Pistas del cine mexicano actual

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Pistas del cine mexicano actual
 “Noche de fuego” (Tatiana Huezo, 2021)

 

México D.F.— Sobre los créditos iniciales se escucha una respiración agitada. El sonido da paso a la imagen: una niña pequeña cava un hoyo grande en la tierra con sus propias manos. Parece una tumba. La voz de la madre le dice que se meta ahí y ella obedece. Es el inicio de Noche de fuego, la película de la directora Tatiana Huezo que México ha enviado este año para competir por la nominación al Óscar.

El desarrollo de la historia mostrará que no se trata de una tumba, sino de un escondite para que Ana, la protagonista, pueda ocultarse cuando lleguen los hombres malos, los narcotraficantes. Y evitar así que se la lleven como a muchas niñas del pueblo. Una realidad desgarradora que esta directora salvadoreña radicada en México se atreve a mostrar con autenticidad y calidad cinematográfica.

Mucho ha dado de qué hablar el cine mexicano en los últimos años. Antes de que la directora china Chloé Zhao ganara el Óscar a Mejor dirección en 2021 y que el surcoreano Bong Joon-ho lo ganara el año anterior, de las últimas seis entregas del Óscar, cinco habían dado este premio a un mexicano. Dos veces a Alfonso Cuarón, dos veces a Alejandro González Iñárritu y una a Guillermo del Toro.

Sin embargo, más allá del cine de los conocidos en Hollywood como los “three amigos”, la industria cinematográfica en México ha ido ganando en fuerza y en variedad, también en alianza con las plataformas de streaming, algo acelerado de modo especial por la pandemia del covid-19.

Nuevo cine mexicano

El renombre del cine mexicano no es algo nuevo. Su época de oro fue posible en torno a la década de 1940, coincidiendo con que la industria del cine en Estados Unidos se debilitó por las participación de ese país en la Segunda Guerra Mundial. De esta época, en que México fue un referente cinematográfico para todo el mundo hispanohablante, surgieron ilustres directores y estrellas de cine que aún pueblan el imaginario mexicano. Basta mencionar a Pedro Infante, icono inconfudible que incluso la película de Pixar Coco (2017) tomó para crear al personaje de Ernesto de la Cruz, el charro cantante.

México es uno de los países con más espectadores y sede de uno de las mayores cadenas internacional de salas, Cinépolis

El siglo XXI ha visto crecer con nuevo vigor a un “nuevo cine mexicano” —expresión espinosa, que se viene usando desde la década de 1960— después de una crisis fuerte en la industria, tanto a nivel creativo como de público. Tras la época de oro, el cine fue regularmente de baja calidad y concebido como un mero instrumento de entretenimiento popular. A esto se unió más tarde la desprotección que hubo de la industria, permitiendo la hegemonía del cine de Hollywood. El Tratado de Libre Comercio de América del Norte que México firmó en 1994 con Estados Unidos y Canadá, colocó al cine no como un producto cultural a proteger, sino como un producto comercial que podía ser importado, desde Estados Unidos principalmente. Generaciones enteras en México crecieron viendo cine estadounidense, y el cine mexicano fue feneciendo por falta de espectadores, de inversores y de talento.

A finales del siglo XX, la producción fue escasísima para un país de 120 millones de habitantes, con un promedio de 17 cintas al año en el último lustro de ese siglo. Aunque en el año 2000 se produjeron 28 películas —incluida Amores perros, la ópera prima de Alejandro González Iñárritu que fue premiada en Cannes y nominada al Óscar a Mejor cinta extranjera— ese número decreció en los años siguientes hasta que en el 2006 se creó un estímulo fiscal, conocido como EFICINE, que impulsó la inversión privada en las producciones. Esta y otras medidas hicieron que se elevara la producción hasta las 216 películas producidas en 2019 y las 111 de 2020, un año especialmente difícil para la industria por la pandemia.

Cuestión de públicos

De modo parecido a como le ocurre al cine español, la del cine mexicano es una cuestión de públicos. Pues ciertamente los mexicanos van al cine y mucho. México es hogar de uno de los gigantes exhibidores, Cinépolis, que tiene 871 cines en 179 países, adaptándose en algunos lugares a la marca ya conocida que compra en un país, como Cine Yelmo en España, o Hoyts en Chile.

