El silencio de los corderos

publicado
DURACIÓN LECTURA: 2min.

Intérpretes: Jodie Foster, Anthony Hopkins, Scott Glenn.

El director norteamericano Jonathan Demme ya apuntó maneras de gran cineasta en algunas de sus anteriores películas, como El eslabón del Niágara o Casada con todos. Ahora, con El silencio de los corderos –Oso de Plata al mejor director en el último Festival de Berlín–, ha conseguido uno de los films policiacos más duros, atractivos y taquilleros de los últimos años.

El espléndido guión de Ted Tally se basa en la novela homónima de Thomas Harris. Clarice (Jodie Foster), una joven y brillante alumna del FBI, licenciada en psicopatología criminal, es elegida por el agente Jack Crawford (Scott Glenn) para dirigir la investigación del caso de un asesino sistemático apodado Buffalo Bill. Se trata de un homosexual psicópata que se dedica a matar y despellejar mujeres obesas. Clarice tendrá que pedir ayuda a otro peligroso e inteligentísimo criminal, también psicópata: el doctor Hannibal Lecter (Anthony Hopkins), un expsiquiatra acusado de canibalismo e internado en una prisión de máxima seguridad. Clarice irá sacando información a Hannibal, pero éste le exige a cambio que le cuente su vida. Así, Clarice tendrá que hacerle partícipe de sus traumas y obsesiones infantiles.

Demme pone en pie esta combinación de psycho-thriller y película de terror mediante una puesta en escena y un ritmo narrativo que absorben al espectador y le transmiten todo el terror del relato. A esto se une la vigorosa fotografía del japonés Tak Fujimoto, que resalta muy bien la ambientación, entre gótica y surrealista; y la banda sonora de Howard Shore, que acompaña a la perfección cada uno de los inquietantes giros argumentales.

La película es muy dura, tanto de fondo como de forma, y es criticable la crudeza de algún diálogo y de una escena erótica. Pero, en términos generales, Demme –siguiendo los pasos de Alfred Hitchcock– no crea la tensión por medio de efectismos sanguinolentos, sino de un sutil equilibrio al borde mismo de la truculencia, a la que solo recurre en contadas ocasiones. Son evidentes algunas licencias del guión –como la fuga de Hannibal Lecter–, pero es tal la intensidad narrativa y visual de las imágenes que no se da importancia a la trampa hasta después de la película.

Esta calidad técnica va avalada por unas excelentes interpretaciones. Jodie Foster se muestra a sus anchas en el complejo papel de Clarice. Y el actor inglés Anthony Hopkins hace una caracterización antológica del diabólico Hannibal, en la que cada mirada, cada jadeo, cada tono de voz, cada movimiento, tiene pleno valor dramático.

En cuanto al fondo, al principio las fronteras entre el bien y el mal están muy claras, pero van perdiendo nitidez progresivamente. Queda claro quién es la heroína y quién el malo. Pero entre ellos aparece Hannibal, que personifica un punto intermedio, en el que los buenos modos, la inteligencia, un atisbo de cariño, una certera ironía, son compatibles con la demencia y la perversidad más brutales.

El silencio de los corderos es en casi todos los sentidos una gran película, que mantiene la tensión y la intriga sin caídas. Pero, precisamente por eso y por la dureza de su argumento, para llegar hasta el sarcástico happy end, se exige al espectador una notable capacidad de aguante.

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