Más horrible que la ficción

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True crime

Entre los contenidos audiovisuales más vistos en las principales plataformas, llevan meses colándose series inspiradas en crímenes y atentados reales. Es el llamado true crime audiovisual, una tendencia muy consolidada en Estados Unidos, que ha cobrado fuerza en España en los últimos meses con las series ¿Dónde está Marta? (Netflix), Dolores: La verdad sobre el Caso Wanninkhof (HBO), 800 metros (Netflix), Los atentados del 11 M (Netflix y Amazon Prime) o Lucía en la telaraña (RTVE). Al margen del éxito de público de estas producciones, algunos se plantean que una nueva forma de hacer periodismo de investigación ha llegado para quedarse.

Un poco de historia. Porque al hablar de true crime audiovisual hay un título que investigadores, expertos y cineastas citan como referencia. Se trata de The Thin Blue Line, un documental dirigido en 1988 por Errol Morris que cuenta la vida de Randall Dale Adams, un hombre condenado a muerte por asesinar a un policía en Texas.

The Thin Blue Line hizo historia por muchos motivos: la investigación realizada llevó a reabrir el caso y permitió absolver a Adams, que resultó ser inocente; Morris utilizó técnicas cinematográficas que nunca se habían usado y que imprimían a sus películas mucha fuerza expresiva, y, sobre todo, elevó el documental a un nivel cinematográfico desconocido hasta entonces.

El famosísimo crítico americano Richard Ebert llegó a escribir “Después de veinte años analizando películas no he encontrado a ningún cineasta que me intrigue tanto… Errol Morris es como un mago, y tan buen cineasta como Hitchcock o Fellini”.

En algún momento, Morris llegó a señalar que su pasado como detective le había ayudado definitivamente a realizar un tipo de cine investigativo.

Más horrible que la ficción

Pero, al margen de esta referencia necesaria y de títulos más o menos importantes, el true crime se hace mayor de edad en el siglo XXI.

En el año 2003, Andrew Jarecki estrena Capturing the Friedmans, un documental que abordaba la morbosa descomposición de una familia después de que, tanto el padre como uno de los hijos, fueran acusados de pederastia. El reportaje –que ganó todo tipo de premios y fue alabado por la crítica– buceaba en un caso que hacía dudar bastante del sistema judicial norteamericano y su respeto por la presunción de inocencia. Trece años después, en 2015, Jarecki se apuntó un nuevo tanto con The Jinx, una polémica miniserie que terminaba con la sorprendente autoacusación del protagonista y asesino: el multimillonario Robert Durst.

“La magia del ‘true crime’ es que es capaz de combinar lo mejor del periodismo con los códigos de la ficción”

Entre uno y otro título, la industria documental americana con esta etiqueta del true crime había regado generosamente las salas y plataformas de documentales que recreaban asesinatos, atentados –solo sobre el 11 S hay más de un centenar de títulos–, crímenes sin resolver o condenas falsas.

El éxito de estas producciones entre el público, lo explica bien el periodista Tomás Ocaña, director general de CAPA España (Grupo Izen) y director de la serie Lucía en la telaraña: “La magia del true crime es que es capaz de combinar lo mejor del periodismo con los códigos de la ficción. Hay datos, investigación, sucesos reales pero hay también un conocimiento de lo que funciona en la ficción, de lo que llega a emocionar. Son producciones, además, que no solo cuentan unos hechos sino que hablan de la sociedad en la que vivimos y que además demuestran que la realidad supera ampliamente a cualquier ficción”.

Por otra parte, la tendencia actual a la serialidad en estos documentales, con lo que conlleva de mayor metraje, permite añadir más elementos de contexto y tomarse el tiempo necesario para ir desgranando los testimonios de los diferentes protagonistas, los descubrimientos policiales, etc.

Auge en España

Sin embargo, a pesar de la magia y el favor del público, en España se ha tardado bastante en iniciar esta vía narrativa. Una vía que ha cogido carrerilla en los últimos años, en forma de series o miniseries producidas por plataformas audiovisuales. En el año 2016 se estrenó Muerte en León, una serie producida por Movistar que en 253 minutos recorría el asesinato de Isabel Carrasco, presidenta de la diputación de León.

