Por un cine creativo, responsable y enriquecedor David Puttnam. Un productor creativo

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La Universidad de Navarra otorga el Premio Luka Brajnovic al productor británico David Puttnam
Por un cine creativo, responsable y enriquecedorDefensor a ultranza de un cine a la vez comercial y profundo, y principal estratega de la política audiovisual europea, David Puttnam ha sido productor de decenas de telefilms, series y documentales, así como de 18 películas, algunas de la talla de Carros de fuego, Los gritos del silencio o La misión. Entre los muchos premios que han recibido sus producciones se incluyen 10 Oscars -incluido uno a la mejor película-, 24 premios BAFTA -de la Academia de Cine británica- y una Palma de Oro en el Festival de Cannes. El pasado 10 de noviembre, Puttnam recibió en la Universidad de Navarra el prestigioso Premio Luka Brajnovic de la comunicación. Ofrecemos un amplio extracto de su discurso de aceptación del premio. En él, Puttnam sintetiza sus principales ideas sobre el cine y la cultura audiovisual.

Ami modo de ver, la tarea misma de poner en marcha una película apenas ha cambiado desde el día en que los hermanos Lumière crearon las primeras imágenes animadas hace poco más de cien años. Las mismas decepciones, los mismos problemas, los mismos triunfos. Lo que sí ha cambiado -y de una manera bastante asombrosa- es la misma complejidad de todo este proceso. Pero igual de asombroso es el cambio en el poder y la influencia de las imágenes cinematográficas.

Creo que puede afirmarse que durante la mayor parte de este siglo (…) los productores han sido la fuerza motora del cine como forma creativa. En su mayoría, seleccionan los proyectos, buscan a los actores protagonistas, aseguran la financiación y, en muchos casos, supervisan la distribución de las películas. (…)

El reto de la globalización audiovisual

En este momento (…) cabría afirmar que, junto con el nacimiento de una economía genuinamente global, vamos camino de aceptar los dos elementos que la determinan de manera significativa: la información y las imágenes. Dichos elementos se encuentran cada vez más interrelacionados, puesto que cada vez se transmite un mayor volumen de información a través de imágenes y, más concretamente, a través de imágenes audiovisuales.

Gracias a la creciente convergencia digital -entre la palabra impresa y las tecnologías de la televisión, entre los ordenadores e Internet- observamos cómo se difuminan con rapidez muchas de las diferencias que tradicionalmente hemos dado por sentadas, por ejemplo, la separación entre información impresa e información electrónica. (…) En consecuencia, la creciente responsabilidad de las imágenes audiovisuales como principal medio de transmisión de conocimiento y saber se está convirtiendo en una preocupación cada vez más importante. Ciertamente hurgamos en la mente de las personas, grabamos imágenes, mensajes e ideas que bien pudieran permanecer allí de por vida. (…)

América, América

Al mismo tiempo, creo que es un hecho indiscutible que las películas norteamericanas dominan actualmente las pantallas de cine en el mundo entero. (…) La omnipresencia de estas películas -y las campañas de marketing que las sustentan- constituye sin lugar a dudas el testimonio más reciente de la máxima que afirma que «Hollywood no es un lugar, sino una forma de pensar».

Por supuesto, no siempre ha sido así. El cine fue inventado en Europa por los hermanos Lumière y, durante sus primeros años de vida la industria cinematográfica mundial estuvo dominada por compañías europeas y por películas europeas. Sin embargo, mientras los europeos se concentraron mayormente en las innovaciones creativas y técnicas, los norteamericanos sentaron las bases para comercializar y rentabilizar sistemáticamente sus películas, a partir de su valor económico. (…)

De todos modos, el secreto del dominio de Hollywood no se explica por parámetros exclusivamente económicos. Sus películas atraen al público porque ejercen un poder visceral junto a efectos especiales, por encima del diálogo y la trama, y por tanto requieren más bien poco dominio del inglés (…). Esta atracción se reflejaba ya en las primeras películas mudas de Estados Unidos, que constituían una forma de entretenimiento barata y fácil de entender para los inmigrantes recién llegados (…).

