“¡Futurismo, insurrección, algarada!”

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“Un automóvil de carrera con su vientre ornado de gruesas tuberías, parecidas a serpientes de aliento explosivo y furioso… un automóvil que parece correr sobre metralla, es más hermoso que la Victoria de Samotracia”. Así rezaba el punto 4 del “Manifiesto Futurista” que el diario francés Le Figaro publicó en su portada el 20 de febrero de 1909. Su autor, el poeta italiano Filippo Tommaso Marinetti, tomaba de aquel modo el pulso al siglo que comenzaba, y que iba a singularizarse en la historia de la Humanidad por la paradójica conjunción de un ingenio creador y de una capacidad destructora como nunca antes se habían visto.

Aliento “parricida”

Pronunciándose a través de un manifiesto, el Futurismo copiaba los modos combativos de los movimientos sociales y políticos que desde mediados del siglo XIX sacudían el orden tradicional europeo —socialismo, anarquismo―, y que cifraban de aquel modo, en declaraciones de principios, los dogmas ideológicos que signarían el auge y la caída de la llamada “modernidad”.

Que la mezcla de industrialización y agitación revolucionaria estaba configurando un mundo cada vez más alejado de su pasado inmediato, era claro para el grupo al que pronto se adscribieron figuras como Giacomo Balla, Luigi Russolo, Umberto Boccioni, Carlo Carrà y Gino Severeni. Nuevos hombres del Renacimiento, cultivaban a la vez varias disciplinas artísticas: pintura, escultura, poesía, música. Y a todas trataron de llevar el aliento “parricida” del “Manifiesto”, ávido de cantar “las grandes muchedumbres agitadas por el trabajo, el placer o la rebeldía, las resacas multicolores y polífonas de las revoluciones en las capitales modernas: la vibración nocturna de los arsenales y de los almacenes bajo sus violentas lunas eléctricas, las estaciones ahítas, pobladas de serpientes atezadas y humosas”.

Aunque el documento fundacional se publicara en París, sería sobre todo Milán, con su intensa dinámica industrial, política y artística, la ciudad llamada a convertirse en el cuartel general del Futurismo. Su resonancia, sin embargo, sobre círculos de jóvenes intelectuales y artistas de otros países, sería prácticamente inmediata.

En España Ramón Gómez de la Serna tradujo y publicó el “Manifiesto” en la revista Prometeo en abril del mismo 1909; y antes incluso, a comienzos de ese mes, Rubén Darío lo reseñaba en un artículo escrito para La Nación de Buenos Aires. En agosto el poeta Amado Nervo le dedica también un amplio comentario, titulado “Nueva Escuela Literaria”, en el Boletín de Instrucción Pública de México. Y en 1910 el propio Marinetti dirige una “Proclama futurista a los españoles”, que publicará también el inefable Ramón en Prometeo; una sucesión asindética de exclamaciones que comienza “¡Futurismo! ¡Insurrección! ¡Algarada! (…) Violencia sideral! ¡Circulación en el aparato venoso de la vida! ¡Antiuniversitarismo!”, y que termina con un guiño al Quijote: “¡Bodas de Camacho divertidas y entusiastas en medio de todos los pesimismos, todas las lobregueces y todas las seriedades!”.

Detonante del arte moderno

El irracionalismo épico y esteticista que Marinetti había abrevado en Nietzsche o en Gabriele D´Annunzio tendrá las señas fundamentales del fenómeno que, no por casualidad, se designará genéricamente con el término “vanguardia”, robado al lenguaje de la estrategia militar: “Queremos glorificar la guerra—única higiene del mundo—el militarismo, el patriotismo, el gesto destructor de los anarquistas, las bellas ideas que matan y el desprecio a la mujer”, decía el “Manifiesto Futurista”.

A la zaga de los expresionistas (dispersos en varios grupos o movimientos), el Futurismo prende la mecha por la que arderán inmediatamente otros “ismos”, que con la experiencia de la Primera Guerra Mundial y de la revolución rusa profundizarán en el desprecio de la cultura y de las convenciones estéticas, y buscarán nuevos valores y vías de expresión sin rubor del caos o del absurdo: Dadá, fundado en 1916 por Tristan Tzara; el Surrealismo, cuyo manifiesto publica en 1924 André Breton; y las formas hispánicas del mismo impulso, con el Creacionismo del poeta chileno Vicente Huidobro, o el Ultraísmo en el que participan por parte española figuras como Rafael Cansinos-Assens y Guillermo de Torre, y por la hispanoamericana un jovencísimo Jorge Luis Borges.

Si en su momento la obra de los futuristas asombraba por su capacidad anticipatoria, contemplarla hoy en día resulta también impactante porque nos muestra, en su forma embrionaria, fenómenos que luego hemos asumido como parte fundamental de nuestra identidad cronológica.

Así, por ejemplo, en una pieza teatral de Marinetti, publicada el mismo año del “Manifiesto”, aparecen los autómatas mucho antes de que el checo Karel Čapek inventase la palabra robot. Tomando los principios de fragmentación espacial del cubismo y bajo la fascinación del cinematógrafo, la pintura futurista de Balla o de Boccioni busca plasmar las figuras en movimiento, con sus famosas “dinámicas”. Luigi Russolo inventa los “intuonarumori”, máquinas gigantescas que reproducen los ruidos de la urbe industrial, y que deben ser los instrumentos de la música del porvenir. Antonio Sant´Elia, muerto todavía muy joven en la Primera Guerra Mundial, deja los bocetos de una Cittá Nuova que nunca llegará a edificarse, pero cuya influencia es evidente no ya sólo sobre la arquitectura moderna, sino en metáforas visuales que, como la Metrópolis de Fritz Lang, han sido decisivas para la construcción del imaginario contemporáneo.

El arte futurista, con su delirante proyección hacia la sociedad del superhombre, tuvo un correlato político en el fascismo de Mussolini, al que Marinetti se adscribió. Sin embargo, es en general a la utopía del progreso a lo que puede vincularse el Futurismo, y así se lo descubre también vivo y activo en un revolucionario bolchevique como Maiakovsky o en un marxista telúrico como el peruano José Carlos Mariátegui.

Conmemoración del centenario

Roma ha inaugurado varias exposiciones para conmemorar el centenario del “Manifiesto”. Entre ellas, una en el palacio Ruspoli en la que se exhiben vídeos del músico británico Brian Enho, quien ha declarado que se inspira en los futuristas y en su combinación de lenguajes artísticos.

También tiene particular interés la muestra procedente del Georges Pompidou de París, que se ha instalado en las Escuderías del Quirinale bajo el nombre “Futurismo. Vanguardia-Vanguardias”. La alcaldía de la ciudad, por su parte, presenta en el Museo de Arte Contemporáneo (MACRO) una colección de carteles titulada “Futurismo Manifiesto 100×100”, en la que se exhiben originales de las proclamas de Marinetti.

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