Un año después, el true crime saltó al prime time en España gracias a una producción muy notable. Hablamos de El caso Asunta, una miniserie de cuatro capítulos producida por Atresmedia que consiguió un importante éxito de público y crítica. En los créditos de El caso Asunta aparecen algunos de los nombres más importantes de quienes están impulsando este género en España, como el productor y guionista Ramón Campos (800 metros, El caso Alcasser, En el corredor de la muerte) o el director León Simiani (800 metros, El caso Alcasser).

Como señala Tomás Ocaña, frente a la tendencia americana a elegir sucesos poco conocidos para investigarlos, las producciones españolas se han centrado más en contextualizar casos muy mediáticos. Ahí está El caso Alcasser (Netflix, 2019), Yo fui un asesino: El crimen de la catana (Discovery Max, 2019), El caso Diana Quer. 500 días (2018) o las más recientes ¿Dónde está Marta? (Netflix, 2021) y Dolores: La verdad sobre el caso Wanninkhof (HBO, 2021). ¿La razón? Entre otras, el presupuesto. Ocaña explica que, actualmente, el presupuesto medio de un capítulo de estas series documentales oscila entre los 80.000 y 500.000 euros, y el tiempo medio de producción y rodaje va de los 6 a los 12 meses; pero, al contrario de lo que ocurre ya en las series de ficción, que tienen un presupuesto para desarrollarlas, denominado coloquialmente la biblia, en el caso de las series documentales no está prevista –en general– la cobertura de este desarrollo, que, muchas veces, puede suponer hasta dos años de trabajo. Por esta razón, la mayoría de los creadores recurren a casos muy investigados y que cuentan ya con una amplia documentación.

Cineastas, periodistas o detectives privados

Sin embargo, el hecho de que muchas de las series o documentales producidos en España se refieran a casos muy conocidos por la opinión pública no quita que, en ocasiones, en el proceso de producción de estas piezas se hayan llegado a descubrir pruebas o declaraciones que han llevado incluso a reabrir el caso.

Es lo que ocurrió, por ejemplo, con Lucía en la telaraña, una serie de RTVE que describe en 5 capítulos la intrincada red de corrupción, narcotráfico y violencia que acabó con la vida de Lucía Garrido. Al contrario que otros seriales ya mencionados, este caso no tuvo tanta repercusión mediática y, sin embargo, la serie desveló un entramado criminal muy tupido desconocido para el gran público. Además, en el proceso de investigación de la serie se descubrieron unos audios a los que se dio poca importancia en el juicio porque no se entendían bien, pero que, una vez tratados y analizados para incluirlos en la serie, aportaban información clave para cerrar el caso.

Algo similar se vivió con la serie La verdad sobre Marta del Castillo. Marta del Castillo, una joven sevillana de 17 años, desapareció el 24 de enero de 2009. Su caso tuvo una repercusión mediática extraordinaria. Trece años después no se ha encontrado el cadáver de Marta y el asesino confeso ha dado siete versiones diferentes. La serie de Netflix, dirigida por Paula Cons y producida por Nacho Abad, el periodista que desde el origen más ha seguido este crimen, significó –en cierto modo– poner otra vez el contador de la investigación a cero, volviendo a analizar, repreguntar y reconstruir lo que se había estudiado y preguntado cien veces. Al final, la serie plantea la necesidad de rastrear los teléfonos de una manera que no se había hecho hasta ahora por imposibilidad tecnológica. Los avances en la geolocalización, junto con las contradicciones de un caso que son patentes cuando se repasa, pueden hacer que la investigación avance y se encuentre por fin el cadáver de Marta, que –para Nacho Abad– es uno de los propósitos de la serie.

En el fondo, muchas de estas series documentales están haciendo la misma labor que el periodismo de investigación, que se ha desplazado de los periódicos a las plataformas. “Estas producciones están llenando un hueco –afirma Tomás Ocaña–. En España no tenemos una tradición de periodismo de investigación en televisión. En el pasado lo hizo Informe semanal y puntualmente lo hace Salvados… En cierto modo, lo que se está haciendo en las plataformas ahora es lo que hacían antes algunas revistas, como Interviú o Cambio 16”.

