Un “Sherlock” ambientado en el siglo XXI

publicado
DURACIÓN LECTURA: 4min.

Actualizado el 12-01-2012

Sherlock fue uno de los grandes éxitos de audiencia en 2011 en el Reino Unido. Con un formato distinto (una temporada de sólo tres capítulos de 90 minutos cada uno, prácticamente independientes entre sí en cuanto al argumento), y a pesar de haberse estrenado en medio del verano, la audiencia ha sido tan considerable como para que la BBC haya anunciado una segunda temporada. En el fondo, la serie sigue el camino que Guy Ritchie inició modernizando al detective creado por Conan Doyle en su película Sherlock Holmes (2009), cuya segunda parte (Sherlock Holmes: Juego de sombras), también dirigida por Ritchie, se acaba de estrenar.

Estamos en el siglo XXI y Holmes utiliza con soltura las nuevas tecnologías mientras Watson intenta borrar sus recuerdos de la guerra de Afganistán, donde estuvo como médico militar. Entre medias está el post 11-S, los servicios de espionaje, las redes sociales, el tráfico insufrible de Londres… Pero todo ello salvando la esencia del mito: un fino sentido del humor, el ingenio deductivo, sus intrincadas discusiones y la elegante elipsis en unas tramas que podían dar lugar a escenas escabrosas o violentas.

El guionista Steven Moffat repite la fórmula de su anterior serie, Jekyll (2007), que trasladaba al esquizofrénico personaje de Stevenson a la actualidad. Moffat y Gattis respetan la clave del relato holmesiano: el caso que hay que resolver, a contrarreloj porque va muriendo gente… En este sentido, el primer episodio, Study in Pink, es un alarde de ingenio y chispa, que captura las esencias de la narrativa de Conan Doyle. Evidentemente, en la versión original el modo de hablar inglés de los diferentes personajes es muy importante y genera situaciones muy divertidas.

La personalidad de la serie debe mucho al acierto milimétrico del guión, que sabe equilibrar acción y deducción a partes iguales. Por otro lado, es fundamental la genuina interpretación de Benedict Cumberbatch (Amazing Grace, Expiación) y Martin Freeman (Arma Fatal, El Hobbit 1 y 2). Ninguno de los dos procura imitar los modos de Robert Downey Jr y Jude Law en la película de Ritchie, sino que optan por recuperar el toque más inglés de sus personajes: menos gestual y más inteligente, pero obviando el hieratismo gélido de las interpretaciones de Basil Rathbone y Nigel Bruce en las películas de los años 30 y 40.

Resulta muy atractivo el diseño visual de la serie, que utiliza con frecuencia los sobreimpresionados de manera creativa y pinta un Londres moderno pero sin perder su decimonónica elegancia (muy presente en la música y el vestuario). En este sentido, la fotografía, el montaje y el look visual que se logra en posproducción son muy inteligentes. El casting se ha hecho a conciencia y los secundarios encajan a la perfección: es difícil mejorar un Moriarty (la secuencia de la piscina es una maravilla en el episodio 3 de la temporada 1) o un Lestrade (la secuencia de la rueda de prensa en el 1).

Ciertamente el primer capítulo es superior a los otros dos (el segundo, The Blind Banker, cae; pero el tercero, The Great Game, recupera y termina de manera gloriosa) en cuanto al desarrollo de las personalidades de Holmes y Watson y sus constantes enfrentamientos dialécticos.

Esperemos que la línea elegante e ingeniosa de esta serie sirva como referente a los que esclavizan argumentos y personajes a la truculencia con tal de alargar el chicle de temporadas inacabables y se empeñan en que todo vale para aumentar la audiencia.

Como complemento a este análisis de la primera temporada podemos añadir que los dos capítulos estrenados en Reino Unido en enero de 2012 correspondientes a la segunda (Escándalo en Belgravia y El perro de Baskerville) no hacen sino aumentar el prestigio de la serie. Su sentido del humor, el envidiable ritmo, la calidad de la factura son muy llamativos. Es divertido que uno de los creadores Mark Gattis, interprete con tanto acierto al hermano mayor de Sherlock, Mycroft, alto cargo del servicio secreto británico.

Ambos capítulos son excelentes, especialmente el primero, con la entrada en escena de un personaje importante, Irene Adler. Ciertamente resulta molesta e innecesariamente larga la secuencia en la que se nos presenta “al natural” a la taimada amiga-enemiga de Holmes, pero hay que reconocer que el capítulo es una verdadera obra maestra, más aún si se compara con la floja segunda película de Guy Ritchie.

El 15 de enero de 2012 se emite el tercer y último capítulo de la segunda temporada (The Reichenbach Fall), y ya se puede afirmar que la estrategia de entregar capítulos autoconclusivos de 90 minutos es un enorme acierto. Escándalo en Belgravia, el primer capítulo de la segunda temporada fue visto por 9 millones de espectadores de la BBC.

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