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El cerebro no es un ordenador

publicado
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Matthew Cobb explica lo inapropiadas que resultan las “metáforas computacionales” para estudiar la inteligencia humana y la estructura cerebral.

Durante más de medio siglo, las investigaciones sobre la inteligencia se han basado en la idea de que “los procesos cerebrales son similares a los que realiza un ordenador. Pero eso no significa que la metáfora siga siendo útil en el futuro”, afirma Cobb en The Idea of the Brain. De hecho, se han planteado muchas objeciones a ese modelo: entre otros, el neurocientífico francés Romain Brette ha cuestionado que pueda entenderse el cerebro como un sistema de descodificación.

Comprenderlo en estos términos, además, exige adoptar un modelo representacionista, como si la actividad de las neuronas consistiera en representar los estímulos que reciben los sentidos. “La tesis implícita en la mayoría de las interpretaciones sobre la codificación neuronal –aclara Cobb– es que la actividad de las redes neuronales se le presenta u ofrece a una especie de observador o lector ideal situado dentro del cerebro, las llamadas ‘estructuras posteriores’, encargadas de descodificar de un modo óptimo las señales”. Sin embargo, “la manera en que estas estructuras procesan realmente las señales nos es completamente desconocida”.

“La mayoría de las veces se describe el procesamiento de la codificación neuronal como una serie lineal de pasos, a la manera de las fichas de un dominó, que caen una tras otra. Pero el cerebro está compuesto de redes neuronales extremadamente complejas e interconectadas (…)”.

El cerebro no se limita a recibir, sino que se implica activamente en el conocimiento de su entorno

El cerebro no es como un ordenador, que recibe inputs y se dedica a procesarlos de un modo automático, sino “un órgano activo y parte de un cuerpo que interviene en el mundo (…). No se limita simplemente a recibir de un modo pasivo estímulos y a elaborar representaciones de ellos”, sino que se implica activamente en el conocimiento de su entorno, hasta el punto de que, como han señalado algunos autores, “no representa información: la construye”.

Aunque estemos de acuerdo sobre la escasa utilidad de la imagen “computacional” para entender la inteligencia, “todavía no está claro por cuál será reemplazada”. Lo que sí parece razonable para Cobb es apostar por un enfoque más plural, dada la complejidad del cerebro. “La naturaleza del cerebro, una estructura al mismo tiempo compuesta e integrada, sugiere que nuestra futura comprensión del mismo estará inevitablemente fragmentada y compuesta por explicaciones de las diferentes partes que lo integran”.

Por otra parte, Cobb se muestra partidario del emergentismo, de acuerdo con el cual la conciencia consistiría en una propiedad que surge de los componentes materiales, pero irreductible a ellos. No oculta, sin embargo, algunas de las flaquezas de esta hipótesis. “Algunos neurocientíficos han criticado recientemente la tesis de la emergencia debido a su ‘inverosimilitud metafísica’, ya que no hay pruebas de causalidad, ni una única explicación, de cómo es posible justamente la emergencia (…)”.

Para el científico británico, la tesis de la emergencia es, “ante los misterios de la neurociencia”, uno de los últimos recursos que nos quedan, aunque en ella precisamente se basen las equiparaciones entre inteligencia humana y artificial que critica, y sea el modelo en el que se basa la pretensión de producir “máquinas conscientes”. Aunque hay que admitir que “no hay ninguna razón, más allá de nuestra ignorancia de cómo funciona la conciencia, para suponer que logremos contar con ellas en un futuro cercano”.

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