El creciente poder de Hollywood

Las películas de Hollywood atraían a gentes de todo el mundo, no sólo porque resultaban accesibles, sino porque enarbolaron también ciertos valores. Valores que tendemos a asociar con América o, al menos, con la idea de América con que la generación de la posguerra -en la que me incluyo- creció: la América eternamente optimista, que creía en el progreso, la justicia y la libertad. Para bien o para mal, esta escala de valores promovida por Hollywood se extendió hasta convertirse en algo universal, en parte porque las películas norteamericanas siempre se han confeccionado de manera intencionada a la medida de un público multicultural. (…)

El poder de Hollywood radica por tanto en su habilidad para absorber -como por ósmosis- ideas, talento y dinero de todas partes, con objeto de crear, a partir de esa amalgama, una serie de productos culturales que han demostrado poseer un atractivo genuinamente internacional. Por tanto, el éxito mundial del cine de Hollywood no es simplemente una cuestión de que Estados Unidos imponga sus valores y sus gustos al resto del planeta, ni tampoco puede simplificarse o describirse en términos de imperialismo cultural. (…)

Y esto nos conduce al segundo tema. ¿Cómo podemos mantener en Europa nuestra identidad cultural en esta era de inestabilidad, globalización e invasión de imágenes e información por parte de Estados Unidos?

Sueños y sabiduría

Permítanme ilustrar este tema con un ejemplo sacado de mi propia experiencia. Cuando era niño, me gustaba sentarme en la oscuridad y empaparme de películas como Los ángeles perdidos (The Search) de Fred Zinnemann, La ley del silencio (On the Waterfront) de Elia Kazan o La herencia del viento (Inherit the Wind) de Stanley Kramer. Estas películas -norteamericanas en su mayoría, pero realizadas con lo que hoy consideramos una sensibilidad europea- constituyeron a todas luces mi educación.

Muchos de la generación de la posguerra -entre los que me incluyo- intentábamos dirigir de alguna manera nuestras vidas a partir de los principios que trataban películas como éstas. Muchas de ellas ofrecían una aguda crítica de la sociedad norteamericana, pero también demostraban la capacidad de los norteamericanos de poseer una especie de esperanza infinita, de búsqueda de la felicidad, tan eficazmente auspiciada por la Constitución estadounidense. (…)

[Por ejemplo,] La herencia del viento nos recuerda -si es que hacía falta- el valor del individuo y su derecho a pensar y a expresarse, incluso en oposición a toda la sabiduría heredada. Ofrece una visión que nos recuerda que una sociedad debe ser construida alrededor de creencias que unen a sus miembros, creencias que se basan en la búsqueda de la felicidad, la libertad, la justicia y la verdad. Igual de importante, esta película facilitó al público la comprensión de un debate que tuvo enormes consecuencias sociales, morales y culturales en su momento, y que todavía hoy las tiene. Nos ofrece aquello a lo que toda película debería aspirar: sueños y sabiduría.

La tiranía económica

En la actualidad, la inmensa mayoría de películas realizadas en Hollywood no poseen dicha ambición. (…) Hollywood sigue dominando las pantallas del cine de todo el mundo, aunque, por otra parte, sufre la tiranía de lo que se suele llamar los «intereses económicos». Quizá nos aporte sueños, pero sabiduría, avanzar en lo que significa un ser humano complejo…, más bien no: son cuestiones que rara vez entran en la ecuación. (…) Las películas de hoy son en realidad marcas comerciales. (…) Cuando alcanzan el éxito, se convierten en una locomotora que arrastra a otros sectores de la economía, desde la moda hasta las cadenas de comida rápida, pasando por los libros, los videojuegos y otros muchos sectores.

(…) Esto conduce hacia mi tercer y último punto. (…) Los artistas creativos, y aquellos que trabajan con ellos, se enfrentan, a mi juicio, a una responsabilidad moral ineludible de asumir riesgos, de inspirar, de plantear preguntas y afirmaciones, así como de entretener. Las películas, los programas de televisión, los nuevos medios electrónicos son mucho más que entretenimiento y muchísimo más que simples oportunidades nuevas de negocio. Sirven para reforzar o socavar la mayoría de los más extendidos valores de la sociedad.

De una cosa estoy seguro: si fracasamos en el uso responsable y creativo de estos medios, si los tratamos banalmente como industrias de consumo más que como fenómenos culturales complejos que son, es muy posible que estemos dañando de manera irreversible la salud y la vitalidad de nuestra sociedad. (…) Es vital que nosotros -y entiendo específicamente por nosotros la industria del cine y, más en general, la de los medios de comunicación- lleguemos a tratarnos unos a otros como individuos dignos de respeto y consideración, y que promovamos activamente una sociedad civil.

También es necesario que recordemos (…) que, en el fondo, la revolución que experimentamos no es fundamentalmente una revolución tecnológica. La tecnología es sencillamente lo que hace posible la revolución, y como tal, constituye mucho más un puente que una meta. Las implicaciones culturales que el desarrollo de las nuevas tecnologías traen consigo plantean unas cuantas cuestiones muy serias para el desarrollo de cada país, para la evolución de sus valores éticos y culturales e incluso, quizá, para el propio futuro de la misma democracia plural.

