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Evangélicos y católicos, juntos en la defensa de la vida

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La revista norteamericana «First Things» (octubre 2006) ha publicado la última declaración conjunta de católicos y evangélicos, en la que proponen un debate público sobre cuestiones como el aborto o la eutanasia.

Desde 1994 católicos y evangélicos de Estados Unidos han firmado declaraciones conjuntas sobre aspectos esenciales para sus respectivas confesiones. Estos acuerdos se pusieron en marcha con el fin de profundizar en el ecumenismo y colaborar en la defensa pública de las convicciones compartidas. Además quieren ser un ejemplo para otros lugares del mundo.

La última de sus declaraciones comunes, titulada «Para que tengan vida», resalta las implicaciones políticas y culturales de la fe cristiana. «Con esta declaración -explican- tratamos de hacer causa común para defender lo que suele llamarse ‘cultura de la vida’ y hacerlo de un modo que sea al mismo tiempo una deliberación pública y un compromiso».

Son conscientes de que lo hacen en un momento de «conflicto cultural». La respuesta fácil a la guerra de culturas habría sido abandonar. Pero «no desesperamos -continúan- porque compartimos con quienes se nos enfrentan una humanidad común. Compartimos el mismo interés por la experiencia americana y sus aspiraciones por la libertad y la justicia». Evangélicos y católicos, a pesar de sus diferencias , creen que la razón humana tiene capacidad de «argumentar, deliberar, persuadir, así como de descubrir las verdades morales» necesarias para la ordenación de la convivencia.

Precisamente la capacidad de la razón humana muestra la inconsistencia de la oposición entre razón y fe: «Rechazamos firmemente la idea de que los desacuerdos en torno a la cultura de la vida son fruto de la divergencia entre razón y fe. Para nosotros, tanto razón como fe son dones del único Dios», por lo que no hay discordancia entre ellas.

En lo que se refiere específicamente a la cultura de la vida, el compromiso de católicos y evangélicos «incluye la protección y cuidado del no nacido, del discapacitado, de la persona dependiente, del moribundo. Pero también engloba a los pobres, los marginados y los explotados (…) Pero no constituye solo una responsabilidad exclusiva de los cristianos», sino de todos.

No se trata de eludir el desacuerdo y saben que muchos, cristianos y no cristianos, no comparten sus convicciones: «No deseamos imponerlas y mucho menos, como algunos suponen, instalar una ‘teocracia’. Nuestra intención es proponer más que imponer, educar, convencer, con la esperanza de que, a través del juicio libre y la decisión, nuestra sociedad vuelva a ser respetuosa con el inestimable regalo de la vida».

Para ello es necesario que resurja de nuevo el debate. Por eso creen que las propuestas de la Declaración son de naturaleza eminentemente pública, como lo es, afirman, el propio cristianismo: «las Escrituras, la doctrina, su tradición intelectual y sus instituciones». Además, «ser cristiano es, ciertamente, una decisión personal, pero no privada. Ser cristiano es asociarse a un movimiento histórico, dando testimonio público de las verdades morales universales».

Estas razones explican que el discurso público no pueda prescindir de las argumentaciones derivadas de las creencias. «La separación de Iglesia y Estado no puede significar separar la vida pública de las convicciones más profundas de la gran mayoría de la nación».

Defender la vida con razones

En este sentido, el falso enfrentamiento entre vida pública y privada queda sin sentido cuando afecta al propio ser humano que, «cualquiera que sea su estado, tiene derechos que tenemos que respetar». La defensa de lo humano «constituye, de este modo, un imperativo moral que puede ser defendido con razones accesibles a todos».

Las discrepancias sobre la pena de muerte, por ejemplo, o sobre la guerra justa pueden ser comprensibles, pero de lo que se trata es de defender a aquellos seres humanos desprotegidos. El hombre, responsable del cuidado y de la protección de la vida, no puede eludir sus propias obligaciones.

«En muchas ocasiones la eliminación directa e intencionada de una vida humana inocente puede ser considerada una muestra de compasión, especialmente en los casos de los discapacitados o los moribundos». Pero no hay que falsear la realidad. «Hay que llamar al aborto, a la eutanasia, a la cooperación al suicidio o a la investigación con embriones por su nombre: homicidio».

Esta declaración conjunta vuelve a afirmar el papel activo que evangélicos y católicos están dispuestos a desempeñar en defensa de la vida. Para ello confían en el propio sistema jurídico americano, en el que, en repetidas ocasiones, se advierte de los derechos que corresponden inalienablemente al ser humano. Ya ha demostrado su capacidad al extender los derechos a los esclavos o a las mujeres; podría hacer lo mismo ahora con los no nacidos o desprotegidos.

Al mismo tiempo hacen un llamamiento a todos los cristianos para que defiendan públicamente sus principios y se enfrenten con valor a la «cultura de la muerte» que está extendiéndose. Y que lo hagan primero con el ejemplo, sobre todo a través del matrimonio fiel y abierto a la vida.

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