Jóvenes con sentido crítico

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Jóvenes que dejan las redes sociales porque creen que pierden demasiado tiempo. O que deciden aparcarlas una temporada para volver a conectar con la vida. O que se quedan en ellas para estar de una manera más creativa… Son la minoría que desafía al estereotipo del joven que se engancha a las pantallas sin hacerse demasiadas preguntas. Porque si de algo va esta tendencia, es de cuestionar los hábitos tecnológicos de moda.

Según el cliché habitual, los jóvenes de la generación Z –nacidos a partir de 1994– han crecido con el móvil en la mano y no conciben una vida más grande que la que les ofrecen sus pantallas digitales. De ahí que cualquiera que aspire a comprender sus inquietudes deba manejarse como pez en el agua con la tecnología.

Pero eso es dar por supuestas demasiadas cosas. De entrada, la relación de esos jóvenes con las redes sociales es más turbulenta de lo que se cree. Hay idas y venidas, portazos, ansiedad, estrés… Y aunque la mayoría las sigue valorando de forma positiva, crece el porcentaje de los inconformes con preguntas.

La nueva disidencia

Lo documenta la periodista de The Guardian Sirin Kale en un artículo que combina datos y testimonios. En un sondeo de la agencia Hill Holliday a jóvenes de la generación Z, más de la mitad afirma haberse tomado un descanso de las redes sociales, y el 34%, haberlas abandonado por completo. Otro de la consultora Ampere Analysis muestra que el porcentaje de jóvenes de 18 a 24 años que consideran importantes en su vida las redes sociales ha pasado del 66% en 2016 al 57% en 2018.

Los motivos del desencanto son variados. El más citado en la encuesta de Hill Holliday es la pérdida de tiempo, pero hay otros que coinciden con los testimonios que recoge Kale. Isabelle, de 18 años, se queja de que sus compañeros de clase han empezado a preferir los mensajes de texto a las conversaciones cara a cara. Mary Amanuel, de 17, dejó las redes cuando se cansó de mostrar una imagen falsa de sí misma. Lo mismo que Jeremiah, de 18: dejó Facebook con 16 y, tras ceder a la presión de sus amigos para que se abriera una cuenta en Instagram, acabó echando el cerrojo a los seis meses. “Era una competición para ver quién era más feliz”, dice.

La paradoja es que estos disidentes a quienes muchos ven como tipos extraños –¡no tienes redes sociales!– también marcan tendencia. Le ocurrió a Tyreke, de 18 años, al que ahora se le acercan algunos compañeros de clase para decirle que su ejemplo les ha inspirado y que han cerrado sus cuentas… “En un mundo en el que todos están en línea –concluye la periodista–, renunciar a las redes sociales es un movimiento contestatario y contracultural”.

Otras veces, la disidencia es quedarse en Internet de otra manera. Frente al humor zafio de algunos de los más famosos youtubers, resulta más atractiva la inteligente espontaneidad de los jóvenes booktubers que dedican sus canales a recomendar libros a otros jóvenes, o la de los divulgadores científicos –algunos tan populares que con 14 años logran llamar la atención de The New York Times–. Y frente a la obsesión por compartir selfies, está la de quienes quieren viralizar ideas, como los pensadores del foro Filosofía Joven (@FilosofiaJ).

“En un mundo en el que todos están en línea, renunciar a las redes sociales es un movimiento contestatario y contracultural” (Sirin Kale)

Nostalgia de pensamiento lento

Los jóvenes no son fanáticos de las tecnologías digitales. Al igual que hizo Nicholas Carr con su famosa pregunta “¿qué está haciendo Internet con nuestras mentes?”, ellos también se paran a sopesar cómo ha impactado la revolución tecnológica en sus hábitos intelectuales.

Es lo que hicieron los jóvenes que participaron en los preparativos del recién iniciado Sínodo, según refleja el documento que guiará el trabajo de los obispos. Aunque celebran las oportunidades educativas y de acceso al conocimiento que ha traído Internet (n. 34), les preocupa que un medio “que privilegia la imagen con respecto a la escucha y a la lectura, está modificando el modo de aprender y el desarrollo del sentido crítico” (n. 57).

Las tecnologías digitales no solo “obstaculizan la reflexión personal” –reconocen–, sino que añaden “riesgos a largo plazo” como “la pérdida de la memoria, de la cultura y de la creatividad ante el acceso inmediato a la información, y una pérdida de concentración causada por la fragmentación” (n. 58).

24 horas sin pantallas

Es interesante que sean los propios jóvenes quienes se planteen estas reflexiones, pues lo más habitual es que usen la tecnología de forma ritual e inconsciente. Así lo explican las autoras de un experimento de ayuno digital realizado con 150 estudiantes de titulaciones de Comunicación en la Universidad de Vigo (1).

Los participantes, alumnas y alumnos de primer curso, debían prescindir durante 24 horas de sus pantallas de uso individual (móvil, ordenador, tableta, consola) y de sus reproductores de música (iPod y MP3). Después, tenían que contar su experiencia en un texto de al menos 300 palabras. El ejercicio se completó meses después con unos grupos de discusión.

Hay hallazgos significativos. Casi todos los participantes “tuvieron una sensación que podríamos llamar de ‘caer en la cuenta’, es decir, consiguieron salir del medioambiente simbólico digital para verlo desde fuera y percatarse de su existencia”. En esa toma de conciencia, la mayor parte reconoce su “necesidad y dependencia del móvil”, y muchos la atribuyen al deseo de “eliminar o paliar la soledad”. De ahí que las investigadoras relacionen el uso ritual de los dispositivos por parte de los jóvenes a “pasar el tiempo, escapismo, entretenimiento, relajación, etc.”.

Inercias y deseos

Durante el ayuno, los participantes experimentaron emociones de distinto signo: junto al “miedo a estar perdiéndose algo” (40 participantes), la “ansiedad” (39) o el “aburrimiento” (20), también hay quienes sienten “satisfacción” (36) y “alivio” (28). Estas últimas emociones son expresivas, pues hablan de lo que algunos querrían recuperar: se encuentran más creativos, rinden más o –como dice una alumna– se sienten más vivos y conscientes.

También son elocuentes las actividades que se usan como sustitutivos de la tecnología. La mayoría (84) opta por pasar tiempo con los familiares o los amigos. Les siguen los que leen algún libro o un periódico impreso (49); los que estudian (44); los que cultivan alguna afición (44)…

Para la mayoría, el experimento fue una ocasión para pararse y pensar sobre la forma en que usan la tecnología. Algunos tomaron determinaciones para emplearla de un modo más provechoso, más libre. Para otros, la sola experiencia del ayuno ya resultó provechosa: “Algunos de ellos, de hecho, se dan cuenta de que tenían algo abandonados a sus hermanos pequeños o a sus abuelos”. “Alguna alumna se mete tan intensamente en la lectura que sale a comprar la segunda parte de una novela que termina”.

El ayuno digital sacó a la luz las inercias, pero también el hambre de algo distinto.


Notas

(1) Montserrat Doval Avendaño, Susana Domínguez Quintas, Isabel Dans Álvarez de Sotomayor, “El uso ritual de las pantallas entre jóvenes universitarios/as. Una experiencia de dieta digital”, en Prisma Social: revista de investigación social, Nº. 21, 2018, págs. 480-499.

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