Profesionales responsables

La basura, lo trivial y lo sensacionalista pueden introducirse en el mercado con un coste sorprendentemente bajo. En cambio, la verdad, la responsabilidad y la calidad siempre han supuesto un camino más largo y un precio más alto y, en consecuencia, han supuesto necesariamente un valor social superior. Sigo totalmente convencido de la ley de causa-efecto, de que nosotros heredaremos la sociedad que nos merecemos. (…)

Muchos de nosotros, como unos malos padres, nos contentamos con el ejercicio del poder sin querer atender a la responsabilidad que eso conlleva. (…) Y aunque nuestras leyes de censura puede que eviten lo peor -los auténticos y gratuitos excesos infligidos en nombre del cine-, sólo los individuos poseen en última instancia los medios para protegerse del poder de la imágenes audiovisuales: una conciencia real y sólida del grado en que pueden ser manipulados y un conocimiento de las técnicas que pueden ser utilizadas con ese fin. Creo que la mejor forma de regulación reside en alentar una generación de cineastas mejor motivados y más conscientes: gente que comprenda en qué consiste el medio, sus retos y todo su potencial.

Por desgracia, siempre que se cuestiona su poder, muchos -si no la mayoría- de los cineastas caen en una forma de negación emocional. ¡Menos mal que no todos! Es un orgullo pensar que un cineasta como el gran director ruso Andrei Tarkovski, afirmara poco antes de morir: «La conexión entre el comportamiento del hombre y su destino ha sido destruida, y esta trágica brecha es la causa de su sentimiento de inestabilidad en el mundo moderno… Puesto que se le ha condicionado en la creencia de que nada depende de él, y de que su experiencia personal no afectará el futuro, ha llegado a la falsa y mortal convicción de que no participa ni siquiera en el modelado de su propio destino… Estoy convencido de que cualquier intento de restaurar la armonía en el mundo sólo puede basarse en la renovación de la responsabilidad personal».

Siempre he creído que existen dos grandes errores en los que los cineastas y, en general, los artistas pueden incurrir. El primero es la creencia de que pueden alcanzarlo todo. El otro es la creencia de que no pueden alcanzar nada. Mucho me temo que lo mismo podría decirse de los políticos… (…)

Lo que ofrece el arte auténtico

Por lo que a mí se refiere, he encontrado más a menudo mi propia escala de valores sostenibles en ese medio en el que he trabajado hasta hace bien poco: el cine. El arte, como la religión, puede ofrecernos un sentido de finalidad, de armonía. Puede dar vida, forma. El arte puede ofrecernos visión y liderazgo. Todo arte verdadero nos afecta porque es la expresión del alma humana, de nuestra alma. Y el grande y auténtico arte es capaz de alcanzar, de despertar -o de volver a despertar- esa humanidad compartida, tanto a través de generaciones como a través de culturas. (…)

Para acabar mi discurso (…), me gustaría citar al periodista americano Walter Lippmann, cuyas reflexiones durante el verano de 1940, acerca del legado de George Washington, todavía mantienen una poderosa resonancia casi sesenta años más tarde: «Habéis vivido una vida fácil; de ahora en adelante, viviréis de un modo difícil. Recibisteis un valioso patrimonio construido con la perspicacia, el sudor y la sangre de inspirados, devotos y valientes hombres; de un modo desconsiderado y con una descarada autocompasión no habéis hecho más que dilapidar esa herencia. Ahora, sólo podréis restaurarla por medio de las heroicas virtudes que hicieron posible vuestro legado. No apreciasteis todo lo bueno en su justo valor. Y ahora debéis trabajar para merecerlo de nuevo. Por cada derecho que apreciéis, tenéis un deber que cumplir. Por cada esperanza que alberguéis, tenéis una tarea que realizar. Por cada bien que deseéis conservar, tendréis que sacrificar vuestra comodidad y tranquilidad. Ya no hay nada que se consiga por nada».

Estas maravillosas palabras podrían servirnos como máxima a todos nosotros, a medida que intentamos establecer un camino para el próximo milenio. Reconozcamos que, a no ser que miremos más allá de lo meramente conveniente, de la ganancia conseguida con rapidez, no seremos sinceros de verdad con nosotros mismos, los demás e incluso con el ideal de la verdaderamente democrática y moralmente justificada sociedad.

Hace sesenta años, H.G. Wells sugirió que el futuro se transformaría en una carrera entre la educación y la catástrofe. Estoy seguro de que es una competición que podemos ganar.

La aventura de un «cineasta que produce»David Puttnam. Un productor creativoAlejandro PardoRialp. Madrid (1999). 384 págs. 3.500 ptas.

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