Coincide en esta opinión el periodista Nacho Carretero, autor de Fariña y En el corredor de la muerte, y guionista de 800 metros. “Creo que es una buena noticia que el periodismo esté encontrando otros formatos y otros espacios que permitan profundizar, analizar y exponer temas que, en un marco tradicional del periodismo, no tenían cabida. El ejercicio periodístico actual es bastante precario y hasta hace muy poco la única salida que tenía una investigación más larga eran los libros. Ahora mismo, el boom del audiovisual en España ha hecho que estos dos mundos, el periodismo y la narrativa audiovisual, se hayan dado la mano, y es una magnífica oportunidad para contar estas historias”.

Los que hacen “true crime” se plantean cuestiones éticas como si es lícito dar voz a un culpable o sobre cómo mostrar en la pantalla algunos crímenes

Carretero destaca además cómo el formato seriado permite abordar los casos con una pausa incompatible con el periodismo diario. “La actualidad va a mucha velocidad y un buen ejemplo es lo que sucedió con el atentado de Las Ramblas. En dos meses comenzó el procès, se celebró el referéndum y no diré que el atentado se olvidó, pero mediáticamente quedó apartado. Y entonces ves que está pendiente hacer un trabajo más reposado que es el que intentamos hacer con la serie 800 metros”.

Dilemas éticos

Además de la posibilidad de encontrar soportes y de la pausa necesaria, el vínculo entre esta narrativa y el periodismo de investigación es imprescindible para mantener la calidad y el objetivo de estas producciones. “Es vital que estas series y estos documentales estén liderados por periodistas –sentencia Ocaña–, y por periodistas que no olviden las preocupaciones éticas del periodismo: que velen por el rigor de la información, que contrasten fuentes, que tengan un compromiso decidido con la verdad. De lo contrario, la mezcla de ficción y un periodismo poco ético puede dañar a la sociedad”.

Dentro de las preocupaciones éticas, los responsables de estas producciones hablan por ejemplo de la licitud o no de pagar a los testigos que intervienen en los documentales (la mayoría de los consultados se muestran contrarios) o la moralidad de dar voz a quien ha cometido un crimen (es el caso del documental sobre el asesino de la catana). Y discuten también, por supuesto, sobre cómo mostrar en la pantalla algunos crímenes, sobre la conveniencia de las reconstrucciones o sobre cómo manejar los materiales inéditos. Un debate, por otra parte, común al que se genera –o debería generarse– en cualquier redacción del mundo a la hora de abordar un material tan sensible como un crimen.

Un futuro no negro

En cualquier caso, en lo que periodistas, cineastas, investigadores y espectadores coinciden es que el true crime tiene cuerda para rato. (Desgraciadamente) hay delitos, algunos muy nuevos. (Afortunadamente) hay cada vez más medios para investigarlos. Y (claramente) hay un público que apuesta por estos contenidos.

Y, como prueba –y de paso nos despedimos con un true crime no tan espeluznante–, el último “taquillazo” de Netflix. El timador de Tinder cuenta la historia de Simon Leviev, un joven judío que se dedicó a “estafar” a sus match de Tinder con un hábil y mentiroso juego de perfiles en redes sociales.

Parte del valor del reportaje es que todo está “documentado”: fotografías, audios, whatsapps, aplicaciones, likes y emoticonos. Y gracias a esto, la presencia del culpable en el documental es importantísima. Es el protagonista absoluto de su película.

En realidad, casi podría decirse que la estafa estaba guionizada, preparada para mostrarse en una producción que, además de otorgarle importantes beneficios a Netflix, terminaría con Simon Leviev desenmascarado y, por supuesto, expulsado para siempre de Tinder.

Ana Sánchez de la Nieta
@AnaSanchezNieta

10 producciones de “true crime” y dónde verlas

  1. Capturing the Friedmans (2003) (Filmin)
  2. Lo que la verdad esconde: El caso Asunta (2017) (Atresplayer)
  3. 13 de noviembre: atentados en París (2018) (Netflix)
  4. El caso Alcasser (2019) (Netflix)
  5. ¿Dónde está Marta? (2021) (Netflix)
  6. Dolores: La verdad sobre el Caso Wanninkhof (2021) (HBO)
  7. Lucía en la telaraña (2021) (RTVE)
  8. El desafío 11 M (2022) (Amazon Prime)
  9. 800 Metros (2022) (Netflix)
  10. El timador de Tinder (2022) (Netflix)

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