus performers. Dos ejemplos de performances Esther Ferrer en el Museu Nacional de Belas Artes, Rio de Janeiro, 3-04-2007 INTERAKCJE 2009 fragments

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