El arte de la elipsis

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Rita Kempley sostiene que la falta de contención en el cine con respecto a la violencia, la sexualidad, etc. va en perjuicio del talento creador (International Herald Tribune, 22-VI-95).

(…) Hubo un tiempo en que (…) Hollywood actuaba de acuerdo con el llamado Código de Producción. Este documento -una lista de 11 prohibiciones y 25 cautelas- parece anticuado en comparación con los laxos criterios de hoy. Entre los tabúes figuraban ridiculizar al clero, la «desnudez licenciosa», «escenas reales de partos» y el tráfico de drogas.

Se aconsejaba a los cineastas que fueran cautos con «operaciones quirúrgicas», «besos lascivos» y «seducción deliberada de chicas». También había restricciones respecto a «la voladura de trenes, minas, edificios, etc.». Los redactores del código expresaban, entre paréntesis, su preocupación por «el efecto que una descripción demasiado detallada de esas cosas puede tener sobre una persona inmadura».

Anticuado, quizá; pero el código tal vez fue la comadrona de la Edad de Oro de Hollywood. Las restricciones del código obligaron a guionistas, directores y actores a poner a prueba su habilidad y usar la imaginación. Los cineastas sugerían desde el terror al apetito sexual -de modo inolvidable, en algunos casos- sin excesos de grosería, carne, sangre o efectos espectaculares.

Los amantes se comían con los ojos, chocaban las copas de champán o, mejor aún, inventaban trucos galantes: por ejemplo, en La extraña pasajera (Now, Voyager), Paul Henreid enciende a la vez dos cigarrillos y da uno a Bette Davis. Por contraste, en Amor a quemarropa (True Romance), (…) Christian Slatter conquista a Patricia Arquette disparando en la cara al rufián de ella.

(…) Ahora que los guionistas pueden recurrir al lenguaje crudo, ya no escriben diálogos como aquellos [de Casablanca]. Bueno, casi nunca. Hace cuarenta o cincuenta años se habría vetado la mitad de los diálogos que hoy aparecen en el típico thriller sobre una pareja de policías. (…)

Parece que la libertad de expresión sólo ha servido para reducir el vocabulario de los cineastas, al igual que el levantamiento de las restricciones a las escenas de sexo y violencia ha cercenado la capacidad de los guionistas de dar soluciones a los dilemas morales. Con otras palabras: cuanto más muestran, menos crean. El sexo y la violencia excitan los instintos. De hecho, no hay manera más sencilla de manipular a los espectadores.

Ciertamente, los espectadores van al cine a que los manipulen, pero van también con la esperanza de que los manipulen de modo magistral, como hace Hitchcock en Psicosis (Psycho). En vez de eso, se encuentran con las estrambóticas bufonadas de algún psicópata de cómic. Tras la vistosa pirotecnia de Batman Forever se esconde un argumento tan trillado, que hacen falta dos tipos estrafalarios -Enigma (Jim Carrey) y Dos Caras (Tommy Lee Jones)- para que el murciélago siga volando. Pero pruebe a encontrar entradas. Los inmaduros están a las puertas.

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