Las leyendas del rock salvan el mundo

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Si hay un sector donde no funcionan las prejubilaciones es el del rock. Al contrario, está abarrotado de “leyendas”. Los Rolling y The Police continúan pegando brincos por los escenarios, Bruce Springsteen sigue siendo el boss por excelencia, a Bob Dylan se le escucha como historia viva, y aquí tenemos de nuevo a Neil Young con la canción protesta que dio sus primeros bombazos en la guerra de Vietnam.

A sus 62 años Neil Young ha venido a Madrid para participar en Rock en Río, el festival que el publicista brasileño Roberto Medina creó en 1985, y que arrastra tres ediciones en Brasil y tres en Lisboa. En lo que promete ser el mayor recital jamás celebrado en España, intervienen más de sesenta artistas a lo largo de dos fines de semana en un recindo de 200.000 metros cuadrados.

Estos conciertos en vivo se han convertido en un balón de oxígeno para unos cantantes y una industria discográfica que han visto mermados sus ingresos por las descargas corsarias de Internet. Escuchar al cantante en vivo cuesta en el Rock en Río de Madrid 65 euros al día, lo que da derecho no solo a oir canciones y asarte de calor, sino también a actividades diversas, desde atravesar el escenario en tirolina a lanzarte con snowboard por una pista de nieve artificial.

Como si nos lo hubiéramos descargado de otra época, ha abierto el festival Neil Young que, haciendo honor a su apellido, está hecho un chaval. Cuatro décadas después de la era hippie, el que enarboló la bandera de la canción protesta contra la guerra de Vietnam la vuelve a sacar contra Bush y la guerra de Irak. Según confiesa en una entrevista, “no podía soportar tanto lamento por la guerra sin hacer nada”. Así que se puso a escribir canciones y salió Living with War, hizo una gira, la grabó y sacó un documental (que solo podía llamarse Déjà vu), y se ha venido a Rock en Río a seguir protestando.

Pero Neil Young, sin estar desencantado, tampoco es un ingenuo. Reconoce que, en la época de Vietnam la cultura de la protesta era algo totalmente distinto, pues estaba la amenaza de que te enviaran de recluta forzoso al arrozal asiático. En la actualidad, en cambio, “los estudiantes se preguntan si van a conseguir un buen empleo. Por eso hoy no hay un movimiento antiguerra”.

Neil Young no es tan ingenuo o tan vanidoso como Michael Moore, que se creyó que iba a hacer perder las elecciones a Bush con sus documentales. “Llevo 45 años escribiendo canciones. Y, en general, no han tenido mucha repercusión”, reconoce.

Alguna deben de tener, por lo menos en la cuenta corriente de Young, que, según informaciones de estos días, ha cobrado casi un millón de euros por actuar en Rock en Río sin que nadie proteste.

Y es que, aunque uno haga el amor y no la guerra, el caché de un artista es intocable. Hace pocas semanas, la ONG británica Christian Aid aseguraba que si los famosos comprometidos con la ayuda al Tercer Mundo pagaran en proporción los mismos impuestos que los ciudadanos comprometidos con llegar a fin de mes, la ayuda de los países desarrollados podría ser más generosa.

Y señalaba con el dedo a tres famosos: el cantante Phil Collins y el piloto de Fórmula 1 Lewis Hamilton, que prefieren pagar sus impuestos en Suiza antes que rendirse al fisco británico, y el célebre propagandista de la lucha contra la pobreza Bono, que gestiona sus ingresos por derechos de autor en Holanda, donde el tratamiento fiscal es mucho más favorable. Quizá Neil Young podría escribir una canción bajo el título: “Menos beneficencia y más impuestos”.

Tampoco vamos rasgarnos la camiseta de 30 euros comprada en Rock en Río porque los cantantes y los promotores de festivales hagan buena caja con el rock. Si ofrecen espectáculo, y la gente lo pasa bien, que pasen por la taquilla. Todo esto puede hacerse a cara descubierta, sin necesidad de ponerse el velo humanitario. No hace falta dar un barniz ecológico a Rock en Río, mientras se ofrece una pista de nieve artificial de 50 metros en el recinto; ni incluir en el concierto tres minutos dedicados a pensar “cómo cambiar el mundo” antes de lanzarnos a bailar. Lo curioso de estos eventos es que ya no basta con divertirse sencillamente, sino que hay que asegurar que la diversión va de la mano con la redención del planeta.

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