La eutanasia está bien para «Copito»

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Contrapunto

La muerte de «Copito de Nieve», el único gorila albino del mundo, estrella del zoo de Barcelona, se ha vivido en España como la desaparición de un personaje. Con una edad avanzada para un gorila, unos 40 años, y aquejado de cáncer de piel, su muerte estaba cercana; y para evitarle la agonía le fue aplicada la «eutanasia» mediante una inyección letal. «Nuestro principal objetivo ha sido evitarle el sufrimiento», indicó el jefe del equipo de veterinarios, «y ha muerto tranquilo, sin dolor».

En la avalancha de informaciones, el lenguaje utilizado indica una antropomorfización del gorila albino, más natural en este caso por su carácter único. No son solo las interpretaciones sobre lo que siente o deja de sentir el animal. Algún periódico publicó su biografía en la sección de obituarios. El alcalde de Barcelona tuvo que aclarar que «no habrá ningún funeral por Copito» (se ve que no dejó instrucciones), si bien no se excluye algún homenaje como dedicarle una calle con escultura incluida.

La decisión de sacrificar a Copito ha sido sin duda lógica y la más adecuada a la responsabilidad del hombre respecto a un animal. Pero en el modo de presentarla en algunos medios subyacía el mensaje de que este era el modelo de la actitud que debíamos tener ante un moribundo, también de nuestra especie. ¿Si eliminamos a un animal cuando sufre sin remedio, por qué no hacer este servicio humanitario a nuestros congéneres?

A esta pregunta respondía así hace algún tiempo Leon R. Kass, presidente del consejo de bioética que asesora al presidente de EE.UU.: «Tratamos de modo meramente humanitario a los animales precisamente porque no son humanos. Eliminamos a los animales porque no saben que se están muriendo, porque no pueden afrontar deliberadamente su sufrimiento y no pueden alcanzar un final digno. La lástima por su desgracia es el único sentimiento que puede despertar en nosotros un animal que sufre sin remedio. Pero cuando un ser humano consciente nos pide la muerte, por este mero hecho hace presente algo que nos impide mirarlo como a un animal mudo».

Un animal no puede prefigurarse su propia muerte. En cambio, un ser humano que pide la muerte está reclamando una ayuda para aliviar su dolor, su soledad y su ansiedad ante ese trance supremo. El factor decisivo del sufrimiento del hombre no es por sí mismo el dolor, sino el sentido que alcanzamos o no a percibir en él. Y eso no se resuelve con una inyección letal.

No podemos tratar la muerte del ser humano como la de un animal. «No se ha enterado de nada», dijo el veterinario jefe del zoo de Barcelona al explicar la muerte rápida e indolora de Copito. Es lo mismo que a veces se oye en torno a un recién fallecido, cuando quienes le rodean han hecho todo lo posible por ocultarle el inevitable desenlace en vez de prepararle para afrontarlo. Pero eso no es procurarle una muerte digna, sino robarle su propia muerte. Y es que cada hombre es un ser más único que un gorila blanco, aunque no sea tan excepcional.

Ignacio Aréchaga

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