La opción de Madeleine y la de De Juana

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Contrapunto

En estos días dos personajes se han encarado con la muerte para forzar un cambio legal en España. Madeleine Z., de 69 años, padecía una grave enfermedad progresivamente paralizante, y se ha suicidado exponiendo su muerte en el escaparate mediático para provocar que la ley llegue a reconocer la cooperación al suicidio y la eutanasia. Iñaki de Juana Chaos, terrorista de ETA condenado por 25 asesinatos, está al borde de la muerte por su huelga de hambre, para exigir su excarcelación, tras cumplir una condena de 18 años y ser de nuevo condenado a otros 12 por «amenazas terroristas» expuestas en un artículo. Dos personajes muy distintos -inocente una, culpable el otro-, a los que une el deseo de ejercer su autonomía frente a la pretensión ajena de que permanezcan con vida. ¿Hay que respetar su decisión?

Madeleine dejó muy clara su libre determinación al elegir la muerte, así como las razones de su opción. Aunque no era una enferma terminal ni mucho menos, la enfermedad paralizante le privaba de toda esperanza: «Esto no es vida. Quiero dejar de no vivir». Le horrorizaba tener que ser cuidada por otros, lo que identificaba con una pérdida de dignidad: «Mi libertad es morir con dignidad». Con este mensaje, lanzado a través de su suicidio mediático, quería favorecer la conquista legal del derecho a morir.

De Juana Chaos no busca la muerte, sino la libertad. Pero también está dispuesto a perder la vida antes que seguir en prisión. Esto no es vida, dice a su modo. Su móvil es protestar por la condena y forzar una aplicación de la ley distinta de la que decidieron los jueces. Y en uso de su autonomía pide que se respete su decisión de no alimentarse, aunque le cueste la vida. En último caso, su muerte le haría un «mártir» de la causa por la que antes luchó asesinando a otros.

Tanto Madeleine como De Juana invocan su autonomía y su dignidad frente a la ley. Y, ciertamente, si se abre paso la idea de que ciertas situaciones hacen que la vida sea indigna de ser vivida, ¿qué oponer al deseo de un condenado a largas penas de prisión que prefiere morir? Si una enferma como Madeleine considera que la muerte es preferible a una vida como la suya, ¿no puede pensar lo mismo quien ha sido condenado a estar encarcelado largos años en un ambiente hostil? Si el único criterio es la autonomía individual, habría que respetar la decisión de quien prefiere expiar su pena con una muerte rápida.

Muchos sostienen que el derecho a la vida es un derecho irrenunciable. Pero, a falta de un planteamiento trascendente de la vida, es difícil que otras razones morales puedan sostener a quien está sumido en una situación dolorosa y sin esperanza.

La sociedad puede y debe proporcionar la ayuda necesaria a quien atraviesa esta dramática situación. Pero en una sociedad pluralista y secularizada como la actual, la ley es impotente para obligar a vivir a quien no encuentra razones para ello.

Otra cosa es que de ahí se derive un «derecho a morir», que deba ser reconocido por la ley y asistido por el personal médico. «La gama de calificaciones que puede merecer una conducta es más amplia que la que marcaría un forzado dilema ‘o delito o derecho'», observa Andrés Ollero hablando de la eutanasia en su reciente libro «Bioderecho». «No tenemos derecho, en sentido propio, a hacer todo lo no prohibido. Simplemente podemos hacerlo de hecho, sin que de ello deriven respuestas obligadas por parte del ordenamiento jurídico. Conductas susceptibles -por no sancionadas- de considerarse permitidas o toleradas, solo se convierten en derechos cuando el actor dispone de un título legítimo capaz de habilitarle para solicitar el amparo del ordenamiento».

Tanto Madeleine como De Juana pueden buscar de hecho la muerte, pero ninguno tiene un título jurídico para exigirla. Respecto al caso De Juana, «El País» se preguntaba en un editorial: «¿Qué tribunal dejaría de utilizar las opciones existentes en el marco legal para tratar de evitar que un preso que está bajo su custodia, y sobre el que todavía no pende una condena definitiva, fallezca o padezca lesiones irreversibles?». Es una pregunta legítima y abierta al debate. No se sabe si «El País» hizo algo por evitar la muerte de Madeleine, con la que estaba en contacto, aparte de enviar a una redactora para que contara sus últimos momentos. Pero unos días después del suicidio escribía en otro editorial: «Eligió libremente y eligió morir, ofreciendo su testimonio como una contribución póstuma al debate sobre la conveniencia de regular la eutanasia en España en determinados supuestos. La libertad es un elemento fundamental de la dignidad humana. Y para muchas personas disponer de la propia vida es el mayor ejercicio de la libertad».

De Juana también puede decir que ha elegido morir, antes que vivir sin libertad, ofreciendo su vida como testimonio por la causa de la independencia vasca. Y si la autonomía de la persona fuera el criterio supremo, no habría mucho que objetar.

Ignacio Aréchaga

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