México es también uno de los países con más espectadores de cine, con 341 millones de asistentes a salas en 2019. Sin embargo, solo 35.2 millones fueron a ver una producción mexicana. Así, se producen muchas películas mexicanas, pero no todas tienen un retorno rentable en taquilla e incluso algunas no llegan a estrenarse a pesar de haber contado con alguna ayuda oficial de los programas culturales del Estado.

Los últimos años han visto la emergencia de un cine que busca una identidad propia, retratando los graves conflictos actuales del país

Es una cuestión también de identidad del cine mexicano y cómo la audiencia lo percibe. Las películas mexicanas más rentables hoy son en su mayoría comedias ligeras, producidas principalmente por Videocine (el brazo fílmico del gigante Televisa) y que siguen el fenómeno de Nosotros los Nobles (Gary Alazraki, 2013), una comedia sobre las clases sociales que acaba de ser objeto de un remake francés titulado Ricos y malcriados realizado por Netflix. Con pocas excepciones, se trata de producciones de cierto sabor desechable, de puro entretenimiento y humor local.

En el otro espectro del tipo de cine, el nicho de los festivales cinematográficos tiene también a sus mexicanos favoritos. Es el caso de Carlos Reygadas (Luz silenciosa, Post Tenebras Lux, Nuestro tiempo) o de Michel Franco (Después de Lucía, Las hijas de abril, Nuevo Orden), autores de un cine de más calado artístico, aunque a veces raya en lo simplemente provocador y siempre demasiado sórdido para el gran público. Con más equilibrio de arte y entretenimiento es el cine de otros directores como Alonso Ruizpalacios (Güeros, Museo, Una película de policías) o Sebastián Hoffman (Tiempo compartido), entre otros.

Retrato del país

Sin embargo, los últimos años han visto la emergencia de un cine que busca una identidad propia, retratando los graves conflictos actuales del país. Con realizadores provenientes del documental, cuyo sello se nota en su modo de hacer ficción, destacan Ya no estoy aquí (Fernando Frias, 2019) sobre la vida de la subcultura de los “cholos” en los barrios bajos de Monterrey, y este año los largometrajes de dos directoras: Sin señas particulares (Fernanda Valadez, 2020) y Noche de fuego (Tatiana Huezo, 2021), ambas sobre la desaparición de personas a manos de los narcotraficantes en el México rural. La Academia Mexicana de Cine ha apoyado estas producciones, enviándolas para buscar la nominación al Óscar.

Netflix, por su parte, ha hecho una apuesta fuerte por el mercado mexicano (antes de la pandemia ya tenía más de 6 millones de usuarios en el país), así como por sus producciones. El gigante del streaming ha producido 29 series mexicanas, como Club de Cuervos, La casa de las flores o Luis Miguel: La serie, algunas de ellas célebres a nivel internacional. También ha producido 17 largometrajes mexicanos —como la mencionada Ya no estoy aquí—, entre los que destaca el fenómeno que fue Roma (2018) de Alfonso Cuarón. La cinta, basada en los recuerdos de infancia del director mexicano, fue en su momento la apuesta de Netflix por entrar a las grandes ligas del cine y de las premiaciones. Y ciertamente lo logró en parte, con 10 nominaciones al Óscar incluida Mejor película.

Se atribuye al presidente mexicano Porfirio Díaz la frase: “Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos”. Si hoy cualquier cine nacional tiene que luchar por no estar a la sombra de la hegemonía hollywoodense, quizá a México le pesa esa influencia especialmente. Con todo, varios cineastas mexicanos se han abierto paso en el panorama internacional y hoy crece el número de producciones y, sobre todo, van encontrando una voz propia.

No por nada, tras el regreso de Alfonso Cuarón a su país para hacer Roma, una película sobre México y producida por un equipo mexicano, Alejandro González Iñárritu ha seguido sus pasos y volvió en 2021 a su país para rodar una cinta mexicana con título aún no definido (se ha filtrado como Limbo y como Bardo) protagonizada por Daniel Giménez Cacho. Por su parte, Guillermo del Toro, quien al igual que Iñárritu solo ha trabajado en Estados Unidos desde que hizo su ópera prima, también ha manifestado que quiere regresar a México a filmar, y que quisiera que fuera una cinta de luchadores, género clásico de la filmografía nacional. Son algunos síntomas de un cine que encuentra cada vez más público, cada vez más inversión y, sobre todo, cada vez más variedad y madurez. ¿Estará el público, dentro y fuera de México, dispuesto a darle la oportunidad?

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