Liberad a Keiko

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Contrapunto

Si uno sufre por la suerte de las ballenas, en Estados Unidos puede hacer algo concreto por ellas adoptando una. Basta dirigirse a la International Wildlife Coalition (IWC), que ofrece apadrinar un cetáceo por el equivalente de 2.000 pesetas (cuota mínima). Uno escoge su ahijada en un catálogo de ballenas, donde cada una figura con su nombre, y la IWC le envía un diploma, con una foto y una biografía del animal, más información periódica sobre sus vicisitudes en el mar (migraciones, partos y otros dolores), registradas gracias a barcos destinados a la observación.

Al éxito de iniciativas como ésa ha contribuido la película ¡Liberad a Willy!, que relata la amistad entre un niño y una orca recluida en un parque acuático. Explotada por sus dueños, Willy divierte al público con sus habilidades, hasta que el niño consigue que la devuelvan al mar.

La historia real es diferente. Keiko, la orca macho que «interpreta» a Willy en la película, vive en un parque de atracciones de México, donde tres veces al día ejecuta su función ante los visitantes. De allí la sacaron para hacer la película, y allí volvió al terminar el rodaje. La productora, Warner Bros., prometió dar a su «estrella» un final acorde con el film, liberándola en el mar. Pero aunque la película ha dado 100 millones de dólares en las taquillas norteamericanas, la Warner no se ha decidido a pagar los 12 a 15 millones que costaría el traslado y la compensación que exigen los propietarios del parque.

Mientras, Keiko, capturado a los dos años de edad, tiene ya catorce y la piscina se le ha quedado pequeña, de modo que no le resulta fácil permanecer sumergido. Está falto de peso y padece de papiloma en la piel, enfermedad frecuente entre las orcas que viven en cautividad. El contraste entre la historia de Willy y la vida de Keiko ha puesto en un aprieto a la Warner; la productora, por eso, podría tener que renunciar a su plan de hacer otra película -Willy II: Vuelta a casa-, en la que el animal, ya en libertad, salvará a su familia de morir a consecuencia de un derrame de petróleo en el océano.

Pero tampoco hay que tomarlo a la tremenda. Por un lado, no es seguro que Keiko sobreviviese en libertad, ya que no ha aprendido a cazar, y probablemente no sabría orientarse en alta mar ni integrarse en una manada. Además, la película ha dado resultado: la organización norteamericana pro-ballenas cuyo número de teléfono se muestra tras la última escena ha recibido ya medio millón de llamadas de espectadores dispuestos a ayudar. Así funcionan los resortes de la compasión: para que la gente se conmueva con las desdichas de las ballenas salvajes hasta el punto de adoptarlas, se necesitan algunos ejemplares domesticados que representen en las pantallas a sus amenazados congéneres.

Rafael Serrano

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